domingo, 25 de diciembre de 2011

Sensible

-Olvido todas las cosas de mi cabeza y me dirijo al mar mientras voy quitándome la ropa, hasta quedar completamente desnuda sumergiéndome.
-¿Y cómo queda tu mundo?
-Desvanecido. El agua calma el dolor fortificando mi alma.
-¿Cómo de cálido es el mar?
-Igual que los primeros rayos de sol que aparecen después de un mal tiempo. El frenesí habita en todo tu cuerpo siendo capaz de lo imposible. Hay mil palabras para definir tal sentimiento.
-La eternidad bajo tus besos, locura de amor que nos ciega hasta consumirnos...
-Para renacer luego como el ave Fénix y volar por el cielo, viviendo aventuras antes nunca vistas. Alcanzar nuestros sueños más lejanos fundando nuestro futuro.
-¿Habrá algún lugar especial así?
-Ambos compartimos la ilusión, seremos sus creadores.
-No temeremos nada.
-Formamos el presente que es rey del tiempo. El pasado quedó escrito, inaccesible y tormentoso; en cuanto al futuro, no existe, es lo indescifrable que no puede ser revelado por sí solo sin acciones. Vivimos el presente, construyendo todo lo demás en él.
-Dejemos liberar nuestra pasión y adentrémonos en lo más profundo del mar.     

sábado, 17 de diciembre de 2011

Cuestión de voluntad

¿Cómo podrás renacer sin antes haber quedado reducido a cenizas?

Tu querida Ofeliaca (Segunda parte)

Bienvenido de nuevo, mi querido lector. Ha sido una sorpresa que se atreva a seguir con la historia de Ofeliaca después de haber acabado tan infausta. Lo que le relato ahora, va mucho más allá de lo que pueda imaginar, la pobre niña con el corazón destrozado, nos mostrará su lado más oscuro cuando tome venganza de quien una vez fue el amor de su vida. Como una vez mencioné, le advierto que aún está a tiempo de retirarse, pero si lo prefiere, continúe sin reparo.
   J. observaba el atardecer del paisaje, calculando el instante perfecto para hacer la fotografía, cuando de pronto, su novia le sorprendió en el acto arruinándoselo. Iba a reprochárselo, pero entonces vio su rostro, tan bello y alegre como siempre, y todo desapareció. La pareja llevaban saliendo cinco meses y estaban realmente enamorados. Se quedó con ella, hablando del futuro juntos cuando terminasen la carrera, hasta que recibió la llamada de uno de sus compañeros de piso algo alterado diciéndole que regresase. Un poco preocupado, J. se despidió de su novia recordándole su cita por la tarde.
   Cuando J. llegó a la puerta, ésta estaba abierta extrañándole. Entró y vio que el suelo estaba manchado de sangre, el silencio gobernaba el ambiente preguntándose dónde estaban todos. Dio unos cuantos pasos temeroso, y en el salón, estaba el cuerpo de su compañero sin vida atado a una silla y cubierta la boca de cartas. Gritó del pánico, cayendo su cámara de fotos, dándose la vuelta para irse pero, en ese momento, surgiendo de la nada, apareció una niña de aspecto fantasmal atemorizándolo al mismo tiempo que la puerta se cerró. Antes de que se diese cuenta, había desaparecido. No pudo encontrar sus llaves y se dirigió al cuarto de alguno de sus compañeros, cuando resbaló con un charco de agua. Notó que alguien había abierto los grifos del cuarto de baño inundándolo todo. Fue allí para cerrarlos pero otra visión desagradable se encontraba: su otro compañero muerto en la bañera  con las venas cortadas. A su lado, la misma niña que había visto antes, estaba sentada escribiendo una carta sirviéndose de su sangre como tinta. Ambos se vieron y ella le sonrió despareciendo. J. se acercó al taburete para leer lo que había escrito sin tocarla:
     Querido J.:   
     Me parte de nuevo el corazón saber que no me recuerdas después de un año. Tranquilo, mi amor, aquí estoy yo otra vez para que no vuelvas a olvidarme nunca. 
Tu querida Ofeliaca. 
   Ofeliaca. El nombre resonó en su cabeza acordándose del dulce y amargo verano que vivió con ella. Pocos días después, oyó por parte de un amigo, que murió en un accidente o algo así, la verdad es que no lo sabía con seguridad ya que no volvió a saber de ella. Fue a comprobar el estado de su habitación, donde las paredes estaban llenas de numerosos te quiero y su gato colgaba muerto de la lámpara. En su escritorio había un plato con un corazón humano junto a una tarjeta con su firma. Al principio le resultó repulsivo, hasta que se dio cuenta de que sobresalía un objeto. Con asco, lo sacó y pudo recuperar de nuevo su llave para escapar. Corrió confuso hacia la casa de su mejor amigo traumatizado de lo que había visto. Ofeliaca era una chica bastante especial con la que tuvo una breve relación insignificante. No podía entender por qué ahora le ocurría todo esto.
   Llegó a casa de su amigo y le contó lo sucedido, pero no le creyó metiéndose con él. J. no sabía que hacer, si llamar a la policía para contárselo aunque seguro que nadie creería que un fantasma era el asesino, quedando sólo él como principal sospechoso. No podía hacer nada salvo rezar para que no se produjeran más cosas. Descansó un poco pero tuvo horribles pesadillas con Ofeliaca torturándole. El ruido del móvil le sobresaltó, comprobando que era su novia. Tenso, le contestó que cancelasen la cita para mantenerla a salvo. No sabía muy bien lo que estaba pasando, pero era mejor no involucrarla si Ofeliaca volvía aparecer, al fin y al cabo ella le quería. Por la noche, sin poder dormir por miedo a las pesadillas, un cuervo se depositó en la ventana. J. se sentía intimidado por él aunque no se atrevió a echarlo. Después apareció un segundo, un tercero, un cuarto y así sucesivamente hasta trece cuervos, haciendo esa noche la más inolvidable de su vida.
   Al día siguiente, recibió la visita de su novia, preocupada por haber cancelado la cita sin ninguna explicación. Maldiciendo a su amigo por haberle dicho que estaba allí, sabiendo que podía estar en peligro, intentó buscar una excusa sin contarle la terrible verdad. Su novia era una persona muy nerviosa y le costó llevar la situación, pero no se rindió y acabó tranquilizándola. Justo cuando se estaba despidiendo de ella con un beso, J. vio un cuchillo dirigirse hacia ella. Pudo salvarla a tiempo, empujándolo rápido con la mano haciéndose un buen corte. Ignoró sus cuidados gritándole que se marchara, temiendo que pudiese venir otro ataque peor. Angustiado por todo, mientras se estaba curando la herida pensó que no podía seguir así eternamente, tenía que combatir a Ofeliaca averiguando más sobre ella. Su elección sólo era una: ir a su hogar.
   Al día siguiente, J. cogió su coche y se dispuso aceptar su destino con coraje. El ansia por quitársela de su vida y volver a la normalidad era su motivación para seguir. Mirando el espejo del retrovisor, allí sentada detrás, estaba Ofeliaca observándole seriamente. Sus grandes ojos, consumidos por las lágrimas, transmitían una desesperación que él no podía entender.  
   Una hora después, buscó la zona de su vivienda y aparcó cerca. Llamó a la puerta, abriéndole su padre, más cambiado que la última vez que lo vio. Sin ningún problema, fue recibido en la casa donde la familia aún seguía marcada por la muerte de su única hija. J. entró con el permiso en la habitación de Ofeliaca, donde buscó por todas partes alguna cosa útil. En el armario, levantando la tapa de un cajón, encontró su diario con algunas páginas arrancadas. Leyó lo romántica que era y cómo sus sueños se hicieron realidad cuando salió con él. Una carta se calló del diario, despertando su interés al leer que estaba dirigida a él. 
     Querido J.:
     Nunca olvidaré este funesto veinte de agosto que has marcado en mí. Me cuesta poder expresar todo lo que siento, pero te aseguro que es un dolor insoportable para mi corazón. ¿Podrías tú aguantar lo mismo si estuvieras en mi lugar? Pensé que lo nuestro era especial pero me equivoqué, la vida ha sido injusta para mí, pero a pesar de todo te quiero incluso en la muerte. Me despido de ti con tu amargo recuerdo, recorriendo tierras desconocidas en busca de algo que calme mis cicatrices por tu amor. 
Tu querida Ofeliaca.      
   J. se sintió culpable que aquella relación hubiese significado tanto para ella. Si pudiese volver al pasado jamás la hubiese iniciado, evitando así su desgracia. ¿Qué podía hacer ahora? Recapacitando todo por el parque donde se conocieron, vio que la venganza de Ofeliaca no tenía límites. J. se negó a darse por vencido, y viendo la última puesta del atardecer, se puso en marcha a su ciudad sin dejar de pensar en Ofeliaca.
   Llegó por la noche a casa de su mejor amigo, cuando un precipitado sueño le dio nada más entrar. Soñó con muchas escenas de ellos rebujadas de sus recuerdos: cómo la conoció en el parque, el coqueteo de las cartas, las películas que vieron, y el más sofocante de todos, su despedida dejándola llorando a lágrima viva. Fue un momento duro para él también, pero no podía hacer nada partiendo. J. se despertó buscando a su amigo para contarle la verdad. Fue a su habitación, llevándose el sobresalto cuando vio a Ofeliaca encima de él con un cuchillo. Su amigo dormía sin percibir el peligro, ella le hizo un signo de silencio y luego sonrió.
   -Por favor, no lo hagas. Siento mucho todo el daño que te hice, yo sólo quería… ¡Para esta locura Ofeliaca! Así no conseguirás nada, sólo crear más dolor. ¡Detente!
   Sin ver que sus palabras tuvieran efecto, planeó salvarle pero fue tarde cuando Ofeliaca alzó el cuchillo y le clavó seis puñales. Acto seguido desapareció y J. corrió a socorrer a su amigo, llorando sin poder hacer nada. Mi querido lector, ya le avisé sobre las consecuencias desagradables de leer este relato, y me cabe decir que las pobres víctimas inocentes de Ofeliaca son producto del consecuencialismo que hace referencia a todas aquellas teorías que sostienen que los fines de una acción suponen la base de cualquier apreciación moral que se haga sobre dicha acción. Así pues, finalizo mi explicación.
   Envuelto de nuevo en el sueño, J. se encontró en una calle desconocida. Ofeliaca estaba andando sola mientras cantaba. Intentó llamarla pero fue en vano, así que la siguió hasta que llegó a un puente. Mirando hacia el agua, pronunció su nombre y se lanzó con una sonrisa en sus labios. J. observó el cuerpo flotando y comprendió apenado cómo fue su muerte. Despertó confuso, al lado del cuerpo fallecido de su amigo, abriéndose el amanecer por la ventana.
   No había instante en que no pensara en Ofeliaca, cuál sería su siguiente paso. Entonces, recordó a su novia y se puso inmediatamente en contacto con ella, ya había perdido a demasiada gente y no lo iba a ser ella. Quedaron en una cafetería, y evitando cualquier rozamiento, le pidió que confiara en él. En su coche le pidió asustada alguna explicación y, viendo lo mal que estaba, se lo contó a pesar de no creerlo. La paciencia ya no era una virtud para J. y su comportamiento alarmado asustaba a cualquiera de su alrededor, incluso su novia que no sabía cómo ayudarle.
   Pasaron dos días en continua guardia, sin dejar ni un momento de separarse de ella para protegerla. Su novia, viéndolo más cansado y pálido, le ofreció a quedarse en su casa para descansar. Al principio se negó pero accedió al persuadirlo tanto, demasiado agotado por todo. Allí, en su habitación, empezó a darle pequeños y suaves besos que le hicieron olvidar el estrés. Ambos gozaron de nuevo fundiéndose en su amor, abandonando el mal que había ocurrido y con la esperanza que todo iría bien. J. se durmió tranquilo, pero su tiempo fue breve al notar que la mano de su novia era más pequeña; dándose cuenta que Ofeliaca estaba en su lugar. Ella le acosó sin fin y J., odiándola más que nada en el mundo, la frenó cogiéndola por el cuello y apretando sus manos le gritó:
   -¡Desaparece de mi vida! ¡Déjanos en paz, mal nacida!
   Ofeliaca no respondió, mirándole con los mismos ojos de niña enamorada del primer día, siendo el último paso la acaricia en su cara, perdiendo J. los nervios y finalmente acabó asfixiándola. Cuando toda su rabia se había ido, se dio cuenta que no estaba soñando y había matado a su novia en su obsesión. Antes de que pensara en algo, su madre interrumpió en la habitación por los gritos y se espantó por la escena de su hija muerta. J. gritó el nombre de Ofeliaca maldiciéndola en su venganza.
   Todo lo demás pasó tan rápido, bastante traumatizado, que cuando se dio cuenta J. estaba internado en un sanatorio mental, perdido en su habitación sin salida. Sentado, pasaba las horas contemplando las puestas del día desde la ventana con barrotes, extrañando su libertad. Justo en el momento en que su corazón se invadió de soledad, Ofeliaca apareció abrazándole por detrás y susurrándole con su voz baja:
   -Y ahora te preguntarás si soy realmente feliz con lo que he conseguido… Déjame decirte que tan sólo una parte de mí está aliviada, el horrible pasado que me dejaste perdurará siempre. Es curioso cómo la muerte no pudo calmar mis sentimientos y me hizo vagar por un mundo de las tinieblas atormentada por ti. Ahora, querido mío, ve haciéndote la idea que estaré a tu lado siempre que me recuerdes, cosa que estoy segura que no olvidarás jamás. El perfecto final para cerrar el cuento de hadas en esta mierda de mundo.      
   Y así finalizó la venganza de Ofeliaca abrazando, en profundo silencio, a su amado.
   Espero que le haya gustado esta inquietante historia, mi querido lector. Dicho pues, aquí acabo que tengo que coger un tren a las seis; espero que sepa ahora apreciar más la sinceridad de los sentimientos con los otros.  

martes, 13 de diciembre de 2011

Tu querida Ofeliaca (Primera parte)

Mi querido y desafortunado lector, le advierto que las siguientes páginas que le dejo a su disposición, son terriblemente impactantes sobre la historia de Ofeliaca. El suceso nunca habría ocurrido si las personas fueran sinceras con sus sentimientos mutuos y el corazón resistiese a todo tipo de daño. Pero las cosas no son así de fáciles en la vida, y bien lo sabrá, cuando conozca a los personajes que relataré en esta tragedia. Le aconsejo que si aún duda, está a tiempo de dejar de leer esta oscura historia y ponerse hacer otra cosa más de su agrado. Así pues, comenzaré a contar mi relato de Ofeliaca.
   Era una niña de trece años con una mentalidad bastante madura que los otros niños de su colegio. Por ese motivo, nunca se relacionaba con nadie salvo con los adultos, con los que conversaba sobre los temas más profundos que le fascinaban: el universo, la literatura y la música. Su apariencia era destacable donde la viesen: estatura mediana, una melena oscura con dos coletas, maquillaje con estilo gótico, grandes ojos azules, un rostro perfecto de muñeca de porcelana y vestidos que frecuentaba extravagantes de época. A Ofeliaca no le importaba las burlas de sus compañeros por ir rara, con el tiempo había aprendido a centrarse en lo importante y estar con su familia. Una afición que tenía, era cubrirse con una manta cada noche y escribir en su diario su cuento de amor con el príncipe de su sueños. Ella nunca había estado enamorada pero deseaba con todas sus fuerzas que llegase el gran día en que lo conociera. Le imaginaba y escribía sobre ellos sin cesar; no habría duda que Ofeliaca era feliz y ojalá la vida para ella hubiese sido como lo planeaba… hasta que llegó aquél seis de agosto.
   Cómo nuestra vida entera puede cambiar de la noche a la mañana por una simple casualidad, y eso mismo es lo que le pasó a la soñadora Ofeliaca cuando le conoció. Era verano, el sol apretaba más que otros días en el parque donde paseaba habitualmente para escribir. Entonces, alguien la fotografió en su intimidad, molestándose, y justo cuando iba a decir algo, se quedó petrificada al contemplar al joven bohemio que la sonreía. Enseguida, ambos conectaron con los mismos temas del arte y la música creando un sentimiento especial. Pasaron la tarde juntos y cuando cayó la noche se intercambiaron los números de teléfono para volver a verse. Estuvo toda la noche en vela, observando la brillante luna llena, sin creer aún en su suerte.
   El primer beso puede ser maravilloso, penoso, sencillo, pringoso o de película de Hollywood, pero el beso de Ofeliaca iba más allá a un mundo de ensueño: le entregó su corazón completo. ¿Pero qué puede saber una niña inocente de los peligros de la vida? Su relación amorosa con aquél joven, mayor que ella, comenzó como cualquier otra con el frenesí. Todos recordamos lo bonito que es el amor al principio, las ideas que tenemos y el altar al amado, pero difícil es que haya siempre la misma correspondencia. Eso fue lo que le pasó a la dichosa  Ofeliaca.        
   Ciega de su amor, llegó a notar a finales de verano que el joven estaba cada vez más distante. Preocupada intentó saber lo que le pasaba, por qué ya no le respondía a sus cartas de amor. Él dijo que tenía que regresar, dentro de dos días, a estudiar a su provincia cortando la relación. Ofeliaca nunca le había dado importancia al tema, pensando que su amor aguantaría la relación a distancia, pero no vio rastro alguno de interés en su amado. Dolida, le preguntó cuánto tiempo le quedaban juntos, y él le contestó otro día más. Un día era tan poco pero suficiente para hacerle cambiar de idea, y sin poder dormir la noche anterior, el ansia le invadió el cuerpo torturándola y sin parar de pensar qué podía hacer.
   La última tarde juntos en su piso, viendo más próximo el final y llena de miedo, Ofeliaca se ofreció en mantener relaciones sexuales bastante desesperada. Sabía que no estaba preparada pero no tenía remedio: quería tenerle a su lado para siempre. Sin negarse, empezaron a desnudarse hasta acabar en la cama. Todo salía como era lo planeado, pero ella le notaba algo y, muy tenso, le dijo seriamente sin mirarla:
   -No puedo... He intentado ser fuerte pero no puedo más. Lo siento, aún eres una niña dulce e inocente. Es mejor que paremos esta locura, sólo te hará más daño y te mereces otra persona mejor que yo. Perdóname…
   Roto. El corazón de Ofeliaca se había roto en mil pedazos. Un océano de lágrimas la ahogó en su dolor, arrepintiéndose de no haber escogido una despedida mejor. Nada podía hacerse ya, salvo despedirse y verle marchar con su maleta para siempre, dejándole preocupado por su estado. Con pocas fuerzas, aún cubierta de lágrimas y desamor, caminó hasta su casa  y se tendió destrozada en su cama hasta que el sueño se apoderó de ella.
   Ofeliaca abrió los ojos mirando a su alrededor. Nada tenía sentido ahora que no estaba él. Llena de ira, rompió las hojas de su diario, las cartas, las fotos… todo. Por último, su reflejo en el espejo lo odió por no ser una mujer de verdad, rompiéndolo con sus manos clavándose los cristales, sin sentir un dolor mayor que el que habitaba su ser. Consumida y sin esperanza a lo que había soñado toda su vida, sabiendo que jamás volvería a enamorarse, escribió cuando estuvo más tranquila dos cartas: la primera dirigida a su familia y la segunda la guardó en un escondite de su armario. Una vez terminó de firmar, se soltó el pelo, se lo cepilló cantando una relajante canción de su abuela y salió por la puerta de casa.
   Al día siguiente Ofeliaca fue encontrada muerta en el lago del parque. Unos estudiantes hallaron el cuerpo y llamaron a la policía que informó a la familia de la desgracia. Su único alivio era la carta que les había dejado con gran amor de su dura decisión.
   Ahora, querido lector, que conoce el pasado que llevó a la infeliz Ofeliaca a la muerte, la historia empezará a mostrarse más oscura y cruel cuando sepa el extraño hecho que aconteció un año después, claro está a su libre elección…          

domingo, 11 de diciembre de 2011

Devenir

El tiempo llega a su fin tarde o temprano: nada es eterno. ¿Por qué nunca me basta lo que tengo? Tal vez tengo miedo a llevar una vida conformista sin haberlo probado todo en mi viaje. Evadirme de esta realidad de mundo que no es ni la mitad de bueno que lo que vive mis fantasías. Yo quiero seguir sintiendo la adrenalina por mis venas y correr a voces libre por el mundo en mi gran aventura. 
   Estabilidad es una palabra que creo que no ha sido para mí, siempre nefasta cuando llega el toque de aviso que dejo de ser feliz en un lugar, y debo de partir a otro si no quiero morir en mi agonía. Igual que el movimiento romántico, voy en una búsqueda constante sin fin.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Los amantes

Ella permanece en el sombrío lugar de su encuentro. Contempla la luna llena ser atravesada por una nube mientras su corazón late aún más fuerte. Suspira angustiada las horas que pasa pero de pronto él aparece sin que el tiempo hubiese existido. Había dejado todo por ella definitivamente y estarían siempre juntos, o quizás siempre fuese la palabra más surrealista que hubiese inventado el ser humano.
   Los amantes se miran en complicidad, deseosos de fundir sus pieles en una y desafiar al mundo en su rebeldía. Que nada importe ya salvo el amor que los consume, abriendo el amanecer, sus pensamientos empiezan a mostrarse en acaricias, luego besos y mordiscos que penetran la carne hasta alcanzar la dulce sangre. La pasión que los une no deja moralidad alguna ni tabúes, sólo amos de su alocado amor. Cruzan, en su alargado éxtasis, la ciudad entera sin ser conscientes de llevar equipaje, todo es fuego abrasador.
   Viajan por el desierto con palabras sinceras y románticas que jamás pararían en su lujuria. Ambos no podían imaginarse la vida sin el otro, el carecer de los jugosos labios de la entrada del edén y obtener la seductora visión de su mundo. El amor nunca había sido tan devastador para aquellos amantes.
   Ciegos, con los vestidos desgarrados, acabados devorados por los rayos del sol y un enjambre de insectos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Nosce te ipsum

Sé muy bien de lo que huyo pero no lo que busco en esta vida. Viajar muchas veces para escapar caminando por la ardiente arena del desierto como el infierno, corriendo a través del bosque de mi más oscura pesadilla, navegando a la deriva en el mar de las almas perdidas… Perdida una vez más pero con la esperanza de afrontar mis miedos mientras continúe.

La araña Aracne

Llora Aracne en lo más profundo de su ser,
tejiendo eternamente con sus ocho patas
y recordando lo buena hilandera que fue.

Siempre trabajadora, tus manos
hacían maravillas en minutos.
Tus trabajos eran dignos de envidiar.

Dime, ¿hasta dónde llegó tu orgullo?
Dime, ¿cuándo podremos poner un fin?
El tiempo te hace esclava eternamente
y no hay forma de volver atrás.

Tu popularidad llegó a oídos de Atenea,
quien en duelo retaste a un concurso.
Perdición y vanidad se apoderaron de ti.

¡Qué mortal existe que sepa que no debe
despertar la cólera de los dioses!
Tu castigo fue dado y ahora, triste de ti,
en la sombra vives atormentada.

Velázquez un bello cuadro hará de ti,
óleo sobre lienzo reflejando tus virtudes.

Llora Aracne en lo más profundo de su ser,
tejiendo eternamente con sus ocho patas
y recordando lo buena hilandera que fue.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El ángel de la pena

William Wetmore Story, nacido el 12 de febrero de 1819 en Salem, Massachusets y fallecido el 7 de octubre de 1895 en Vallombroso, Italia, fue un escultor, crítico de arte, poeta y editor estadounidense. El ángel de la pena (Angel of Grief) es una escultura de 1894 realizada en Roma para el cementerio protestante de la ciudad. Su estilo es también conocido como el llanto del ángel. Conocí su obra por portadas de discos, más de uno coincidió, maravillándome e intrigándome. Mantiene una belleza oculta para mí que imagino cómo podría ser la historia de aquél ángel caído...
   Volaba por el cielo sin miedo y feliz, orgulloso de su privilegio de servir a Dios gozando de los placeres. Pero un día cambió todo lo que sentía cuando echó un vistazo abajo a la Tierra. Aquellos seres humanos le sorprendían en sus vidas cotidianas, en sus complejos temas y formas de actuar. Entonces decidió observarles más de cerca, siempre con cierto margen, para saber más de ellos. Podían estar tristes o felices en un mismo día por simples motivos que les pasase. Esto acabó por fascinarle al empatizar cada vez más con estas curiosas criaturas de la Tierra. Dios, al descubrirlo en una de sus escapadas, le avisó que no volviese a bajar allí, así como de las terribles consecuencias que tendría si pisaba alguna vez el suelo. El ángel tuvo que obedecer con gran desolación. Pasó un tiempo meditando, en busca de una respuesta a su felicidad, que ya no era volar por los cielos en el paraíso. Sabiendo que no podía engañarse en lo que deseaba, volvió a la Tierra teniendo cuidado de no ser descubierto. Allí, en pleno éxtasis, viajó por todas partes sintiendo todo mejor que nunca, pero en un descuido, los dedos de su pie tocaron la tierra haciendo que cayese. Intentó emprender el vuelo una y otra vez pero fue en vano, sus preciosas y grandes alas no le servían ya de nada. Entonces se dio cuenta que era demasiado tarde para arrepentirse, ya nunca volvería al cielo y tendría que sobrellevar el peso de su decisión para siempre. Caminó hacia una enorme piedra y allí permaneció abatido con lágrimas. Dios, compareciéndose de él, lo transformó en piedra evitando su sufrimiento, y desde entonces, las personas que pasan por el lugar, son absorbidas por esa magia del ángel de la pena.
   

lunes, 7 de noviembre de 2011

Elizabeth

Elizabeth Martínez tiene nueve años,
es una niña tranquila, responsable y humilde
pero demasiado centrada en sus cosas.
A veces le gustaría poder crecer más deprisa
para ser una famosa artista.

La estancia en su casa es acogedora,
viviendo con sus padres, perro y hermana
aunque preferiría habitar sola,
en el castillo de Bran en Transilvania.
Allí dibujaría y escribiría sobre sus más queridos deseos,
sin importarle perder el tiempo.

Cuando va al colegio se sienta sola y no habla.
Desentendida de toda conversación, perdida en
su mundo feliz está. Hace dibujos en su cuaderno
mientras otros niños hacen los ejercicios, planeando
los personajes de su próxima historia.

No tiene apenas amigos pero Elizabeth no los necesita,
teniendo a Pobby y Dingan, los mejores del mundo.
Mientras otras niñas leen revistas juveniles,
ella prefiere las novelas góticas que abren su imaginación.

Odia con gran disgusto cómo la sociedad le impone
sus gustos, pues es Tim Burton su ídolo soñado.
Peinándose como él, su madre siempre la corrige
arruinándolo con una diadema cuyo color insoportable es.

También admira los trabajos de Victoria Francés, donde
las imágenes siniestras y oscuras cobran vida apasionándola.
Pero su madre, como una sombra, ahí está para decirle lo que
debe: “Una niña no debería de comenzar por esas cosas, varía tu
estilo o céntrate en estudiar para tu futuro”.

Otro suplicio reside en las burlas de sus compañeros,
que la consideran rara por no ser igual que ellos.
Elizabeth odia la monotonía, y se imagina
vengándose enterrándolos vivos en el cementerio.

Estando leyendo una tarde, Hamlet de William Shakespeare,
sus padres y tutor irrumpieron en su habitación. Elizabeth
quedó sorprendida y, con una explicación, su tutor le dijo:
“Estamos aquí para ayudarte en tu aislamiento, esta situación tuya es
un delirio que tiene que terminar. Debes de aprender a socializarte
con los demás y estudiar más, así que baja de una vez al mundo real,
que de sueños no se puede aquí vivir”.

Espantada de las palabras que iban perforando su cerebro,
pidió ayuda a Pobby y Dingan pero no los encontró, después
salió al exterior pero le horrorizó lo que encontró. Consumida
tanto tiempo en sí misma, le fue imposible adaptarse a la realidad.

Permaneciendo sola de nuevo en su cuarto, meditó sobre la
supuesta solución, abatida de luchar más contra lo inevitable.
Cerró los ojos y deseó desvanecerse mientras entregaba su
cuerpo y alma a una realidad del que dudaba su felicidad.

Ligeia (Edgar Allan Poe)

Juro por mi alma que no puedo recordar cómo, cuándo ni siquiera dónde conocí a Ligeia. Largos años han transcurrido desde entonces y el sufrimiento ha debilitado mi memoria. O quizá no puedo rememorar ahora aquellas cosas porque, a decir verdad, el carácter de mi amada, su raro saber, su belleza singular y, sin embargo, plácida, y la penetrante y cautivadora elocuencia de su voz profunda y musical, se abrieron camino en mi corazón con pasos tan constantes, tan cautelosos, que me pasaron inadvertidos e ignorados. No obstante, creo haberla conocido y visto, las más de las veces, en una vasta, ruinosa ciudad cerca del Rin. Seguramente le oí hablar de su familia. No cabe duda de que su estirpe era remota. ¡Ligeia, Ligeia! Sumido en estudios que, por su índole, pueden como ninguno amortiguar las impresiones del mundo exterior, sólo por esta dulce palabra, Ligeia, acude a los ojos de mi fantasía la imagen de aquella que ya no existe. Y ahora, mientras escribo, me asalta como un rayo el recuerdo de que nunca supe el apellido de quien fuera mi amiga y prometida, luego compañera de estudios y, por último, la esposa de mi corazón. ¿Fue por una amable orden de parte de mi Ligeia o para poner a prueba la fuerza de mi afecto, que me estaba vedado indagar sobre ese punto? ¿O fue más bien un capricho mío, una loca y romántica ofrenda en el altar de la devoción más apasionada? Sólo recuerdo confusamente el hecho. ¿Es de extrañarse que haya olvidado por completo las circunstancias que lo originaron y lo acompañaron? Y en verdad, si alguna vez ese espíritu al que llaman Romance, si alguna vez la pálida Ashtophet del Egipto idólatra, con sus alas tenebrosas, han presidido, como dicen, los matrimonios fatídicos, seguramente presidieron el mío.
   Hay un punto muy caro en el cual, sin embargo, mi memoria no falla. Es la persona de Ligeia. Era de alta estatura, un poco delgada y, en sus últimos tiempos, casi descarnada. Sería vano intentar la descripción de su majestad, la tranquila soltura de su porte o la inconcebible ligereza y elasticidad de su paso. Entraba y salía como una sombra. Nunca advertía yo su aparición en mi cerrado gabinete de trabajo de no ser por la amada música de su voz dulce, profunda, cuando posaba su mano marmórea sobre mi hombro. Ninguna mujer igualó la belleza de su rostro. Era el esplendor de un sueño de opio, una visión aérea y arrebatadora, más extrañamente divina que las fantasías que revoloteaban en las almas adormecidas de las hijas de Delos. Sin embargo, sus facciones no tenían esa regularidad que falsamente nos han enseñado a adorar en las obras clásicas del paganismo. "No hay belleza exquisita -dice Bacon, Verulam, refiriéndose con justeza a todas las formas y géneros de la hermosura- sin algo de extraño en las proporciones." No obstante, aunque yo veía que las facciones de Ligeia no eran de una regularidad clásica, aunque sentía que su hermosura era, en verdad, "exquisita" y percibía mucho de "extraño" en ella, en vano intenté descubrir la irregularidad y rastrear el origen de mi percepción de lo "extraño". Examiné el contorno de su frente alta, pálida: era impecable -¡qué fría en verdad esta palabra aplicada a una majestad tan divina!- por la piel, que rivalizaba con el marfil más puro, por la imponente amplitud y la calma, la noble prominencia de las regiones superciliares; y luego los cabellos, como ala de cuervo, lustrosos, exuberantes y naturalmente rizados, que demostraban toda la fuerza del epíteto homérico: "cabellera de jacinto". Miraba el delicado diseño de la nariz y sólo en los graciosos medallones de los hebreos he visto una perfección semejante. Tenía la misma superficie plena y suave, la misma tendencia casi imperceptible a ser aguileña, las mismas aletas armoniosamente curvas, que revelaban un espíritu libre. Contemplaba la dulce boca. Allí estaba en verdad el triunfo de todas las cosas celestiales: la magnífica sinuosidad del breve labio superior, la suave, voluptuosa calma del inferior, los hoyuelos juguetones y el color expresivo; los dientes, que reflejaban con un brillo casi sorprendente los rayos de la luz bendita que caían sobre ellos en la más serena y plácida y, sin embargo, radiante, triunfal de todas las sonrisas. Analizaba la forma del mentón y también aquí encontraba la noble amplitud, la suavidad y la majestad, la plenitud y la espiritualidad de los griegos, el contorno que el dios Apolo reveló tan sólo en sueños a Cleomenes, el hijo del ateniense. Y entonces me asomaba a los grandes ojos de Ligeia.
   Para los ojos no tenemos modelos en la remota antigüedad. Quizá fuera, también, que en los de mi amada yacía el secreto al cual alude Verulam. Eran, creo, más grandes que los ojos comunes de nuestra raza, más que los de las gacelas de la tribu del valle de Nourjahad. Pero sólo por instantes -en los momentos de intensa excitación- se hacía más notable esta peculiaridad de Ligeia. Y en tales ocasiones su belleza -quizá la veía así mi imaginación ferviente- era la de los seres que están por encima o fuera de la tierra, la belleza de la fabulosa hurí de los turcos. Los ojos eran del negro más brillante, velados por oscuras y largas pestañas. Las cejas, de diseño levemente irregular, eran del mismo color. Sin embargo, lo "extraño" que encontraba en sus ojos era independiente de su forma, del color, del brillo, y debía atribuirse, al cabo, a la expresión. ¡Ah, palabra sin sentido tras cuya vasta latitud de simple sonido se atrinchera nuestra ignorancia de lo espiritual! La expresión de los ojos de Ligeia... ¡Cuántas horas medité sobre ella! ¡Cuántas noches de verano luché por sondearla! ¿Qué era aquello, más profundo que el pozo de Demócrito, que yacía en el fondo de las pupilas de mi amada? ¿Qué era? Me poseía la pasión de descubrirlo. ¡Aquellos ojos! ¡Aquellas grandes, aquellas brillantes, aquellas divinas pupilas! Llegaron a ser para mí las estrellas gemelas de Leda, y yo era para ellas el más fervoroso de los astrólogos. 

jueves, 6 de octubre de 2011

El mimo

Nada podía causar más impresión
que aquél humilde mimo que estaba
en la plaza de San Marcos, que actuaba
para su público con gran emoción.

Su arte dramático tenía aceptación,
pero sin ningún dinero se encontraba,
durmiendo solo a la luna observaba.
¡Oh, mimo, ojalá termine tu desolación!

Tendencias, dudas y pensamientos
tenían que ser irradiados del corazón,
aunque los días fuesen sufrimiento.

El tiempo pasó, perdiendo la razón,
sin verse más algún surgimiento
en la plaza, que llegase al corazón.