Como dos criaturas
oscuras
perdidas en el
desierto,
que tragaron
demasiado arena
a falta de alimento;
que bebieron
demasiadas lágrimas
a falta de agua.
Ciegos quedaron por
la tierra,
palpitando cuerpos
desconocidos;
oliendo flores
marchitas,
clavándose espinas de
cactus.
Las huellas dejan
marcada la memoria,
prosiguiendo la caída
en el reloj de arena.
Lo sublime se desvela
en la inmensidad del
desierto.
Una nueva sed se crea
en la lejanía de sus
labios.
El sol quema sus
cuerpos solitarios,
dos almas desnudas
que aprendieron
a viajar para
construir sus mundos.
Y siempre soñar con
grandes castillos,
más allá de los castillos de arena.