viernes, 30 de noviembre de 2012

Bosque

Emprendió un camino que nadie más excepto ella conocía. 
En lo más profundo del bosque escondió algo. 
Guardado en secreto, protegido hasta su regreso. 

domingo, 25 de noviembre de 2012

Cenando en París

Primera parte: Café du Trocadéro.
   
   -Sólo hay que verla en persona para saber que la Torre Eiffel es la obra más impresionante de Alexandre Gustave Eiffel, construida en 1889. Cada cinco años se le repasa cincuenta toneladas de pintura para protegerla de la corrosión, por eso se ve tan radiante.
   El desconocido se sentó con la mujer que le había estado escuchando mientras contemplaba la Torre Eiffel. Pidió un menú de la carta y sacó el paquete de cigarrillos para fumar. 
   -Llevaba un rato observándote sentada aquí sola. No pensaba en intentar contigo algo, he visto el anillo de compromiso en tu dedo, sino lo que me llamó la atención fue tu rostro impasible ante la belleza de París. Sin decir nada puedo oír tus pensamientos, tus gritos ahogándose en un mar profundo. Intentas salir, luchas con todas tus fuerzas, sin embargo, alguien te lo impide… O quizás en realidad eres tú misma. Uno de mis dramaturgos favoritos españoles, Jacinto Benavente, dijo: “El amor es como el fuego. Ven antes el humo los que están fuera... que las llamas los que están dentro”. Pero en tu caso, puedo ver que ese fuego te asfixia. Poco a poco vas decayendo en él, corres intentando localizar la salida pero estás tan ciega que no la ves. En tu último suspiro de vida, rezas desconsoladamente, ¿no es curioso cómo recurrimos a la fe cuando estamos al borde del precipicio? Tantos años marginándola, valiéndonos por nosotros mismos, y cuando el vacío y la desesperación son las únicas que están, retomamos con lágrimas su valor. Céntrate en tus pensamientos buscando una solución antes de que llegue ese día, pues te arrepentirás habiendo condenando tu vida. Pago yo la cuenta… será la última.       


Segunda parte: La Closerie des Lilas.

   -El Arco del Triunfo ha sido testigo de innumerables momentos históricos. Cierro los ojos y puedo imaginar las batallas y victorias del ejército francés bajo las órdenes de Napoleón. Treinta años de afán por construirse, qué gran arquitecto fue Jean-François Chalgrin. 
   La mujer se dio cuenta que su marido seguía con la mirada en el periódico. Depositó la suya en la copa de vino, volviéndola a levantar a él. 
   -Para ti era fácil que los dos viviésemos en el silencio. Que nuestros sueños perecieran en la tumba del conformismo. Antes al menos decías que todo saldría bien, ahora ni una sola palabra salir de tu boca que intente calmar el dolor que siento. ¿Se supone que nuestras vidas deben de ser así? ¿Quién nos lo dicen? ¡Que hable de una vez! La llave de liberación está oculta; ya la sostuve en mi mano, pero temblé teniendo su dominio y decidí olvidarla. El tiempo pasa cada vez con más agonía y voy dándome cuenta de la cárcel de nuestro amor. Si me librase de este suplicio, todo lo que tenemos empezaría de cero, hasta aterraría volver a luchar por lo que creíamos haber encontrado... El principio nunca es fácil. Observaremos nuestro rostro en el espejo para saber qué hicimos mal. Borraremos la imagen que tanto tiempo se mantuvo en nuestras vidas. Quitando cada espina pegada al corazón, entraremos en razón. Danzaremos a los primeros rayos del sol guiados por la armonía del viento. Soñaremos de nuevo con más castillos que construir. Y por último, reflexionaremos sobre la piedra fría las eternas luchas de nuestro ser. 

martes, 16 de octubre de 2012

Cedant voluntas togae

Haz esto, no lo otro.
Di esto, no lo otro.
Siente esto, no lo otro.

Sigue el protocolo de la vida,
no importa tus sentimientos;
sólo obedece sin protestar,
que tus palabras no transluzcan la verdad.

Deberes que cumplir.
Sentimientos que reprimir.
Sueños que desaparecen 
en un mundo de decadencia. 

Vivir para ocultar el rostro. 
Cadenas para cerrar el monstruo. 
¿Quién soy yo? 
¿Aquél que habla o aquél que grita en silencio?

Encarcelado entre dos mundos, 
contemplo mi templo moribundo. 
Vivir sin vida dentro, 
morir sin estar muerto.

domingo, 7 de octubre de 2012

Noches de blues III

Las doce en punto de la noche. Cynthia no quería volver a ver más el reloj por miedo de reconocer lo que más temía. Suspiró, desesperándose, mientras intentaba encender el último de sus cigarrillos. Nadie acudiría ya allí. 
   Un joven que estaba abriendo la puerta de un local, no paraba de mirarla, sintiéndose molesta por su situación sentimental. Rezó para que se fuese enseguida, cumpliéndose su ruego en cuanto el joven se metió dentro. Había estado esperando una hora en el lugar, maldiciendo su nombre por encima de todas las cosas, culpándose por último a ella por ser una ingenua. Debía de irse, ahora que sabía que no tenía nada más que hacer, sin embargo, seguía aún allí sin saber el motivo. 
   -Disculpe, ¿puedo ayudarla? –le preguntó, sorprendiéndose de su vuelta, el mismo joven. 
   Su rostro mostraba preocupación, un cierto interés de ayudarla de verdad sin conocerse de nada. Cynthia no sabía qué decir; agradecía su acto de voluntad pero no quería el consuelo de nadie para recordar sus amargos recuerdos. Dejó que el silencio gobernarse el ambiente, hasta que dictara una señal.


   -Comprendo… Entre conmigo dentro, la invitaré a una copa. Será mucho mejor que quedarse sola en este sitio, va a empezar a hacer frío.
   Convenciéndola, Cynthia, abandonó la acera donde había permanecido una hora, dejándose llevar por lo que le deparase la noche. Ya no podía terminar peor, al menos, intentaría pasárselo bien disfrutando de una bebida de calidad en el local, llamado Chicago Blues
   Cuando entró todo estaba oscuro. El joven fue a encender las luces, volviendo quitándose el abrigo y comprobando por el uniforme que trabajaba de barman. Le indicó con amabilidad que tomase asiento en la barra mientras él preparaba las cosas para servir la bebida. Cynthia, olvidándose un poco de lo ocurrido, se entretuvo observándole: tenía el pelo castaño recogido con una coleta, no demasiado largo; los ojos color miel; la perilla bien afeitada, llamándole la atención a pesar de su aspecto formal, el pendiente en la oreja de serpiente. Posiblemente, era de oro y tenía dos piedras brillantes rojas en cada ojo. Se preguntó por qué el joven evitaba mirarla ahora, pues ella sí se atrevió hacerlo ahora.
   Le sirvió un margarita y siguió concentrado en su trabajo. La gente empezó a entrar, sintiéndose Cynthia cada vez más hundida en la ignorancia, volviendo a verse como un ser despreciable en medio de una vida que no veía como suya. Dentro de poco cumpliría veintiocho años, espantándole cada vez más la edad que la consumía. Estaba sola e incomprendida, pues ni ella misma se comprendía. En un arrebato, se levantó del asiento y exclamando en voz alta dijo: 
   -¡Un brindis por las almas solitarias! 

domingo, 30 de septiembre de 2012

El laberinto de Victoria (Frenesí)

Marcaré mis huellas por el laberinto
con los pétalos de rosas que sostengo.

Fue todo lo que le dijo Victoria antes de
salir corriendo adentrándose en el laberinto. 

Rafael la siguió, buscándola mientras el olor de su perfume 
y las rosas que le había regalado aturdían sus sentidos. 
Se había convertido en un atormentado amante, 
sometiéndose a la voluntad de la más bella de las ninfas. 

Los pétalos de rosas rojas guiaban su camino,
aún no podía verla pero oía su risa juvenil en alguna parte.
El corazón jamás le había latido tan rápido, 
e imaginando el simple hecho de hacerla suya, 
estremecía su cuerpo en una pasión descontrolada. 

Como una espada fría y afilada atravesándole, 
no vio más rastro de pétalos por el suelo.
Desconsolado, corrió perdido en el laberinto 
mientras el sol se ocultaba y una nostálgica lluvia cayó. 

Entonces paró en cuanto la vio quieta en un pequeño patio,
con los tallos tirados y una expresión impasible. 
Avanzó hacia ella dándose cuenta que la deseaba con todas
sus fuerzas y, sin pensarlo más, sacó de su bolsillo el anillo.

Victoria lo vio tan sólo una vez, luego se giró de espalda.
En medio de la lluvia ambos permanecieron en silencio. 
Rafael no sabía qué estaba pensando, pues su amada siempre
había sido una mujer bastante misteriosa para saber lo que pensaba.

¿Qué pudo llevarlo a la rendición una criatura tan divina como ella?
Quizás su extraño saber, sus inmensos conocimientos y delicada belleza.
Pero sus ojos negros, ¡benditos eran de donde fuesen! 
Tan oscuros como la noche donde se perdía de su realidad, 
atraído por aquél aura que le incitaba a ser dueño de su iluminación. 

Sin decir nada, Victoria volvió a escaparse por el laberinto.
Cayéndose el anillo ante aquél acto desconcertante, Rafael
estaba decidido a perseguirla hasta el final del mundo.

Tras lograr atraparla entre sus brazos, le confesó sus más
sinceros sentimientos, extasiado de su dominio. 

Fue cuestión de segundos, cuando notó que la calidez
de su cuerpo era dura y un dulce olor emanaba de ella.
Abrió los ojos para ver que Victoria había dejado de existir
como humana, convertida en un árbol con magníficas rosas. 

Las lágrimas resbalaron por su rostro, despidiéndose 
mientras acariciaba una de las rosas de color negro, 
igual de majestuosas que sus oscuros y misteriosos ojos.    

domingo, 16 de septiembre de 2012

Rien n'est éternel

Enfin, j'ai réalisé les événements.
   La vie sont des moments, des périodes de courte ou longue durée, que, après tout, tous sont finis. Comme Héraclite disait: "Tout coule, rien ne s'oppose encore". 
   Les moments magiques avec des gens aussi sont réduits à cela. Simplement, il faut être au endroit bon et au moment approprié, si ce n'est pas, aucune histoire ne serait racontée.

martes, 4 de septiembre de 2012

Noches de blues II

   -Otra vez tu marchita cara de nuevo… Maldita seas, Rose. Te pondré maquillaje para que vuelvas a florecer; así tus mejillas volverán a sonrojarse, tus ojos se iluminarán y tus carnosos labios incitarán al pecador. Una bella flor más en el jardín, ¿cierto?
   Rose se contempló seria en el espejo. Esta vez sus lágrimas no conseguirían salir. Sin querer ver más su reflejo, asimilando las cosas, abandonó la asfixiante habitación.
   Caminó con un dolor de pies por los tacones, cuando vio que no podía más. No sólo era su malestar físico, sino mental que cada día iba consumiéndola. Observó que estaba cerca del local Chicago Blues, donde conocía al dueño que a veces solía invitarla a las copas. Apeteciéndole tomar algo, se dirigió allí.
   Había más gente de la costumbre, sonando buena música y bailando algunas parejas. En la barra estaba el joven barman que era sobrino del dueño, poco más sabía de él pero se le veía un chico responsable. Reconociéndola, le sirvió lo de siempre y Rose fue a sentarse en uno de los sitios libres, perdiéndose en su mente como un océano.

I must be strong and carry on, cause
I know I don't belong here in heaven.




Era la tercera vez que un hombre, entre unos cuarenta años, aproximadamente, dirigía su mirada hacia ella.
    Estaba escribiendo en un cuaderno, sin mostrar estar muy concentrado. Rose le ignoró, bebiendo en su soledad, cuando de pronto él se acercó para su sorpresa.
   -¿Qué quiere? –le preguntó directa.
   -¿Podría sentarme con usted?
   -No.
   -Ya veo… Eres una de esas chicas que les gustan jugar a hacerse las difíciles –su tono fue de humor, pero Rose permanecía aún en su actitud seria.
  -¿Acaso me conoce para opinar? Tan sólo quiero estar sola: tomarme tranquila mi whisky, meditar y volver a casa… Deseo desconectar de habladurías sin sentido, palabras que empiezan a agujerearme la cabeza. Quiero disfrutar del silencio, estar aquí sin tener a otra persona con el deber de decirle lo que quiera oír –Rose se dio cuenta que estaba hablando más de la cuenta–. Déjeme tranquila y váyase a buscar a otra o a seguir escribiendo en su cuadernito.
    -Siento si la he molestado.
   El hombre se retiró con una sonrisa a su sitio. Por un momento, ella no le dio importancia, olvidándose de lo ocurrido y centrándose, con la mirada perdida, en los restos de la bebida de su vaso. Los dos hielos iban derritiéndose poco a poco.

Beyond the door, there's peace I'm sure.
And I know there'll be no more tears in heaven.

jueves, 30 de agosto de 2012

Noches de blues

    -¡Magnífica, Juliette!
   Entre halagos, bajó del escenario mostrando una sonrisa forzada. Había sido otro de sus conciertos de balada en Chicago, acabando rendida ante el estrés acumulado. 
   Sin querer quedarse por más tiempo, fue directamente a su camerino, cogió el bolso y salió hacia la parada de taxis. Tenía previsto, como cualquier noche abrumadora, dirigirse a su local favorito de la ciudad: Chicago Blues. Era su lugar sagrado donde se evadía escuchando blues mientras bebía el dulce vino a pequeños sorbos.
   Llegó sintiéndose en la gloria, pidiéndole al barman el vino y tomando asiento en la solitaria barra. No pasó mucho, cuando un hombre apareció agitado de la calle, sentándose a una distancia de dos sillas de ella. Juliette le observó con disimulo mientras pedía. Tenía las facciones atractivas, aunque con ojeras marcadas, los ojos oscuros como el carbón y vestía con una camisa blanca con una corbata desabrochada, dándole un aspecto descuidado.
   Durante unos minutos, permanecieron en silencio, escuchándose sólo el tema de blues.

Everybody's got the fever,
that is something you all know.
Fever isn't such a new thing.
Fever started long ago.


   
   -Disculpe, ¿es usted Juliette, la cantante francesa? –le preguntó de repente el hombre.
   -Ha acertado. No sabía que en tan poco tiempo se quedarían con mi cara –sonrió con simpatía.
   -Tienes un fino rostro difícil de olvidar al igual que tu voz. Me llamo Paul, aunque cuántas veces me habré presentado para nada… ¿Viene mucho por aquí?
   -Con frecuencia: me gusta la música blues.
   -Así que viene para desconectar como otros muchos. Yo también, creo que es importante para no sobrecargar el alma. Dicen que el mundo es grande, sin embargo pocos sitios hay donde se puedan disfrutar en armonía sin estar contaminados. Ya nadie piensa, sólo quieren lo que otros dicen que deben querer sin esforzarse en preguntarse que quizás todo sea una trampa.
   Paul dejó de hablar para beberse de un golpe su copa, pidiendo luego otra al barman.

Thou giveth fever when we kisseth.
Fever with thy flaming youth.
Fever, I'm afire.
Fever, yeah, I burn, forsooth.

   -Yo llegué dispuesta a Chicago para realizar mi sueño de ser una cantante famosa –le habló para seguir conversando, después de haber encontrado a alguien interesante en mucho tiempo–. Mi representante me ayuda mucho, aunque a veces sea muy estricto cuidándome la imagen, no sólo la superficial, sino también mi trabajo artístico. Me gustaría llevar el estilo de mi música a otros dominios, a cosas más personales, pero eso no es lo que vende.
   -Te imagino dentro de unos años, cuando seas una gran cantante, revelándote con tu música contra todos ellos. Espero que cumplas tu sueño y no estés encadenada por mucho tiempo a algo que no te llene.
   -Estaré todo el tiempo que sea necesario hasta ese día –sacó del bolso un cigarrillo que Paul se ofreció en encender con amabilidad–. Gracias. ¿Y tú has pensado en qué te gustaría hacer?
   -¿Yo? La verdad es que soy una persona inconformista. Simplemente vivo y lo que surja ya se verá. No calculo tanto las cosas como tú, sin ninguna intención de ofender.
   -Tranquilo, me gusta escuchar opiniones diferentes. ¡Qué aburrido sería estar solos sin debatirnos!
   Ambos se miraron, sin poder evitar soltar una carcajada. Él sacó de su bolsillo una caja de cigarrillos mientras ella se retocaba los dos pelos rebeldes de su recogido, mordiéndose el labio inferior.

What a lovely way to burn.
What a lovely way to burn.

jueves, 23 de agosto de 2012

Memorias perdidas

Era una tarde calurosa de agosto, cuando caminaba sola con mi música por la calle. Evadida por completo de la realidad, deseé que ojalá los auriculares permanecieran unidos a mis oídos para no aterrizar jamás.
 Entonces, aguardando el cambio de señal del semáforo, alguien me tiró una piedra. Paré la música y me giré para ver a una niña con un vestido blanco como la nieve mirarme con recelo. No la conocía de nada. Sus ojos oscuros eran aún más desconcertantes, mostrándome bastante nerviosa para hablar.
 Justo al dar dos pasos para acercarme, ella huyó de mí. Sin pensarlo ni una vez, la perseguí por las calles, impulsada por una misteriosa fuerza que había dejado en mí. Corríamos con la suerte que la gente no se tropezaba en nuestro camino, que nada nos frenaba. Sin duda había perdido la cabeza, aunque no era ya la primera vez.
 Finalmente, se detuvo en una calle solitaria. Respiré con alivio mientras observé que el lugar me resultaba familiar. Pero la memoria me fallaba… ¿Tal vez fuesen imaginaciones mías? La situación cada vez me inquietaba más.
 -Bienvenida –me dijo ella esbozando una sonrisa–. Hacía mucho que no venías aquí desde que te fuiste… ¿Quieres pasar?
 -¿A dónde?
 -Allí –señaló con la mano una de las ventanas en ruinas del edificio–. ¡Vente! Él se alegrará mucho de verte. Ahora mismo está preparando el té para los tres.
 No me dio tiempo decir nada, cuando la niña ya me cogió de la mano para entrar. Su piel era tan fría como el hielo, nunca antes había sentido algo parecido.
 Subimos las escaleras en silencio, llegando hasta una vieja puerta que abrió dando un pequeño golpe. El olor que desprendía el hogar también me era familiar… ¿Pero por qué? La niña me dejó por un momento y yo, sin poder evitar la curiosidad, me dirigí al salón. En él, un niño se encontraba poniendo las tazas en la mesa, cuando paró su tarea al verme.
 -Bienvenida. ¿Cómo estás? –me sonrió al igual que la niña–. Por favor, toma asiento. El té está casi listo.
 Obedecí mientras contemplaba la sencillez del salón, embellecida con numerosos cuadros de paisajes y siluetas abstractas. Por la ventana se podía ver un parque desierto debido al gran calor que hacía.
 Antes de darme cuenta, estaba perdida en mi mundo, cuando de repente la niña me llamó, trayendo la tetera que desprendía un rico aroma. Se acercó y me sirvió en mi taza, sorprendiéndome que no echara nada. Luego fue a por la del niño y pasó lo mismo. Una tetera vacía, qué gracia. ¿Se trataba acaso de un juego infantil? Ellos parecían bastantes serios tomando su té con tranquilidad. Pensé que yo era la rara, pero sabía que no, que toda esta situación era absurda. Así que me levanté con el propósito de recorrer la casa en busca de respuestas, sin que ninguno de ellos se inmutase.  
 Un extraño poder gobernaba las paredes, un sentimiento agridulce que una vez me poseyó. La relación con una persona cuyo rostro no conseguía desvelar, oculto tras una máscara. Como el recuerdo de un sueño, los detalles hacían una secuencia.
 Pasé por una de las habitaciones que estaba oscura, sin ventanas, teniendo sólo una vela que iluminaba lánguidamente, con la llama apunto de apagarse. Me quedé a su lado, como si se tratase de una persona a punto de morir, hasta que se consumió. Entonces, el rostro de mi enmascarado se reveló con la llegada de mis memorias. Yo había estado aquí… hace años.
 Recordé el frenesí, todos los momentos que pasamos juntos y el final de nuestra historia. Los días felices junto a él, pero ahora, no quedaba nada de esos momentos, habían desaparecido. Las cenizas era lo único que quedaba en mi corazón.
 Caminé confusa hacia la salida. Nada era lo mismo. Todo formaba parte del pasado. En la puerta estaba el niño impidiéndome el paso. Doliéndome la cabeza, le rogué que me dejase ir.
 -Quédate, por favor. Aún podemos intentar ser felices. ¿No es eso lo que siempre has querido? ¿Por qué tienes que irte ahora? Yo… ¡Quédate!
 -Es triste… –empecé a decir llamando su atención–. De haber sabido que mis fantasmas, mis recuerdos, quedaron atrapados aquí sin enfrentarme a ellos, os habría liberado hace mucho. Es realmente triste… He tomado una decisión, y no hay vuelta atrás.
 Poco a poco, el niño se apartó de la puerta con la mirada agachada. Le miré por última vez pero él seguía quieto como una estatua. Salí hacia las escaleras, cuando un golpe me asustó. Observé hacia la puerta donde el niño se había caído y empezó a desvanecerse. No quise estar presente por más tiempo, así que me fui con las pulsaciones del corazón cada vez más agitadas.  
 Volvía por fin a respirar el aire de la calle. Saqué mi reproductor de música del bolsillo, poniéndome los auriculares. Iba a encenderlo cuando me paré sintiendo una presencia. Me di la vuelta y allí estaba la niña con ojos afligidos saliendo del portal.
 Ambas avanzamos a la vez, colapsándose el tiempo. Mi ser estaba lleno de fragmentos esparcidos, buenos y malos, me había vuelto frágil como el cristal. Tenía miedo pero no me dejaría vencer. Con ternura, acaricié el rostro de la niña soltando una lágrima, que al resbalar quedó atrapada en mi mano evaporándose. Sonreí para animarla, dándome cuenta que sus pies empezaban a desvanecerse también. La abracé con todas mis fuerzas, sintiendo su piel fría clavándome con dolor, pero no me importaba. Ella y yo éramos una.
 -¡Oh! ¡Qué par, tú y yo! –suspiró acariciándome con dulzura el pelo, intentando aguantar su tristeza–. No hemos sido puestas aquí para ser infelices, recuérdalo… por mí… por ti… por favor… Pero veo que no quieres quedarte esta parte de mí en tu vida…
 -Te equivocas… –contesto quedándole tan sólo el rostro por desaparecer–. Te mantendré en mis más profundos recuerdos por el resto de mis días.
 Su rostro se iluminó por completo en el último momento, dejando una única huella en mi corazón. Fue entonces cuando descubrí que sentía una paz interior, tan cálida que recuperó mi cuerpo del frío.
 Recomponiéndome de todo, seguí mi rutinario camino con la música puesta... Vagando, divagando.    

martes, 21 de agosto de 2012

Cuéntame un cuento

Cuéntame un cuento antes de que la humanidad pierda la inocencia.
Cuéntame un cuento antes de que el sol vuelva a cegarnos por completo.

Olvidados en un baúl viejo, salen de la sombra para iluminarte.
Papeles que han viajado sin descanso para acabar en tus manos.
Volvamos una vez más a la Torre de Marfil para soñar.

Blanca como la nieve, roja como la sangre y negra como el ébano.
Son los tres colores que se apoderaron de la mente.
La manzana no fue precisamente mordida una vez en la ciudad del pecado.

Una bruja ya lo anunció: a los quince años nos punzaremos
todos con un huso de hilar y moriremos.

Entonces, la esperanza, nació débilmente: no moriremos,
pero entraremos en un profundo sueño por cien años.

Y el mundo durmió a las doce de la noche, sin saber
que las estirpes condenadas a cien años de soledad
no tendrían una segunda oportunidad sobre la tierra.

Los castillos de papel se derrumbaron y crearon otras formas.
Unos fueron barcos para adentrarse en el mar,
otros fueron aviones para emprender el vuelo.
Todos ellos viajaron con sus historias en busca de corazones puros y
almas inquietas, guiados por la música de una flauta.

El mundo empezaba a descomponerse con la evolución, y sólo
algunos, los elegidos, pudieron salvarlos exhaustos del viaje.   

Cuéntame un cuento antes de que la humanidad pierda la inocencia.
Cuéntame un cuento antes de que el sol vuelva a cegarnos por completo. 

domingo, 12 de agosto de 2012

Catedral de hielo

En ese lugar de piedra
permanecen nuestros recuerdos.

La figura de los amantes abrazados.
Un mundo donde sólo existe el tú y yo.

Paraíso eterno de hielo.

Nadie penetrará en la catedral,
escondida en lo más profundo del alma.

Congelada en el tiempo,
anhelando deseos prohibidos.

jueves, 9 de agosto de 2012

El alma de la Geisha

Ai, instruida desde años, aprendió todo
lo que le enseñó su maestra. Hecha
una gran artista, habiendo conseguido
el mundo, su esplendor tenía el precio
justo en el trabajo.

La geisha baila, recita, canta, ama y toca
bellos instrumentos. ¡Benditas cualidades
del ser humano pero qué atormentada vida
esclavizada! Ai nunca imaginó tal soledad.

Los lujos quedaban ya lejos, los clientes
inaguantables y su corazón en hielo se
convirtió, pobre geisha que ni siquiera
mayo el amor te devolvió.

Angustiada en su jaula de oro, anhelando
la muerte un día se le presentó. Nunca
imaginó un cruel destino como aquél.
El alma perdida sin fin allí. 

miércoles, 8 de agosto de 2012

Panem et Circenses

Santino cantaba solo por la calle Via Veneto a altas horas de la noche. Una fila de grandes globos de colores le seguían por detrás, sin saber por más que lo pensaba el motivo. Quizás debió de beber bastante en la fiesta de Cipriano o en casa de Martina, la dulce.
   Llegó a un banco donde se sentó por el cansancio. Unos segundos más tarde, se asustó al ver a un hombre de abrigo gris a su lado.
   -¡Santo Dios! ¿Se puede saber de dónde sale usted?
   -Eso debería de decirlo yo. Llevo aquí bastante tiempo y tú has aparecido como una sombra arrastrándote como si nada. ¿Se puede saber de dónde vienes? No, es igual… Ya me lo imagino.
   -Se lo agradezco, porque la verdad es que no tengo ni idea de dónde vengo y qué hice.
   -¿No sabes nada?
   -Hombre, no exagere. Aún recuerdo el sabor del champán, la música impulsando mi cuerpo a bailar, las risas resonar en mis oídos… Creo que es suficiente.
   -Así que lo pasaste bien.
   -Supongo… ¿Viene mucho por aquí? –el hombre tardó en contestar al sacar un cigarrillo y hacer todos los pasos hasta encenderlo, con bastante lentitud.
   -Hoy es el décimo aniversario de la muerte de Vittorio Bodini. Puede que no sea una figura de gran importancia para la gente, pero para mí es especial al recitar mi padre algunos de los versos de Dopo la luna justo antes de su muerte. Aún perduran en mi mente con su frágil voz: “In una stanza in fondo, la memoria, lasciata ai suoi più torbidi solitari, di te non s'informava, fine d'un grande giorno: giorno da meditare davanti a una finestra, col silenzio alle spalle”. ¡Grandes hombres se lleva la muerte antes de tiempo mientras que alimañas nos sobran!
   El viento empezó a soplar, levantándose más frío. El ruido de tambores y trompetas rompieron el silencio, apareciendo bailando un grupo de personas con trajes de colores llamativos y máscaras. Algunos bebían de las botellas que traían, rebosando de la garrafa, mientras que otros lanzaban al aire confetis.
   Uno de ellos, el que llevaba un gran sombrero de copa, reconoció a Santino y fue a saludarlo.
   -¡Buenas, buenas, mi querido amigo! Nos vamos a bañar en la primera fuente que encontremos para celebrar lo espectacular que es la noche. Hoy las estrellas tienen un brillo especial, ¿no te parece? ¡Vente con nosotros, no dudes más!
   Dos chicas tiraron de Santino para levantarlo y unirlo al grupo. Allí le rodearon siguiendo con el festejo, tratándolo entre risas como un monumento sagrado junto a sus globos. Fue bañado en champán y subido encima de dos hombres fuertes por la calle.
   -¡Oiga, usted! –le gritó al hombre del abrigo gris que seguía en el banco, sin inmutarse, fumando–. ¡Anímese y venga con nosotros! Esto pinta bien, muy bien.
   De vez en cuando, algún vecino se quejaba del escándalo por la ventana pero a nadie le parecía importar. Ya el exceso de alcohol se hacía notar en casi todos, tambaleándose y vomitando por los callejones, pero la fiesta seguía continuando.
   -No habla mucho usted, ¿no? –le dijo acercándose al hombre de gris que iba siempre caminando apartado de ellos–. ¿Por qué no se toma algo? Le sentirá mejor para romper el hielo.
   -Estoy bien, gracias. Así que esto es lo que soléis hacer para divertiros…
   -Sí, aunque al día siguiente no nos acordemos de nada, nos llena vivir el momento. Por cierto, ¿cómo te llamas?
   -¿Para qué decirte mi nombre si lo olvidarás mañana?
   -Cierto, amigo, aunque no hace falta que te pongas así. Estamos aquí para ser felices.
   -¿Y qué es la felicidad para ti? ¿Un estado placentero que se vive ciego y que dura poco, pesando después? La sociedad nos ha vendido la felicidad como un protocolo a cumplir, sin darse cuenta la gente del gran vacío que origina. Cada uno debemos de averiguar en nosotros mismos qué es, sin vivir la que otros creen que es por pura satisfacción. Vivimos en nuestra propia mentira sin luchar, quizás por miedo al escepticismo o la soledad, pero es ese estado el que nos pone en condición de reflexionar. Destruir para construir una verdad que siempre será verosímil aunque al menos más digna de vivir.
   El ambiente cada vez era más patético por la embriaguez: una mujer encima de uno caminar a cuatro patas, un payaso intentando tocar la trompeta al revés, una pareja besándose mientras se pegaban con las baquetas del tambor… Bastantes situaciones grotescas donde el hombre de gris era el único cuerdo de aquél circo ambulante.
   -Todas las cosas que queremos, en cuanto son poseídas, perdemos el interés en busca de otra. Según nosotros siempre vamos en busca de lo mejor, pero en realidad sólo nos quedamos con lo último que nos llega. Así es la vida, al menos para mí. Seguid con vuestra fiesta todo lo que queráis, os perderéis si no despertáis nunca y estaréis bajo la dependencia de alguien superior y engatusador que os dirija.
   -¡Allí está la fuente! –gritó avisando el hombre del sombrero de copa–. ¡Todo el mundo a dentro!
   Tropezándose los unos con los otros de la emoción, se bañaron en la gran fuente que tenía el agua sucia. Santino, mirándole una vez más, le dijo antes ir:
   -Eres el tipo más raro que me he encontrado en la vida. Si cambias de opinión, únete sin pudor a nosotros. El agua parece estar fantástica.
   Fue hacia la fuente siguiéndole sin descanso la fila de globos, dejando solo a aquél hombre tan extraño que había conocido y olvidaría, probablemente, al día siguiente. Todos se divertían tirándose agua, comportándose como animales repulsivos.
   Un señor salió de su casa quejándose por el jaleo, amenazando con llamar a la policía, pero fue metido en la fuente por tres mujeres que lo abrazaron, olvidándose de todo y disfrutando con ellas. Acto seguido, siguieron viniendo más y la situación se descontroló para cualquiera que aparecía. La fuente se llenó de tanta gente que tuvieron que estar el resto de las personas que se unían mojándose con botellas.
   Santino observó el lugar donde seguía el desconocido, que le hablaba mediante señales por el ruido. Sin poder interpretar nada, y darle bastante apuro abandonar la fuente para ir a su lado, le gritó que lo dejase. No supo si su mensaje llegó a él, pero al poco tiempo, se marchó sin saber si volvería a verlo alguna vez.

miércoles, 25 de julio de 2012

Voyage


Le soleil se lève, tu dois commencer la nouvelle journée.
Concentre tes pensées lorsque tu prends un thé.
Tu remues la petite cuillère sans arrêt.
C’est inévitable de s’évader.
Parfois, il ne faut pas aller si loin pour voyager.

martes, 24 de julio de 2012

Remmington (Primera parte)

Era de noche y reinaba el silencio en el castillo de Remmington, cuando de pronto, el estruendo de los caballos anunciaron la llegada del rey y sus guerreros. Ansiosa por ver a su marido, la reina Matilde, se asomó al balcón orgullosa de su victoria contra el país vecino. El rey Godric la recibió en el salón con los brazos abierto, secando sus lágrimas de anhelo y anunciando un banquete de celebración. Pero detrás de toda la gente, arrimada a la pared, estaba Ariadna, la curandera del castillo que le miraba con una sonrisa, feliz de su vuelta.
     Durante el banquete, los bufones entretenían con su espectáculo y el vino abundaba en cada copa vacía. Godric empezó a cansarse de los lujos de la fiesta y puso su atención en Ariadna, quien llevaba su vestido favorito carmesí, marcando sus perfectas proporciones de mujer. Divagó en su mente todo el rato, sin prestar interés ninguno en la mano que le cogía su esposa, deseoso de poder salir de su prisión dorada. En un momento, Ariadna se percató de su mirada, y la complicidad surgió entre ellos. Haciendo un ademán al compañero de su izquierda, se retiró de la mesa. Sin perderla de vista, Godric, se levantó disimuladamente y fue tras ella.
     Notaba su perfume por los pasillos, aturdiéndolo por segundos pero centrándose en su busca. Era como una caza volviendo al estado más salvaje que hubiese sido el hombre. Finalmente, la encontró en el balcón que daba al patio de los rosales, estando la luna llena que iluminaba su silueta. Se acercó, acarició su suave rostro y, dejándose seducir por sus voluptuosos labios, se entregó a ellos en un arrebato de pasión.
     -Temía por vuestra vida cuando os fuisteis –le dijo susurrándole mientras él besaba su cuello–. Pensar que no volvería a veros nunca más me inundaba de melancolía y desespero...
     -Pero he vuelto y estoy aquí contigo –la consoló con tiernos gestos–. Ariadna… No había noche que no te extrañase mi corazón y olvidase todas esas noches mágicas que pasábamos juntos. Ten fe en mí.
     -Las miradas frías de los habitantes del castillo cada vez me molestan más y más. Desconfían de mi labor aquí oyéndoles murmurar que soy una sierva del demonio… Una bruja… Yo tan sólo… –los besos de Godric bajaron a su escote donde permaneció en sus pechos, ardiendo de deseo por ella distrayéndola– Yo tan sólo cumplo mi función de curandera en gratitud a que me acogisteis cuando quedé huérfana… Hace un año ya.
     -Y en ese año me has servido muy bien. Tu poder hace maravillas independientemente de lo que digan los demás. No sé cómo expresarte la alegría que siento al tenerte en mi vida.
     -Creedme que la siento, sin embargo, me consumo en la sombra cuando me abandonáis... ¿He de estar siempre así?
     Godric paró y observó sus afligidos ojos. Sabía el peso que contenía su corazón en su ausencia, pero era difícil para él tomar una solución por su situación de rey. Ojalá pudiera olvidarla o simplemente haberla tenido como una amante más, pero con ella descubrió el verdadero amor en todo su esplendor y nunca se desharía de su tesoro tan apreciado. Viviría continuamente los riesgos con tal de tenerla a su lado. Sin palabras que encontrase para calmarla, dejó que su cuerpo tomase el control llevándola a uno de los aposentos más cercano donde, seguramente, al alba tendría que irse hasta el próximo encuentro.

lunes, 23 de julio de 2012

Remmington

En el castillo de Remmington, es donde suceden los innumerables sucesos que tuvieron lugar la catástrofe que le marcaría para siempre como el reino maldito.
   El rey Godric, vive una aventura amorosa con la joven y bella curandera, Ariadna, sabiendo que tarde o temprano tendrá que decidir entre permanecer a su lado, abandonando toda su vida, o rechazar a su amor verdadero, olvidándose de ella para siempre. Sin embargo, las cosas no serán tan fáciles cuando la reina Matilde tome represalias y todo cambie. Ariadna tendrá que someterse a la cólera de la reina, embarcándose en un mundo de venganza, oscuridad y lucha para abrirse paso a los dominios de sus enemigos.    

sábado, 21 de julio de 2012

El viaje en tren del señor Montero

Necesitaba despertar de su pesadilla. Aquél amargo recuerdo lo perseguía sin fin, y su voluntad, poco a poco, iba perdiendo fuerza. En un último esfuerzo, consiguió abrir los ojos, encontrándose en el asiento de un tren rodeado de pasajeros.
  El señor Montero, sin poder explicarse qué hacía en aquél lugar, observó por la ventana el recorrido, si al menos había algo que le resultase familiar, pero sólo le creó más lagunas: estaba rodeado de una oscuridad absoluta con una espesa niebla.
  -Disculpe… –le dijo a un chico que pasaba con una caja pequeña– ¿Se puede saber dónde estoy? ¿Hacia dónde se dirige este tren?
  -No tengo ni idea de lo que se refiere: aquí todo el mundo ha subido porque tiene que estar. Disfrute de su viaje lo mejor que pueda, señor.
  El señor Montero se mostró más intranquilo y, sin poder quedarse quieto, intentó localizar al maquinista para exigirle respuestas. Era curioso ver cómo nadie parecía inmutarse ante la situación, pensando que tal vez lo habían drogado y metido en aquél lío, jurando que lo pagarían muy caro los causantes.
  Cuando por fin localizó la cabina, se sorprendió al darse cuenta que nadie conducía el tren, simplemente, seguía su curso sin problemas. Como un loco, el señor Montero fue a avisar a los demás pasajeros, pero estos sólo se rieron. Una campana sonó frenando las risas y deteniéndose el tren. Dándole gracias al Señor, se dirigió a la salida inmediatamente, pero sólo vio más oscuridad y un precipicio si daba un paso más. Una hermosa joven le pidió permiso mientras se colocaba su grande sombrero negro. Su aspecto le recordó a un antiguo amor de su juventud… ¡Qué dulces recuerdos le vino y qué tristes a la vez!
  -Esto, señorita, ¿podría decirme a dónde va?
  -¿Acaso no lo sabe? –le sonrió mostrando cierto coqueteo–. Éste es el destino donde me bajo, no sé si podrá verlo pero yo sí: es un bello campo de flores con una acogedora cabaña en él. Allí podré realizar mis sueños con mi amado que me espera. No hay duda, aquí es donde me bajo. Y usted, ¿en cuál lo hará?
  En cuestión de segundos, la joven se retiró y el tren se puso de nuevo en marcha. Sin tener muchas opciones, el señor Montero, mató el tiempo conversando con cada pasajero. Todos tenían en común anhelo e inseguridad en sus destinos.
  El tiempo pasaba, y con él, iba yéndose uno más hacia un lugar cálido de amor que sólo ellos podían ver.
  -Por tu cara de desconcierto –habló un anciano, parando su densa lectura, compareciéndose–, puedo ver que aún no sabes a dónde te diriges. Ya sólo quedamos tres. Más te vale que lo pienses bien antes que el trayecto termine o si no…
  -¡¿Qué pasará?! –se enfureció sin poder aguantar más–. Nadie me ha dicho el destino que tengo que coger. ¡Dios! ¡Ni siquiera sé cómo he llegado aquí! Yo no he querido esto… ¡Deseo que desaparezca de una vez!
  -¿Crees que enfadándote conseguirás algo? ¿Negar el proceso de la vida? Olvídate de tus problemas, familia, amigos, dinero, y toma tu propia decisión. Olvida todo. Sólo piensa dónde querrás estar para ser feliz, es mi consejo.
  -¡Señor Cano! –el niño que mantenía la caja se acercó a él–. Quería agradecerle su grata compañía en el viaje, mi parada se aproxima.
  -Es triste saber que te vas, pequeño Santi. Y dime, ¿qué has elegido?
  El niño no respondió, sino que, levantando la tapa de la caja, salió de ella emprendiendo el vuelo tres hadas. No había palabras para definir su estado de felicidad y, aunque al señor Montero le costó entenderlo, el anciano se lo explicó más tarde. Santi siempre había crecido unido a un mundo de fantasía, ajeno a la realidad, que con el tiempo iba decepcionándole más y destruyendo todo lo que amaba. Lo que había visto no era más que su decisión final de estar unido a ella.
  -Un chico muy maduro, se lo digo en serio. Bueno, será mejor que me decida entre vivir en Venecia como escritor reconocido o París con mi amada esposa. Parece difícil, pero en verdad somos nosotros quienes hacemos de las cosas un mundo complejo.
  Nunca supo cuál fue su decisión, pero en su rostro había confianza cuando se aproximó a la puerta y esperó el sonido de la campana para salir. Sus ojos se iluminaron ante el paraíso que vio, abandonando el tren.
  Estando completamente solo, el señor Montero sabía que era el último pasajero pero… ¿En dónde se pararía? No había en su mente ningún lugar en especial, siempre buscando lo desconocido. Sí había tenido momentos felices en su vida, pero ninguno para permanecer más tiempo del que debía. Él era como el viento libre que viaja por doquier o el agua que fluye; un alma inquieta en continuo devenir.
  Se preguntó, ahora que la situación era la más apropiada, sobre si alguna vez sus decisiones afectaron a alguien. La aparición de un viejo recuerdo de juventud, una cálida sonrisa femenina en primavera, estación que además le sensibilizaba, hizo que su corazón palpitase deprisa. La imagen de los dos amantes debajo del árbol besándose y corriendo por la orilla del mar entre risas, hizo que se le saltase las lágrimas. ¿Pero acaso lloraba por retomar ese recuerdo? No. Él lloraba porque no había un hogar estable en que quedarse. Huyó lejos en cuanto el frenesí tomó la rutina, en cuanto supo que debía de seguir su búsqueda… Abandonándola a ella.
  ¿Cuál era el nombre de la que una vez fue su amada? No lo recordaba. Perdido en cada primavera entre pétalos de flores, envuelto en el frenesí eterno que retomaba sin descanso.
  El sueño se limitó siempre en quedarse unido al camino, deseando lo inalcanzable que por voluntad propia jamás quiso alcanzar. Creía en el amor, pero sin embargo, conseguirlo le atormentaba. El destino era lo que le daba existencia en la vida, un motivo por el que amanecer y luchar todos los días. No esperaba ser comprendido en su filosofía, pero sí aceptó que algunas de sus decisiones fueron egoístas y que dañó a aquella persona tan especial.
  El tiempo pasaba y el tren seguía sin detenerse, divagando entre sus pensamientos. Se perdió careciendo de una verdad fija en un mundo que no se podía comprender. Las luces se apagaron y sólo sintió que existía él ante lo desconocido. El miedo era la impotencia que se apoderaba del ser humano ante las situaciones, cegándole de sus armas para enfrentarse. Pero esta vez era diferente… era su final. Rezó, recurriendo por primera y última vez a la fe en consolación, hasta que el tren, aumentando su velocidad, cayó finalmente por un precipicio. La nada gobernó en una profunda oscuridad.
  Una voz grave le llamó. El señor Montero abrió los ojos apareciendo de nuevo en el asiento del tren. El hombre desconocido que tenía a su lado le preguntó si estaba bien, contándole que había estado gritando en sueños. Él contestó que simplemente se había tratado de una pesadilla, para así dejar de llamar la atención de los demás pasajeros.
  Intentó volver a la normalidad, observando la tranquilidad de la gente, pero, entonces, descubrió por la ventana que seguía en el mismo lugar que al principio. A vueltas con su duda, le preguntó a una niña que pasaba junto a él con una muñeca.
  -Disculpe… ¿Se puede saber dónde estoy? ¿Hacia dónde se dirige este tren?