miércoles, 18 de diciembre de 2013

La llamada del desierto

Sólo una pincelada más y la obra por fin estaría acabada. Otro cuadro más donde mis sentimientos se plasman en confusión, donde con el paso del tiempo desvelaría la verdad que encierra. Delicadas líneas y pliegues se fundían en tonalidades diferentes atravesadas por grandes manchas rojas y negras, fiel a mi impulso que estuvieran. Cierro los ojos cuando cojo el pincel, lo mojo en un bote por azar de pintura y marco lentamente el último trazo. Los abro. Contemplo mi extraña obra, haciéndome preguntas que quedan lejos algunas de tener respuestas que no cambien; no reconocerme como la autora de mi propia creación. Mi arte siempre volverá a mí como a una amada con la que se ha tenido una desavenencia, marcando su fuerte llegada por todo mi ser. 
 Descansando, veo por un momento la obra de uno de los chicos de la clase de pintura, dándole espesas pinceladas aplicando la técnica de impasto. Me fijo en él con más detenimiento siendo de repente atraída. Escogía colores cálidos formando un desierto, un lugar inmenso desconocido, un secreto con una llamada hacia él. Surge la vinculación que escapa a toda palabra y explicación en este mundo. Entonces noto que mis lágrimas cubren mi cara y el joven me mira asombrado con sus ojos negros como el carbón y profundos.    
  -¿Qué te pasa? 
  -No lo sé…

viernes, 13 de diciembre de 2013

Preludio de invierno

Quizás hubiese sido un bonito día por la ciudad si la lluvia no hubiese caído inesperadamente. Dejó sus cosas, cancelando todos sus planes, preparó un café y cogió su máquina de escribir sin más remedio. Allí buscó la inspiración entre sus pensamientos, cualquier cosa que cruzase su mirada podía servirle como inicio: un llavero, un sombrero, una caja con fotografías… Cuando decidió que era hora de empezar, escribió la primera frase pero el ruido de la lluvia impidió su concentración. Ella se levantó y se asomó a la ventana donde pudo apreciar las vistas de la ciudad tan bella donde estaba, haciéndola más la unión de la lluvia. Sintiendo un arrebato, salió a la calle con su mochila y un paraguas negro de lunares blancos experimentando la sensación de estar viviendo ese momento. Todo era precioso con lluvia si tan sólo cambiaba el punto de vista negativo, bailando sola había descubierto una forma diferente en la que podía ser también igual de feliz, sin que el tiempo más amenazase. 
  Descansó de su paseo en un banco del parque donde sacó el cuaderno con el bolígrafo, con la mirada perdida en el cielo lluvioso. Entonces pensó en él, el brillo tan especial de sus ojos y su sonrisa. Escribió sin parar teniéndole presente, pero una y otra vez arrancaba las hojas. A veces eran cartas, donde le preguntaba qué tal le iba, cómo era de bonito ese lugar y le contaba su situación, y otras relatos cortos sobre ellos, historias de ensueño donde él seguía en ella. 
  Cansada, notó que estaba escampando y al poco rato el sol apareció, recibiendo sus rayos calurosos. Tan sólo había quedado una hoja de su cuaderno. Sonrió, y ahí escribió esta historia.

lunes, 2 de diciembre de 2013

La viuda de la orquídea negra

Fragmento del encuentro con el señor Novotny en el mar

   -¿Otra vez por aquí sola, Lady Lovelace? 
  Valeria vio al señor Novotny acercarse hacia su lugar sagrado, adentrándose en la orilla donde ella estaba en su intimidad descalza y con un ligero vestido blanco, inapropiado para que un hombre la viese si recordaba las odiosas normas que le enseñó su madre, a través de años de reprimenda y que ella siempre se rebeló. Pero había llegado hasta aquí, el puesto más alto de sociedad con el matrimonio de su difunto marido, dejándose disfrazar por otros y logrando la vida que tanto ansiaban. ¿Son todos ya felices? Sin duda siempre le quedó esa pregunta por hacerles, gritárselas hasta que sus oídos reventasen si nadie le daba una respuesta razonable que satisficiese años de doctrina y sufrimiento. 
  -Me gusta ver el mar… respondió ella– Me tranquiliza estar a su lado. Cuando estoy lejos de él siento mucho su ausencia, me pongo más nerviosa sin escuchar el canto de las olas y contemplar el horizonte azul. ¡Qué brisa tan agradable hoy! ¿No te parece? 
  Se fijó que el señor Novotny no apartaba la visión de su figura, permaneciendo en un mundo aparte en silencio, volvió a la realidad afirmando mientras se llevaba las manos a la cara y guardaba distancias.    
  -Una vez la vi aquí hace años… Tenía la misma expresión en el rostro. Yo no me atreví a acercarme, pero lo deseaba. Estoy a unos pasos de usted y siento cómo se difunde con el paisaje, como algo que nunca podré alcanzar –él no podía contener la mirada, y Valeria se centró en la inmensidad que le producía el mar. 
  -La sensación que me produce este sitio hace que retome recuerdos que quedaron grabados en mente, recuerdos mágicos con seres especiales. Traje aquí a Bernard antes de su partida a Francia, era un regalo íntimo de mi parte. El plan era ver el atardecer juntos, sólo que el pensamiento de no volver a vernos más hizo que nos absorbiésemos los dos en un edén compartido y olvidásemos el resto. Escuchaba el romper de las olas cuando él conseguía estremecer todo mi cuerpo. El amanecer nos recibió con lágrimas de sal, que quedaron sin querer visibles, limpiándolas en el mar donde consolidaríamos nuestro último recuerdo. Nunca más supe de él… 
  -Sin duda es cierto lo que dicen de usted, la viuda de la orquídea negra. Ya sabrá que vuestras extravagantes historias alcanza el interés de muchos hombres. 
  -Yo no trato de causar polémica, sólo vivir como dicta mi corazón, mis pasiones más profundas. No sólo es el recuerdo de Bernard el que me estremece el alma, sino años atrás el de la persona sin nombre que me desató en el delirio. Era más mayor que yo, una jovencita por aquél entonces, y lo que se me quedó guardado de él era su melena oscura enredada entre mis dedos y el aroma de su cuello a jazmín. Me escapé una noche furiosa de mi hogar, había vuelto a pelearme con mi madre, y caminando llegué a la playa. Hacía frío y las olas sonaban con fuerza. Me quedé inmóvil con los ojos cerrados en la orilla, notando el agua helada en mis pies sin importarme. Entonces, sentí unas manos acariciándome por detrás los hombros, bajándolas suavemente por el resto de mi cuerpo. Mi pulso se aceleraba con la respiración del desconocido que me invadía en una conquista abrasadora. Tomó uno de mis pechos descubriéndolos, masajeándolo aún sin volverse y me arrebató al poco tiempo el vestido deslizándose. Él me dijo, mira a las estrellas, y se fue aventurando más en mí. Fue cuando noté que sus ropas caían y por fin pude verle, su rostro bello y excitado por ser el primero en poseerme. Una mezcla de dolor y pasión que me quedaría grabada mi primera vez. A la mañana siguiente él se fue, pero por la noche volví a acudir a la misma playa y volvimos a retomar nuestros cuerpos. Una historia que siguió de encuentros y desencuentros amorosos hasta la noche que no volvió a aparecer más, dejándome sola y con su deseo a flor de piel.
  La imagen de su amante desconocido hizo que se le acalorase el cuerpo quitándose el vestido blanco y quedando desnuda a espaldas del señor Novotny. 
  -Está haciéndose tarde, señor Novotny. Su mujer estará preocupada, vaya a su lado antes de que se intranquilice más. Dígale a los míos que no tardaré mucho en ir.
  Valeria se adentró con paso firme en el mar y allí se sumergió evadiéndose en sí misma sin contar el tiempo con el recuerdo profundo de sus amantes. 

sábado, 30 de noviembre de 2013

Mnemosyne

Todo quedó en silencio cuando se dijo la última palabra. Nada podía hacer inmovilizada por el abrumado sentimiento. Apartó su mirada lejos de sus ojos para no ser bañada en lágrimas. El frío que corría no parecía ya importarle, no lo sentía. Las palabras fueron armas para proteger la fortaleza de su corazón, cada vez más frágil, había concentrado todas sus fuerzas para lograr el ultimátum. Perder lo que no nunca había poseído y anhelado para que el adiós fuese menos nostálgico. Que las cicatrices de ambos se escondiesen bajo capas con el propósito que un día sanasen con el tiempo. Abandono de sueños en un mundo donde nada parece durar.    

Memorias caen de las hojas de los árboles donde le representa. Memorias, igual que la caída del otoño con su marcha. A la dulce Mnemosyne acudió para calmar su dolor. Hacer desaparecer hasta el último de sus recuerdos, como si nunca hubiese existido su encuentro. Amnesia lacunar que la piadosa Mnemosyne ofrecerá. No volver a mirar atrás el pasado extrañando los momentos nunca vividos, penetrar en ella la esencia de su ser. Todo se irá perdiendo en el regazo de Mnemosyne, que se lo llevará como un tesoro más guardado bien entre sus posesiones. Su cálida sonrisa se desvanece, luego las acaricias, su voz... Nada queda.

Despertar del sueño intranquilo sin saber el motivo de las lágrimas, sentir un vacío en su corazón con el que llena con su actividad esperando así recomponerse. El reloj marca las horas demasiado despacio mientras ella intenta descifrarse a sí misma delante de un espejo, el por qué de la tristeza que la invade. Gritos que sólo acaban en sofocantes ecos. Música delirante en la que se sumerge para apaciguar el alma durante la noche. Mundo perdido en otro donde no existe los caminos asegurados, nunca fueron dichos, sólo la incertidumbre y la elección propia del viaje. No existe el destino, sólo el azar en la vida que nos condiciona. Y ella era un ejemplo de lucha.  

martes, 24 de septiembre de 2013

Una mañana a las tres en la estación

Daban las tres de la mañana en alguna estación insignificante de España. Entre la gente que entraba y salía, todos a un ritmo frenético, una joven cualquiera se encontraba frente al panel de horarios. Sin parar de mirarlo, allí quieta permaneció durante minutos, mientras el mundo seguía moviéndose. Finalmente, fue a sentarse a los bancos donde su mirada se perdió en un punto fijo del suelo. 
  -Me pregunto qué estará pensando aquella chica frente al panel, ¿tú no? –le dijo una voz femenina de atrás. 
Vio a la chica que se refería y era ella misma, pero ella, si algo había aprendido, era que la vida no tenía límites para sorprendernos quedando todo reducido a una normalidad, aunque mostrándose de diferentes formas, e incluso absurdo cuando el ser humano alcanza ciertos estados lejos de las convenciones sociales. 
-¿Por qué está aquí? –volvió a preguntar.
-Hay una habitación… Sólo la luz de una lámpara ilumina el escritorio donde está. Horas en silencio frente al papel en blanco, buscando las palabras adecuadas para transmitir sus agitados sentimientos. Imposible captar lo quiere por su corazón indomable, establecer en el escrito tales pasiones y debilidades desnudando su alma... Algo así no puede ser recogido y atrapado por las palabras, va más allá de lo que puede parecer e imaginar una persona. Una lucha invade su interior, ardiendo de deseo por mostrar las llamas que anunciará una victoria o derrota. Es consciente que tiene que responder ante el papel, y viéndose apurada con el tiempo, manifiesta en lo que puede pequeñas frases superficiales para que no tarden en llegar a su destino. Oculta una vez más, deshaciendo en pedazos las hojas manchadas de lágrimas y las que muestran mayor soltura revelando su confesión. 
-¿Por qué permanece aún?
-El desvío la incitaba a ir al encuentro de él, reencontrarse para volver a compartir aquellos momentos de felicidad; sentir su suave piel sin más hiel, saborear el néctar de sus labios sin parar hasta saciarse, despertando el ansia en otras partes de su cuerpo; perderse juntos en el laberinto de su mundo… Pero aproximándose la llegada inevitable de la marcha, decidió no ir. Tuvo miedo. Así fue como dejó ir el autobús de las tres de la mañana, aceptando cuanto antes la situación y protegiendo con una coraza más firme sus sentimientos.
-¿Por qué?
-Ojalá hubiese respuestas para todo, pero vivir en la incertidumbre es lo que nos mantiene en movimiento para estar cuerdos.
Ella finalizó levantándose. Entonces se dio cuenta de que la voz de la persona correspondía a ella misma de nuevo. Su otra yo seguía en el panel impasible. Por última vez echó un vistazo a la que había permanecido a su lado, resbalándose una lágrima de líquido negro de su ojo. Minutos después, había abandonado la estación.   

sábado, 31 de agosto de 2013

Nina

Una vez más vuelvo abrir con la llave la puerta de aquél viejo desván, 
donde está guardado mi antiguo piano y mis recuerdos. 

Desde que era una niña, le he dado vueltas a mi mente.
Canté en ese piano, desgarré mi vestido blanco, grité y lloré.

Y no quiero ver lo que he visto, para deshacer lo que he hecho.
Apagar todas las luces, dejar que la mañana llegue.

Una hoja en blanco sigue esperando su partitura eternamente.
Partí la pluma para crear la melodía del silencio.

En este champán, perdida en la embriaguez para afrontar el mundo. 
Es como me siento cuando cae la noche y estoy sola.

Porque soy un alma difícil de salvar en medio de un océano,
pero lo bordearé con fuerza para encontrar el camino.

Ahora hay una luz azul en mis ojos, y mi amante está en mi mente.
Y cantaré en el piano, desgarraré mi vestido blanco, gritaré y lloraré.

viernes, 16 de agosto de 2013

Era de Cristal

Con el tiempo los seres humanos aprendieron a convertirse en cristal, siendo tan frágiles como él, protegiéndose tras el frío que les garantizaba la ausencia de sufrimiento sin que una lágrima cayese más y les atormentase el alma el mundo y las personas. Se inmovilizaron como estatuas en el reino del silencio, sin que se esbozarse jamás una cálida sonrisa. Renunciaron a vivir toda experiencia encerrados en sí mismos, y, aunque a veces había algunos que se consumían dentro de esa coraza, sabían que era lo correcto, que así estaban protegidos. Ninguno era dueño de sus propias acciones, siendo prisioneros en su cárcel de cristal.
Una vez alguien oyó decir que un pájaro azul paró en su descanso en el hombro de una de estas estatuas de cristal. El pájaro azul, observando al ser impasible, notando su tacto frío, vio a través de sus ojos la melancolía de su alma.
-¡Oh, ser de cristal! -dijo el pájaro- ¡Cómo es posible que tú no puedas disfrutar de la brisa y el movimiento que yo tengo! 
Aguardó una respuesta, hasta que tras el silencio oyó un grito incesante. Compadeciéndose de él, atacó con su pico el cristal con la intención de liberarlo de dicho suplicio. Poco a poco, iba consiguiendo su propósito, apenándose de acabar con su vida, pero sabía que eso era lo que quería su extraño amigo. Entonces, el cristal cayó entero en miles de pedazos. Sorprendido, el pájaro vio que aquél ser aún conservaba la carne, y pudiendo moverse, gritó con todas sus fuerzas su llegada al mundo. 
  Desde entonces hay estatuas de cristal que consiguieron con voluntad liberarse de la coraza de sus sentimientos protegidos, otras que al hacerlo acabaron rompiéndose en trozos de cristal y las que aún perduran estables en el tiempo. 

domingo, 9 de junio de 2013

Mundo fantasma

En un mundo fantasma haré fotografías 
para recordar esta soledad. 
Darle un soporte a lo inexistente, 
pues ya la mentira cimienta los castillos de piedras, de naipes.

El viento sopla anunciando su derrota, 
siempre habiendo  una dirección que seguir. 
Sobre la nada sólo queda construir.

lunes, 3 de junio de 2013

El espejo maldito

Había una vez, hace mucho tiempo, en plena Edad Media, una leyenda que contaba la historia de una princesa y un espejo maldito. 
La princesa del Castillo de los Cielos habitaba aburrida entre sus lujos. A veces cogía algunas de sus riquezas y las repartía entre los pobres. Ella tenía buen corazón pero era muy presumida con su belleza ya que se creía superior a todas las jóvenes. 
Su habitación estaba adornada, la mayor parte, con espejos en los que la princesa no paraba de admirarse. El rey estaba tan desesperado con tal obsesión que mandó quitar todos los espejos de la habitación de su hija. Después de hacerlo, la princesa se sintió muy triste sin sus espejos.
Un día más de tristeza para la princesa, una anciana fue a visitarla al castillo. Decía que venía desde muy lejos para regalarle un espejo muy especial. Sonriente y feliz, la princesa aceptó el regalo enseguida. 
-Espero que te guste, niña –dijo la anciana.
-¡Me encanta! –exclamó ella.
-Este espejo es un objeto bastante especial... Que seas muy feliz con él.
-¡Sin duda! Muchas gracias.
El espejo tenía una decoración bellísima y no tardó en obsesionarse con él.
Los siguientes días los pasó encerrada en su alcoba. Los sirvientes no paraban de preocuparse por la princesa, al igual que ella no paraba de contemplarse en el espejo.
-¿Hoy mi hija tampoco baja a comer? –preguntó el rey en el comedor.
-No, mi señor. 
-Todo esto es muy raro... Ya lleva dos días sin salir de sus aposentos. 
Preocupado, fue a ver a su hija pero parecía que la puerta estaba protegida por algún poderoso hechizo. Entre todos los guardias intentaron romperla, pero fue en vano. 
Durante un año intentaron romper la maldición... Hasta que un buen día el rey murió de enfermedad y fue coronado –por falta de herederos– su malvado primo hermano Pedro Alfonso. Fue entonces cuando se abandonaron los cargos de salvar a la princesa. El nuevo rey, un gran egoísta, nunca ideó una forma para sacarla de allí. La princesa, vieja y fea a causa del hechizo del espejo, permaneció encerrada en su sombría habitación, aguardando un rayo de esperanza...

En nuestros tiempos, Elisa, una joven estudiante de la universidad, se hallaba estudiando en la biblioteca. Cuando terminó, su padre la fue a recoger para irse a pasar unas vacaciones al pueblo de su madre. Había pasado muchos años desde que no iba y apenas se acordaba del lugar y sus habitantes. Para Antonio, su hermano menor, resultó un viaje emocionante pues nunca había estado, aunque para Elisa no era para tanto un pueblo pequeño y aburrido.    
Una vez allí, deshicieron sus maletas y colocaron sus pertenencias lo más adecuadamente. Sin nada que hacer más, Elisa salió con su hermano a jugar a las afueras del pueblo, en un bosque. 
-¡Chicos! –les riñó un anciano que venía de coger leña–. ¡No juguéis cerca del bosque!
-¿Ocurre algo malo? –preguntó Elisa.
-Tened cuidado...
Por la noche, después de haber cenado, Elisa les contó a sus padres lo que había pasado con el tema del bosque. Entonces su madre le respondió:
-Es por la princesa y el espejo maldito. Cuenta la leyenda que en las profundidades del bosque se encuentra el castillo fantasmal de los Cielos. Allí dentro, en una habitación, está encerrada la princesa.
-¿Es guapa? –preguntó inocentemente Antonio.
-Era muy hermosa... Pero la maldición del espejo la convirtió en una mujer fea y vieja.
El niño tembló mientras su hermana se llevaba unas risas. Su madre pidió que no se adentraran en el bosque por precaución aunque Elisa, curiosa, dudó.
Al día siguiente, paseando cerca del bosque, escuchó a una mujer cantar. Sorprendida, volvió a su casa para contárselo a su hermano, el cual no la creyó. Por la noche, se dirigió a su cama, lo despertó y le dijo:
-Vayamos a investigar el caso de la princesa.
-¿Te has vuelto loca? 
-Tal vez... ¿Nunca has querido vivir una aventura?
Finalmente acabó convenciéndole. Se vistieron, cogieron dos linternas y se escaparon hacia el bosque. Una niebla hacía confundir la vista de Elisa. Caminaron hasta encontrase con un pañuelo de seda en la rama de un árbol. Antonio trepó y lo cogió.
-¡Elisa! Desde aquí veo un castillo... ¡Es el Castillo de los Cielos!
-¡Viva! Ahora vayamos hacia allá.
En el momento en que fue a bajarse, el niño se hizo daño. Se había caído torciéndose el tobillo. Elisa cargó con él hasta el castillo ya que algo le decía que tenía que ir.
Entraron por una gran puerta que se les abrió a su paso y observaron el gran comedor.
-¡Qué bonito! –dijo Antonio descansando.
-Lo malo es que está todo muy sucio... ¡Ah! Bichos.
Elisa miró como los gusanos se movían por los cubiertos de la mesa. Se extrañó al escuchar  un susurro diciendo su nombre y pidiendo ayuda. Miró a su alrededor y vio la figura fantasmal de una dama. Como estaba de espaldas, no pudo verla muy bien. La siguió, ya que los susurros aumentaron a su paso. No se dio cuenta que había dejado a su hermano solo. 
El fantasma la condujo hasta la entrada de una habitación. En ella pudo entrar con facilidad. Vio, sentada en la cama, a la dama mirándose en un espejo. El reflejo reflejaba a una joven mujer guapa pero cuando Elisa fue a verla... ¡Era una vieja espantosa! Con  mucho pánico, salió inmediatamente cerrando la puerta tras sí.
Cuando fue a ver a Antonio, éste no estaba. Lo buscó por todas las habitaciones del castillo en las que pudo entrar, pero en ninguna estaba. Pensó un rato y decidió visitar de nuevo la habitación de la dama, la cual no estaba, sólo había un espejo. Ella lo cogió y pudo contemplarse muy hermosa. 
-¡Oh!... –se obsesionó inmediatamente–. ¡Qué maravilla!
Fue entonces cuando su hermano apareció ignorando lo que hacía y preocupándose por salir del lugar aquél tan siniestro, sabía que si sus padres se enteraban no dudarían en castigarlos de por vida. Pero recordó algo que le había llamado la atención y quiso mostrárselo a su hermana. 
-¡Elisa! Te he estado buscando... He encontrado una cosa muy curiosa. ¡Vamos!
Llevándose el espejo, Antonio la condujo hasta un retrato. Se trataba del cuadro de la princesa de la leyenda. Sostenía un espejo de plata.
-Se parece mucho a ti, hermanita –Elisa se fijó bien en el rostro de la joven.
-Tonterías.
Se miró en el espejo, y al ponerlo proyectando hacia el retrato, vio reflejada a la princesa vieja y fea. Supo que la dama con la que se había encontrado era ella, sin duda.
-¡Salgamos de aquí! –le dijo.
-¿No eras tú la que quería venir?
-Sí, pero la cosa se está poniendo peligrosa.
Los dos hermanos intentaron escapar por la entrada, aunque una fuerza mágica les impedía el paso. Antonio lloró y Elisa, sentada en el suelo, no paraba de mirarse en el espejo. Un poco más tarde, todavía encerrados, ella cantó la misma canción que escuchó a la mujer en el bosque. 
-¡¿Cómo puedes cantar en una situación así?! ¿Por qué no me ayudas a encontrar una salida? ¿Elisa?... ¿Te encuentras bien?
Poseída por el espejo, no pudo escuchar a su hermano gritándole una y otra vez. 
-¡Ayúdame! –escuchó Antonio hablar a alguien.
El fantasma de la princesa vieja y fea se le apareció. El niño creía que iba a hacerles daño. Entonces gritó. Pidió ayuda a Elisa, pero ella no reaccionaba. 
-Espejo bonito... –repetía.
-¡Despierta, Elisa! ¡No quiero morir! 
Acto seguido, vio como su rostro se iba arrugando y consumiendo en el espejo.  
-¡El espejo está maldito! –le gritó el fantasma acercándose a él moviéndose desesperada y llorando– Es la maldición que pesa sobre nosotras.
  -Quiero a mi hermana mucho... ¿Qué puedo hacer yo?
-¡Sálvanos!... ¡Sálvanos! –repitió.
Sin aguantar toda la ira que le corría por el cuerpo, quitó el espejo a su hermana. Procuró no verse en él mientras pensaba una solución.
-¡Mi espejo! –gritaron las dos.
-No...
Con todas sus fuerzas, rompió el espejo y los trocitos reconstruyeron el rostro de ambas. Los dos se abrazaron a la vez que la princesa volvía a ser la que era antes.
-Te debo una, campeón –le dijo a Antonio.
-No hace falta, Elisa.
-Tanto tiempo he estado encerrada y prisionera de mi belleza... –suspiró la princesa–. ¡Ojalá pudiera viajar al pasado! Lo siento mucho...
Elisa se compadeció de ella. Un rayo de luz iluminó la sala. Los habitantes del castillo aparecieron para recoger a la princesa: su pesadilla ya había terminado.
-Por favor –se dirigió a Elisa–, acepta este colgante como prueba de mi agradecimiento.
-Gracias –se lo puso y vio el adorno con forma de flor de cristal que tenía. 
Se despidieron y cada uno volvió a su casa.
Al día siguiente, partieron de vuelta al hogar pues había ocurrido problemas de trabajo que requerían su vuelta enseguida de su madre. Estando en el coche, le dijo a su hija:
-No me había dado cuenta de que te habías comprado un colgante tan bonito.
-Es muy bonito –dijo sonriendo su padre mientras conducía.
Elisa rió. Observando los árboles por la ventana, sintió una fuerte alianza con la princesa... Una unión que no había palabras para describirla. Ahora era para ella su salvadora y le estaría agradecida toda la vida.