domingo, 9 de junio de 2013

Mundo fantasma

En un mundo fantasma haré fotografías 
para recordar esta soledad. 
Darle un soporte a lo inexistente, 
pues ya la mentira cimienta los castillos de piedras, de naipes.

El viento sopla anunciando su derrota, 
siempre habiendo  una dirección que seguir. 
Sobre la nada sólo queda construir.

lunes, 3 de junio de 2013

El espejo maldito

Había una vez, hace mucho tiempo, en plena Edad Media, una leyenda que contaba la historia de una princesa y un espejo maldito. 
La princesa del Castillo de los Cielos habitaba aburrida entre sus lujos. A veces cogía algunas de sus riquezas y las repartía entre los pobres. Ella tenía buen corazón pero era muy presumida con su belleza ya que se creía superior a todas las jóvenes. 
Su habitación estaba adornada, la mayor parte, con espejos en los que la princesa no paraba de admirarse. El rey estaba tan desesperado con tal obsesión que mandó quitar todos los espejos de la habitación de su hija. Después de hacerlo, la princesa se sintió muy triste sin sus espejos.
Un día más de tristeza para la princesa, una anciana fue a visitarla al castillo. Decía que venía desde muy lejos para regalarle un espejo muy especial. Sonriente y feliz, la princesa aceptó el regalo enseguida. 
-Espero que te guste, niña –dijo la anciana.
-¡Me encanta! –exclamó ella.
-Este espejo es un objeto bastante especial... Que seas muy feliz con él.
-¡Sin duda! Muchas gracias.
El espejo tenía una decoración bellísima y no tardó en obsesionarse con él.
Los siguientes días los pasó encerrada en su alcoba. Los sirvientes no paraban de preocuparse por la princesa, al igual que ella no paraba de contemplarse en el espejo.
-¿Hoy mi hija tampoco baja a comer? –preguntó el rey en el comedor.
-No, mi señor. 
-Todo esto es muy raro... Ya lleva dos días sin salir de sus aposentos. 
Preocupado, fue a ver a su hija pero parecía que la puerta estaba protegida por algún poderoso hechizo. Entre todos los guardias intentaron romperla, pero fue en vano. 
Durante un año intentaron romper la maldición... Hasta que un buen día el rey murió de enfermedad y fue coronado –por falta de herederos– su malvado primo hermano Pedro Alfonso. Fue entonces cuando se abandonaron los cargos de salvar a la princesa. El nuevo rey, un gran egoísta, nunca ideó una forma para sacarla de allí. La princesa, vieja y fea a causa del hechizo del espejo, permaneció encerrada en su sombría habitación, aguardando un rayo de esperanza...

En nuestros tiempos, Elisa, una joven estudiante de la universidad, se hallaba estudiando en la biblioteca. Cuando terminó, su padre la fue a recoger para irse a pasar unas vacaciones al pueblo de su madre. Había pasado muchos años desde que no iba y apenas se acordaba del lugar y sus habitantes. Para Antonio, su hermano menor, resultó un viaje emocionante pues nunca había estado, aunque para Elisa no era para tanto un pueblo pequeño y aburrido.    
Una vez allí, deshicieron sus maletas y colocaron sus pertenencias lo más adecuadamente. Sin nada que hacer más, Elisa salió con su hermano a jugar a las afueras del pueblo, en un bosque. 
-¡Chicos! –les riñó un anciano que venía de coger leña–. ¡No juguéis cerca del bosque!
-¿Ocurre algo malo? –preguntó Elisa.
-Tened cuidado...
Por la noche, después de haber cenado, Elisa les contó a sus padres lo que había pasado con el tema del bosque. Entonces su madre le respondió:
-Es por la princesa y el espejo maldito. Cuenta la leyenda que en las profundidades del bosque se encuentra el castillo fantasmal de los Cielos. Allí dentro, en una habitación, está encerrada la princesa.
-¿Es guapa? –preguntó inocentemente Antonio.
-Era muy hermosa... Pero la maldición del espejo la convirtió en una mujer fea y vieja.
El niño tembló mientras su hermana se llevaba unas risas. Su madre pidió que no se adentraran en el bosque por precaución aunque Elisa, curiosa, dudó.
Al día siguiente, paseando cerca del bosque, escuchó a una mujer cantar. Sorprendida, volvió a su casa para contárselo a su hermano, el cual no la creyó. Por la noche, se dirigió a su cama, lo despertó y le dijo:
-Vayamos a investigar el caso de la princesa.
-¿Te has vuelto loca? 
-Tal vez... ¿Nunca has querido vivir una aventura?
Finalmente acabó convenciéndole. Se vistieron, cogieron dos linternas y se escaparon hacia el bosque. Una niebla hacía confundir la vista de Elisa. Caminaron hasta encontrase con un pañuelo de seda en la rama de un árbol. Antonio trepó y lo cogió.
-¡Elisa! Desde aquí veo un castillo... ¡Es el Castillo de los Cielos!
-¡Viva! Ahora vayamos hacia allá.
En el momento en que fue a bajarse, el niño se hizo daño. Se había caído torciéndose el tobillo. Elisa cargó con él hasta el castillo ya que algo le decía que tenía que ir.
Entraron por una gran puerta que se les abrió a su paso y observaron el gran comedor.
-¡Qué bonito! –dijo Antonio descansando.
-Lo malo es que está todo muy sucio... ¡Ah! Bichos.
Elisa miró como los gusanos se movían por los cubiertos de la mesa. Se extrañó al escuchar  un susurro diciendo su nombre y pidiendo ayuda. Miró a su alrededor y vio la figura fantasmal de una dama. Como estaba de espaldas, no pudo verla muy bien. La siguió, ya que los susurros aumentaron a su paso. No se dio cuenta que había dejado a su hermano solo. 
El fantasma la condujo hasta la entrada de una habitación. En ella pudo entrar con facilidad. Vio, sentada en la cama, a la dama mirándose en un espejo. El reflejo reflejaba a una joven mujer guapa pero cuando Elisa fue a verla... ¡Era una vieja espantosa! Con  mucho pánico, salió inmediatamente cerrando la puerta tras sí.
Cuando fue a ver a Antonio, éste no estaba. Lo buscó por todas las habitaciones del castillo en las que pudo entrar, pero en ninguna estaba. Pensó un rato y decidió visitar de nuevo la habitación de la dama, la cual no estaba, sólo había un espejo. Ella lo cogió y pudo contemplarse muy hermosa. 
-¡Oh!... –se obsesionó inmediatamente–. ¡Qué maravilla!
Fue entonces cuando su hermano apareció ignorando lo que hacía y preocupándose por salir del lugar aquél tan siniestro, sabía que si sus padres se enteraban no dudarían en castigarlos de por vida. Pero recordó algo que le había llamado la atención y quiso mostrárselo a su hermana. 
-¡Elisa! Te he estado buscando... He encontrado una cosa muy curiosa. ¡Vamos!
Llevándose el espejo, Antonio la condujo hasta un retrato. Se trataba del cuadro de la princesa de la leyenda. Sostenía un espejo de plata.
-Se parece mucho a ti, hermanita –Elisa se fijó bien en el rostro de la joven.
-Tonterías.
Se miró en el espejo, y al ponerlo proyectando hacia el retrato, vio reflejada a la princesa vieja y fea. Supo que la dama con la que se había encontrado era ella, sin duda.
-¡Salgamos de aquí! –le dijo.
-¿No eras tú la que quería venir?
-Sí, pero la cosa se está poniendo peligrosa.
Los dos hermanos intentaron escapar por la entrada, aunque una fuerza mágica les impedía el paso. Antonio lloró y Elisa, sentada en el suelo, no paraba de mirarse en el espejo. Un poco más tarde, todavía encerrados, ella cantó la misma canción que escuchó a la mujer en el bosque. 
-¡¿Cómo puedes cantar en una situación así?! ¿Por qué no me ayudas a encontrar una salida? ¿Elisa?... ¿Te encuentras bien?
Poseída por el espejo, no pudo escuchar a su hermano gritándole una y otra vez. 
-¡Ayúdame! –escuchó Antonio hablar a alguien.
El fantasma de la princesa vieja y fea se le apareció. El niño creía que iba a hacerles daño. Entonces gritó. Pidió ayuda a Elisa, pero ella no reaccionaba. 
-Espejo bonito... –repetía.
-¡Despierta, Elisa! ¡No quiero morir! 
Acto seguido, vio como su rostro se iba arrugando y consumiendo en el espejo.  
-¡El espejo está maldito! –le gritó el fantasma acercándose a él moviéndose desesperada y llorando– Es la maldición que pesa sobre nosotras.
  -Quiero a mi hermana mucho... ¿Qué puedo hacer yo?
-¡Sálvanos!... ¡Sálvanos! –repitió.
Sin aguantar toda la ira que le corría por el cuerpo, quitó el espejo a su hermana. Procuró no verse en él mientras pensaba una solución.
-¡Mi espejo! –gritaron las dos.
-No...
Con todas sus fuerzas, rompió el espejo y los trocitos reconstruyeron el rostro de ambas. Los dos se abrazaron a la vez que la princesa volvía a ser la que era antes.
-Te debo una, campeón –le dijo a Antonio.
-No hace falta, Elisa.
-Tanto tiempo he estado encerrada y prisionera de mi belleza... –suspiró la princesa–. ¡Ojalá pudiera viajar al pasado! Lo siento mucho...
Elisa se compadeció de ella. Un rayo de luz iluminó la sala. Los habitantes del castillo aparecieron para recoger a la princesa: su pesadilla ya había terminado.
-Por favor –se dirigió a Elisa–, acepta este colgante como prueba de mi agradecimiento.
-Gracias –se lo puso y vio el adorno con forma de flor de cristal que tenía. 
Se despidieron y cada uno volvió a su casa.
Al día siguiente, partieron de vuelta al hogar pues había ocurrido problemas de trabajo que requerían su vuelta enseguida de su madre. Estando en el coche, le dijo a su hija:
-No me había dado cuenta de que te habías comprado un colgante tan bonito.
-Es muy bonito –dijo sonriendo su padre mientras conducía.
Elisa rió. Observando los árboles por la ventana, sintió una fuerte alianza con la princesa... Una unión que no había palabras para describirla. Ahora era para ella su salvadora y le estaría agradecida toda la vida.