martes, 16 de octubre de 2012

Cedant voluntas togae

Haz esto, no lo otro.
Di esto, no lo otro.
Siente esto, no lo otro.

Sigue el protocolo de la vida,
no importa tus sentimientos;
sólo obedece sin protestar,
que tus palabras no transluzcan la verdad.

Deberes que cumplir.
Sentimientos que reprimir.
Sueños que desaparecen 
en un mundo de decadencia. 

Vivir para ocultar el rostro. 
Cadenas para cerrar el monstruo. 
¿Quién soy yo? 
¿Aquél que habla o aquél que grita en silencio?

Encarcelado entre dos mundos, 
contemplo mi templo moribundo. 
Vivir sin vida dentro, 
morir sin estar muerto.

domingo, 7 de octubre de 2012

Noches de blues III

Las doce en punto de la noche. Cynthia no quería volver a ver más el reloj por miedo de reconocer lo que más temía. Suspiró, desesperándose, mientras intentaba encender el último de sus cigarrillos. Nadie acudiría ya allí. 
   Un joven que estaba abriendo la puerta de un local, no paraba de mirarla, sintiéndose molesta por su situación sentimental. Rezó para que se fuese enseguida, cumpliéndose su ruego en cuanto el joven se metió dentro. Había estado esperando una hora en el lugar, maldiciendo su nombre por encima de todas las cosas, culpándose por último a ella por ser una ingenua. Debía de irse, ahora que sabía que no tenía nada más que hacer, sin embargo, seguía aún allí sin saber el motivo. 
   -Disculpe, ¿puedo ayudarla? –le preguntó, sorprendiéndose de su vuelta, el mismo joven. 
   Su rostro mostraba preocupación, un cierto interés de ayudarla de verdad sin conocerse de nada. Cynthia no sabía qué decir; agradecía su acto de voluntad pero no quería el consuelo de nadie para recordar sus amargos recuerdos. Dejó que el silencio gobernarse el ambiente, hasta que dictara una señal.


   -Comprendo… Entre conmigo dentro, la invitaré a una copa. Será mucho mejor que quedarse sola en este sitio, va a empezar a hacer frío.
   Convenciéndola, Cynthia, abandonó la acera donde había permanecido una hora, dejándose llevar por lo que le deparase la noche. Ya no podía terminar peor, al menos, intentaría pasárselo bien disfrutando de una bebida de calidad en el local, llamado Chicago Blues
   Cuando entró todo estaba oscuro. El joven fue a encender las luces, volviendo quitándose el abrigo y comprobando por el uniforme que trabajaba de barman. Le indicó con amabilidad que tomase asiento en la barra mientras él preparaba las cosas para servir la bebida. Cynthia, olvidándose un poco de lo ocurrido, se entretuvo observándole: tenía el pelo castaño recogido con una coleta, no demasiado largo; los ojos color miel; la perilla bien afeitada, llamándole la atención a pesar de su aspecto formal, el pendiente en la oreja de serpiente. Posiblemente, era de oro y tenía dos piedras brillantes rojas en cada ojo. Se preguntó por qué el joven evitaba mirarla ahora, pues ella sí se atrevió hacerlo ahora.
   Le sirvió un margarita y siguió concentrado en su trabajo. La gente empezó a entrar, sintiéndose Cynthia cada vez más hundida en la ignorancia, volviendo a verse como un ser despreciable en medio de una vida que no veía como suya. Dentro de poco cumpliría veintiocho años, espantándole cada vez más la edad que la consumía. Estaba sola e incomprendida, pues ni ella misma se comprendía. En un arrebato, se levantó del asiento y exclamando en voz alta dijo: 
   -¡Un brindis por las almas solitarias!