domingo, 20 de abril de 2014

Mademoiselle Clé

La clé de la mélancolie

Mademoiselle Clé atrapó el corazón de su amado cuando éste decidió abandonarla, vagando por los desiertos. 
 Añorando su latir, caminando por un mundo de tinieblas, él fue a buscarla pero ella se negó volver. Entre lágrimas que formaron un río –donde los cocodrilos irían a morar más tarde– ellos dos se compadecían... Mademoiselle Clé se apoderó entonces de su corazón, guardándolo en una jaula de hielo, cuya llave le entregó marchándose lejos hasta el día en que sus vidas volvieran a cruzarse y el hielo se derritiese y puediese utilizar la llave, recuperando su corazón y su amor. 
 El fiel amado se aferró a esa llave durante años, recorriendo cada lugar donde lo haría ella, suspirando cada recuerdo de su imagen. Cada noche anhelaba verse en el reflejo de sus bellos ojos, ser el motivo de su sonrisa. 
 Siguió recorriendo el mundo, sin darse cuenta de que estaba vivía en un estado de dependencia. Hasta el día en que conoció al forastero: un extraño hombre de abrigo negro que iba cargando con una maleta en su solitario viaje. Entonces, admitió haber renunciado a la autonomía para vivir subordinado.
 Pasó un largo tiempo en que no recibió noticias de Mademoiselle Clé. Desconocer su paradero le inquietaba el alma, atormentándole la idea de que ella le hubiese olvidado. 
 Su mirada se encontraba en el vacío como el mismo estado en que se encontraba su copa vacía de vino, tras lo que seguía pidiendo para rellenar aquél círculo vicioso. Cuando una de esas noches, emborrachándose inútilmente en desamor, sacó su última moneda del bolsillo y pidió un deseo al viento: que le mostrase el camino hacia ella. Por un breve instante, pudo visualizarla cubierta de oro en brazos de otro hombre, pero ella, gloriosa esperanza, seguía conservando la jaula con su corazón. 
 Asumiendo el riesgo, decidió retomar en el mes más caluroso del año el camino hacia el lugar donde había condenado su unión: se aventuró en el desierto únicamente con la llave, resinándose a todo lo que le deparase el destino. Su mente estaba libre de dolor, absorta en cada espejismo que él mismo creaba, y se engañaba con su imagen, sus lágrimas evaporadas por el sol. 
 Finalmente, llegó a un oasis donde pudieron socorrerle de su locura. Guardó descanso durante tres días hasta que se recuperó, sintiendo cómo la tristeza cómo volvía a invadirlo devolviéndolo a la realidad. Sólo entonces, cuando decidió partir, envuelto en otro arrebato, al encuentro de su amada, se produjo una ventisca dificultando su paso. 
 La arena se le había metido en sus ojos y casi no podía distinguir bien los objetos y personas que corrían resguardándose de las inclemencias del tiempo. Pero su voluntad era suficientemente fuerte para continuar la lucha, incluso si tenía que enfrentarse contra mil demonios del desierto. 
 La ventisca finalizó dejándole exhausto, permitiéndole observar cómo una mujer que se acercaba hacia él, meciéndose sus ropajes formados por velos, hasta pararse a unos diez pasos. Él no necesitó seguir mirándola más al ver la jaula de metal que sostenía en su mano, la jaula que encerraba su anhelado corazón cautivo. Las lágrimas resbalaron por su rostro, limpiando la arena de sus ojos en su total visión de Mademoiselle Clé. El silencio perduró entre ambos mientras sus miradas seguían fijadas en el otro. Él continuaba sujetando con fuerza aquella llave que le había acompañado en su espera... Sin embargo, el rostro de Mademoiselle Clé se había vuelto indescifrable.
      
L'étranger

El rumbo de su decisión le había llevado hasta ese lugar apartado de todos, contemplando las olas que se movían agitadas por el viento, recorriéndole una sensación de extrañeza. 
 Sacó de su maleta bolígrafo y cuaderno, donde escribió, de forma automática, las frases que fueron formando una historia. 
 Se dio cuenta de que era la de aquél hombre, con el que sus caminos se habían cruzado tan sólo una vez, aquél hombre que vivía apegado a una llave. 
 Hizo una pausa pensando en el pobre infeliz. Entonces, recordó lo que oyó una vez por los alrededores sobre una mujer, cuya descripción coincidía con la que el hombre le había dado, a la que habían visto caminar por el oeste del desierto cargando una jaula que encerraba un corazón.
 Los rumores apuntaban a que había huido de tierras lejanas el mismo día de su matrimonio con un marqués. Nadie conocía los motivos, y la mujer era un ser tan impenetrable que encontró fácilmente la forma de abrirse paso en aquel lugar hostil.
 El forastero se hizo innumerables preguntas sobre si ambos amados habían podido encontrarse, retomarse… Pero eso nunca lo sabría. Sólo tenía hojas para escribir historias en las que podría dar respuesta  a su pregunta, pues era un pequeño dios en la creación, aunque nunca hallaría el verdadero final que le satisficiera. Poco a poco, llegó a la conclusión de que su historia ni siquiera merecía ser contada por aquellos enredosos amantes. Así que decidió tirar su escrito al mar, donde se perdería deshaciéndose su existencia. 
 ¡Forastero, forastero!… ¿Acaso subestimas el poder del escritor? ¿No fui yo la que te dio vida, tu más que pequeño dios? Tú búsqueda insaciable siguió, y la historia escrita quedó.