jueves, 1 de enero de 2015

Un café con sal

"Ésta es mi oración: Toma este anillo, que es un signo del enlace entre ella y yo, y cuando llegues a tierra, preséntate como un comerciante de seda y telas, de modo que ella pueda ver el anillo. 
Entonces sabrá que mi corazón la saluda y que sólo ella puede darle consuelo, y que si nada hace moriría. 
Recuérdale nuestro pasado y nuestra tristeza y toda la alegría que había en nuestro amor fiel y tierno. 
Ojalá los corazones hallen fuerza contra la inconstancia, pese al dolor y toda la amargura de amar."

Joseph Bédier, La historia de Tristán e Isolda

 -Ya va quedando menos, ¿lo sabes, no?
 Antoine paró de mover su café con la cucharilla mirando fijamente los ojos brillantes de Monelle, tan oscuros y profundos como su ser. Presentía que era un momento decisivo en sus vidas, pero ella seguía estando incluso más hermosa bajo esa aura de fragilidad. 
 -Pensé que esta vez te quedarías… 
 -Es difícil poder explicarlo, esto que me invade por dentro y escapa a cualquier palabra para definirlo. Lo tuve la primera vez que nos conocimos, presagiándome de los hechos que ocurrirían en nuestra historia, como aquella música romántica en el teatro que sabía que sonaría mientras te veía. Ahora apenas hay tiempo, quizás unos cuantos minutos hasta que te termines ese café y salgamos de aquí.
 -Entonces no me lo terminaré nunca –respondió con atrevimiento.   
 -¡Cómo te gustan los retos! –esbozó una delicada sonrisa dejando una pausa–. Nada es eterno… Yo nunca me quedo, no puedo. Siempre he sido hija del viento, sin haber conocido en mi vida un lugar estable que hiciese quedarme, estoy adaptada a ser así. Si decidiese permanecer a tu lado tú acabarías abandonándome, y mi corazón no podría resistirlo, porque nunca conoció tal pérdida…
 -He de confesar que me volvían desconcertantes tus reacciones indiferentes cuando te hablaba o escribía de hacer planes juntos, precisamente a mí que el trabajo y tiempo lo tengo controlado… Parecía que no te importase.
 -¡Al contrario! Yo puse mi confianza en ti, me importabas mucho, aún cuando lo intentaba ocultar mintiéndote sin ser consciente… Pero me di cuenta que tus palabras eran vacías sin tus actos y el control que ya te gustaba tener incluso en las personas, como el tenerme a mí, sin dejar que nada se desvelase nuevo en el mundo con tu ritmo marcado. Este sitio ya está cambiando para mí: el café antes lo recordaba con mejor sabor suspiró ella. 
 -Bueno, espero que tú logres algún día tener trabajo y me cuentes si tienes esa libertad para tomarte las cosas sin el estrés y cansancio que supone ocuparse de un oficio –su voz contenía dureza y resentimiento, acercándose la taza para beber. 
 -Ojalá pudiese volver atrás en el tiempo para revivir la etapa de juventud donde el amor era inocente, puro sin ningún tipo de daño en la experiencia que nos condicionase tanto ya los que vivimos. Pocas personas conocí entregadas de corazón, pocos valientes quedan dispuestos a mostrarse auténticos sin protegerse bajo las apariencias... o sin que estén pensando en alguna antigua pareja que derrumbe a la persona ilusionada con la que están –Antoine se mantuvo por unos instantes tenso, dejando la taza para que no se le notase su malestar–. No me importa si puedas tener en tu mente el anhelo del regreso de una mujer de tu pasado, acepto la realidad como es y el peso de la levedad del ser por el que somos marcados. Pero he de reconocer que serías un completo egoísta… No sé, el mundo parece más triste así, desilusionándote las relaciones humanas cada día más. Cortázar tiene una frase que me encanta, y voy reflejándome más con ella, que dice: cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos.
 Monelle sonrió sinceramente como vería por última vez Antoine en su vida, grabándose su imagen en aquella cafetería una mañana gris de domingo. Preguntó si había terminado, y respondiendo que sí se apresuró ella en ir a la barra a pagar la cuenta de los dos, quedándose solo en la mesa mientras reflexionaba cómo sus palabras le habían penetrado. Una lágrima resbaló cayéndose en la taza de café, mezclándose con los restos de gotas. Acto seguido, se secó los ojos para aparentar normalidad mientras veía a Monelle aproximándose, donde una vez que llegase se levantaría, se podrían los abrigos, saldrían de la cafetería y se despedirían como amigos, que serían conocidos, tomando luego el camino hacia su trabajo comprobando la hora exacta de su reloj.