miércoles, 25 de julio de 2012

Voyage


Le soleil se lève, tu dois commencer la nouvelle journée.
Concentre tes pensées lorsque tu prends un thé.
Tu remues la petite cuillère sans arrêt.
C’est inévitable de s’évader.
Parfois, il ne faut pas aller si loin pour voyager.

martes, 24 de julio de 2012

Remmington (Primera parte)

Era de noche y reinaba el silencio en el castillo de Remmington, cuando de pronto, el estruendo de los caballos anunciaron la llegada del rey y sus guerreros. Ansiosa por ver a su marido, la reina Matilde, se asomó al balcón orgullosa de su victoria contra el país vecino. El rey Godric la recibió en el salón con los brazos abierto, secando sus lágrimas de anhelo y anunciando un banquete de celebración. Pero detrás de toda la gente, arrimada a la pared, estaba Ariadna, la curandera del castillo que le miraba con una sonrisa, feliz de su vuelta.
     Durante el banquete, los bufones entretenían con su espectáculo y el vino abundaba en cada copa vacía. Godric empezó a cansarse de los lujos de la fiesta y puso su atención en Ariadna, quien llevaba su vestido favorito carmesí, marcando sus perfectas proporciones de mujer. Divagó en su mente todo el rato, sin prestar interés ninguno en la mano que le cogía su esposa, deseoso de poder salir de su prisión dorada. En un momento, Ariadna se percató de su mirada, y la complicidad surgió entre ellos. Haciendo un ademán al compañero de su izquierda, se retiró de la mesa. Sin perderla de vista, Godric, se levantó disimuladamente y fue tras ella.
     Notaba su perfume por los pasillos, aturdiéndolo por segundos pero centrándose en su busca. Era como una caza volviendo al estado más salvaje que hubiese sido el hombre. Finalmente, la encontró en el balcón que daba al patio de los rosales, estando la luna llena que iluminaba su silueta. Se acercó, acarició su suave rostro y, dejándose seducir por sus voluptuosos labios, se entregó a ellos en un arrebato de pasión.
     -Temía por vuestra vida cuando os fuisteis –le dijo susurrándole mientras él besaba su cuello–. Pensar que no volvería a veros nunca más me inundaba de melancolía y desespero...
     -Pero he vuelto y estoy aquí contigo –la consoló con tiernos gestos–. Ariadna… No había noche que no te extrañase mi corazón y olvidase todas esas noches mágicas que pasábamos juntos. Ten fe en mí.
     -Las miradas frías de los habitantes del castillo cada vez me molestan más y más. Desconfían de mi labor aquí oyéndoles murmurar que soy una sierva del demonio… Una bruja… Yo tan sólo… –los besos de Godric bajaron a su escote donde permaneció en sus pechos, ardiendo de deseo por ella distrayéndola– Yo tan sólo cumplo mi función de curandera en gratitud a que me acogisteis cuando quedé huérfana… Hace un año ya.
     -Y en ese año me has servido muy bien. Tu poder hace maravillas independientemente de lo que digan los demás. No sé cómo expresarte la alegría que siento al tenerte en mi vida.
     -Creedme que la siento, sin embargo, me consumo en la sombra cuando me abandonáis... ¿He de estar siempre así?
     Godric paró y observó sus afligidos ojos. Sabía el peso que contenía su corazón en su ausencia, pero era difícil para él tomar una solución por su situación de rey. Ojalá pudiera olvidarla o simplemente haberla tenido como una amante más, pero con ella descubrió el verdadero amor en todo su esplendor y nunca se desharía de su tesoro tan apreciado. Viviría continuamente los riesgos con tal de tenerla a su lado. Sin palabras que encontrase para calmarla, dejó que su cuerpo tomase el control llevándola a uno de los aposentos más cercano donde, seguramente, al alba tendría que irse hasta el próximo encuentro.

lunes, 23 de julio de 2012

Remmington

En el castillo de Remmington, es donde suceden los innumerables sucesos que tuvieron lugar la catástrofe que le marcaría para siempre como el reino maldito.
   El rey Godric, vive una aventura amorosa con la joven y bella curandera, Ariadna, sabiendo que tarde o temprano tendrá que decidir entre permanecer a su lado, abandonando toda su vida, o rechazar a su amor verdadero, olvidándose de ella para siempre. Sin embargo, las cosas no serán tan fáciles cuando la reina Matilde tome represalias y todo cambie. Ariadna tendrá que someterse a la cólera de la reina, embarcándose en un mundo de venganza, oscuridad y lucha para abrirse paso a los dominios de sus enemigos.    

sábado, 21 de julio de 2012

El viaje en tren del señor Montero

Necesitaba despertar de su pesadilla. Aquél amargo recuerdo lo perseguía sin fin, y su voluntad, poco a poco, iba perdiendo fuerza. En un último esfuerzo, consiguió abrir los ojos, encontrándose en el asiento de un tren rodeado de pasajeros.
  El señor Montero, sin poder explicarse qué hacía en aquél lugar, observó por la ventana el recorrido, si al menos había algo que le resultase familiar, pero sólo le creó más lagunas: estaba rodeado de una oscuridad absoluta con una espesa niebla.
  -Disculpe… –le dijo a un chico que pasaba con una caja pequeña– ¿Se puede saber dónde estoy? ¿Hacia dónde se dirige este tren?
  -No tengo ni idea de lo que se refiere: aquí todo el mundo ha subido porque tiene que estar. Disfrute de su viaje lo mejor que pueda, señor.
  El señor Montero se mostró más intranquilo y, sin poder quedarse quieto, intentó localizar al maquinista para exigirle respuestas. Era curioso ver cómo nadie parecía inmutarse ante la situación, pensando que tal vez lo habían drogado y metido en aquél lío, jurando que lo pagarían muy caro los causantes.
  Cuando por fin localizó la cabina, se sorprendió al darse cuenta que nadie conducía el tren, simplemente, seguía su curso sin problemas. Como un loco, el señor Montero fue a avisar a los demás pasajeros, pero estos sólo se rieron. Una campana sonó frenando las risas y deteniéndose el tren. Dándole gracias al Señor, se dirigió a la salida inmediatamente, pero sólo vio más oscuridad y un precipicio si daba un paso más. Una hermosa joven le pidió permiso mientras se colocaba su grande sombrero negro. Su aspecto le recordó a un antiguo amor de su juventud… ¡Qué dulces recuerdos le vino y qué tristes a la vez!
  -Esto, señorita, ¿podría decirme a dónde va?
  -¿Acaso no lo sabe? –le sonrió mostrando cierto coqueteo–. Éste es el destino donde me bajo, no sé si podrá verlo pero yo sí: es un bello campo de flores con una acogedora cabaña en él. Allí podré realizar mis sueños con mi amado que me espera. No hay duda, aquí es donde me bajo. Y usted, ¿en cuál lo hará?
  En cuestión de segundos, la joven se retiró y el tren se puso de nuevo en marcha. Sin tener muchas opciones, el señor Montero, mató el tiempo conversando con cada pasajero. Todos tenían en común anhelo e inseguridad en sus destinos.
  El tiempo pasaba, y con él, iba yéndose uno más hacia un lugar cálido de amor que sólo ellos podían ver.
  -Por tu cara de desconcierto –habló un anciano, parando su densa lectura, compareciéndose–, puedo ver que aún no sabes a dónde te diriges. Ya sólo quedamos tres. Más te vale que lo pienses bien antes que el trayecto termine o si no…
  -¡¿Qué pasará?! –se enfureció sin poder aguantar más–. Nadie me ha dicho el destino que tengo que coger. ¡Dios! ¡Ni siquiera sé cómo he llegado aquí! Yo no he querido esto… ¡Deseo que desaparezca de una vez!
  -¿Crees que enfadándote conseguirás algo? ¿Negar el proceso de la vida? Olvídate de tus problemas, familia, amigos, dinero, y toma tu propia decisión. Olvida todo. Sólo piensa dónde querrás estar para ser feliz, es mi consejo.
  -¡Señor Cano! –el niño que mantenía la caja se acercó a él–. Quería agradecerle su grata compañía en el viaje, mi parada se aproxima.
  -Es triste saber que te vas, pequeño Santi. Y dime, ¿qué has elegido?
  El niño no respondió, sino que, levantando la tapa de la caja, salió de ella emprendiendo el vuelo tres hadas. No había palabras para definir su estado de felicidad y, aunque al señor Montero le costó entenderlo, el anciano se lo explicó más tarde. Santi siempre había crecido unido a un mundo de fantasía, ajeno a la realidad, que con el tiempo iba decepcionándole más y destruyendo todo lo que amaba. Lo que había visto no era más que su decisión final de estar unido a ella.
  -Un chico muy maduro, se lo digo en serio. Bueno, será mejor que me decida entre vivir en Venecia como escritor reconocido o París con mi amada esposa. Parece difícil, pero en verdad somos nosotros quienes hacemos de las cosas un mundo complejo.
  Nunca supo cuál fue su decisión, pero en su rostro había confianza cuando se aproximó a la puerta y esperó el sonido de la campana para salir. Sus ojos se iluminaron ante el paraíso que vio, abandonando el tren.
  Estando completamente solo, el señor Montero sabía que era el último pasajero pero… ¿En dónde se pararía? No había en su mente ningún lugar en especial, siempre buscando lo desconocido. Sí había tenido momentos felices en su vida, pero ninguno para permanecer más tiempo del que debía. Él era como el viento libre que viaja por doquier o el agua que fluye; un alma inquieta en continuo devenir.
  Se preguntó, ahora que la situación era la más apropiada, sobre si alguna vez sus decisiones afectaron a alguien. La aparición de un viejo recuerdo de juventud, una cálida sonrisa femenina en primavera, estación que además le sensibilizaba, hizo que su corazón palpitase deprisa. La imagen de los dos amantes debajo del árbol besándose y corriendo por la orilla del mar entre risas, hizo que se le saltase las lágrimas. ¿Pero acaso lloraba por retomar ese recuerdo? No. Él lloraba porque no había un hogar estable en que quedarse. Huyó lejos en cuanto el frenesí tomó la rutina, en cuanto supo que debía de seguir su búsqueda… Abandonándola a ella.
  ¿Cuál era el nombre de la que una vez fue su amada? No lo recordaba. Perdido en cada primavera entre pétalos de flores, envuelto en el frenesí eterno que retomaba sin descanso.
  El sueño se limitó siempre en quedarse unido al camino, deseando lo inalcanzable que por voluntad propia jamás quiso alcanzar. Creía en el amor, pero sin embargo, conseguirlo le atormentaba. El destino era lo que le daba existencia en la vida, un motivo por el que amanecer y luchar todos los días. No esperaba ser comprendido en su filosofía, pero sí aceptó que algunas de sus decisiones fueron egoístas y que dañó a aquella persona tan especial.
  El tiempo pasaba y el tren seguía sin detenerse, divagando entre sus pensamientos. Se perdió careciendo de una verdad fija en un mundo que no se podía comprender. Las luces se apagaron y sólo sintió que existía él ante lo desconocido. El miedo era la impotencia que se apoderaba del ser humano ante las situaciones, cegándole de sus armas para enfrentarse. Pero esta vez era diferente… era su final. Rezó, recurriendo por primera y última vez a la fe en consolación, hasta que el tren, aumentando su velocidad, cayó finalmente por un precipicio. La nada gobernó en una profunda oscuridad.
  Una voz grave le llamó. El señor Montero abrió los ojos apareciendo de nuevo en el asiento del tren. El hombre desconocido que tenía a su lado le preguntó si estaba bien, contándole que había estado gritando en sueños. Él contestó que simplemente se había tratado de una pesadilla, para así dejar de llamar la atención de los demás pasajeros.
  Intentó volver a la normalidad, observando la tranquilidad de la gente, pero, entonces, descubrió por la ventana que seguía en el mismo lugar que al principio. A vueltas con su duda, le preguntó a una niña que pasaba junto a él con una muñeca.
  -Disculpe… ¿Se puede saber dónde estoy? ¿Hacia dónde se dirige este tren?

lunes, 9 de julio de 2012

Arrebato

No sabes cómo llegaste, no sabes cómo desenvolverte… No sabes nada, simplemente, estás ahí. Partiendo de un punto en medio del laberinto, dando pasos inseguros hasta la salida, ¿pero de verdad la hay? Me detengo y empiezo a pensar si realmente quiero salir o permanecer perdida en aquél bello lugar.
    Es curioso definir tal sentimiento, centrarse en alguien y de repente ser transportado a otra dimensión; a un estado placentero donde el alma se complementa con la otra en una conexión. La frustración viene cuando ambos seres no pueden tocarse, perdiéndose en el tiempo, y si sus caminos se volviesen a cruzar, serían como dos perfectos extraños. 
    Algo así me pasó contigo en este mundo de incertidumbre.