domingo, 30 de septiembre de 2012

El laberinto de Victoria (Frenesí)

Marcaré mis huellas por el laberinto
con los pétalos de rosas que sostengo.

Fue todo lo que le dijo Victoria antes de
salir corriendo adentrándose en el laberinto. 

Rafael la siguió, buscándola mientras el olor de su perfume 
y las rosas que le había regalado aturdían sus sentidos. 
Se había convertido en un atormentado amante, 
sometiéndose a la voluntad de la más bella de las ninfas. 

Los pétalos de rosas rojas guiaban su camino,
aún no podía verla pero oía su risa juvenil en alguna parte.
El corazón jamás le había latido tan rápido, 
e imaginando el simple hecho de hacerla suya, 
estremecía su cuerpo en una pasión descontrolada. 

Como una espada fría y afilada atravesándole, 
no vio más rastro de pétalos por el suelo.
Desconsolado, corrió perdido en el laberinto 
mientras el sol se ocultaba y una nostálgica lluvia cayó. 

Entonces paró en cuanto la vio quieta en un pequeño patio,
con los tallos tirados y una expresión impasible. 
Avanzó hacia ella dándose cuenta que la deseaba con todas
sus fuerzas y, sin pensarlo más, sacó de su bolsillo el anillo.

Victoria lo vio tan sólo una vez, luego se giró de espalda.
En medio de la lluvia ambos permanecieron en silencio. 
Rafael no sabía qué estaba pensando, pues su amada siempre
había sido una mujer bastante misteriosa para saber lo que pensaba.

¿Qué pudo llevarlo a la rendición una criatura tan divina como ella?
Quizás su extraño saber, sus inmensos conocimientos y delicada belleza.
Pero sus ojos negros, ¡benditos eran de donde fuesen! 
Tan oscuros como la noche donde se perdía de su realidad, 
atraído por aquél aura que le incitaba a ser dueño de su iluminación. 

Sin decir nada, Victoria volvió a escaparse por el laberinto.
Cayéndose el anillo ante aquél acto desconcertante, Rafael
estaba decidido a perseguirla hasta el final del mundo.

Tras lograr atraparla entre sus brazos, le confesó sus más
sinceros sentimientos, extasiado de su dominio. 

Fue cuestión de segundos, cuando notó que la calidez
de su cuerpo era dura y un dulce olor emanaba de ella.
Abrió los ojos para ver que Victoria había dejado de existir
como humana, convertida en un árbol con magníficas rosas. 

Las lágrimas resbalaron por su rostro, despidiéndose 
mientras acariciaba una de las rosas de color negro, 
igual de majestuosas que sus oscuros y misteriosos ojos.    

domingo, 16 de septiembre de 2012

Rien n'est éternel

Enfin, j'ai réalisé les événements.
   La vie sont des moments, des périodes de courte ou longue durée, que, après tout, tous sont finis. Comme Héraclite disait: "Tout coule, rien ne s'oppose encore". 
   Les moments magiques avec des gens aussi sont réduits à cela. Simplement, il faut être au endroit bon et au moment approprié, si ce n'est pas, aucune histoire ne serait racontée.

martes, 4 de septiembre de 2012

Noches de blues II

   -Otra vez tu marchita cara de nuevo… Maldita seas, Rose. Te pondré maquillaje para que vuelvas a florecer; así tus mejillas volverán a sonrojarse, tus ojos se iluminarán y tus carnosos labios incitarán al pecador. Una bella flor más en el jardín, ¿cierto?
   Rose se contempló seria en el espejo. Esta vez sus lágrimas no conseguirían salir. Sin querer ver más su reflejo, asimilando las cosas, abandonó la asfixiante habitación.
   Caminó con un dolor de pies por los tacones, cuando vio que no podía más. No sólo era su malestar físico, sino mental que cada día iba consumiéndola. Observó que estaba cerca del local Chicago Blues, donde conocía al dueño que a veces solía invitarla a las copas. Apeteciéndole tomar algo, se dirigió allí.
   Había más gente de la costumbre, sonando buena música y bailando algunas parejas. En la barra estaba el joven barman que era sobrino del dueño, poco más sabía de él pero se le veía un chico responsable. Reconociéndola, le sirvió lo de siempre y Rose fue a sentarse en uno de los sitios libres, perdiéndose en su mente como un océano.

I must be strong and carry on, cause
I know I don't belong here in heaven.




Era la tercera vez que un hombre, entre unos cuarenta años, aproximadamente, dirigía su mirada hacia ella.
    Estaba escribiendo en un cuaderno, sin mostrar estar muy concentrado. Rose le ignoró, bebiendo en su soledad, cuando de pronto él se acercó para su sorpresa.
   -¿Qué quiere? –le preguntó directa.
   -¿Podría sentarme con usted?
   -No.
   -Ya veo… Eres una de esas chicas que les gustan jugar a hacerse las difíciles –su tono fue de humor, pero Rose permanecía aún en su actitud seria.
  -¿Acaso me conoce para opinar? Tan sólo quiero estar sola: tomarme tranquila mi whisky, meditar y volver a casa… Deseo desconectar de habladurías sin sentido, palabras que empiezan a agujerearme la cabeza. Quiero disfrutar del silencio, estar aquí sin tener a otra persona con el deber de decirle lo que quiera oír –Rose se dio cuenta que estaba hablando más de la cuenta–. Déjeme tranquila y váyase a buscar a otra o a seguir escribiendo en su cuadernito.
    -Siento si la he molestado.
   El hombre se retiró con una sonrisa a su sitio. Por un momento, ella no le dio importancia, olvidándose de lo ocurrido y centrándose, con la mirada perdida, en los restos de la bebida de su vaso. Los dos hielos iban derritiéndose poco a poco.

Beyond the door, there's peace I'm sure.
And I know there'll be no more tears in heaven.