martes, 24 de septiembre de 2013

Una mañana a las tres en la estación

Daban las tres de la mañana en alguna estación insignificante de España. Entre la gente que entraba y salía, todos a un ritmo frenético, una joven cualquiera se encontraba frente al panel de horarios. Sin parar de mirarlo, allí quieta permaneció durante minutos, mientras el mundo seguía moviéndose. Finalmente, fue a sentarse a los bancos donde su mirada se perdió en un punto fijo del suelo. 
  -Me pregunto qué estará pensando aquella chica frente al panel, ¿tú no? –le dijo una voz femenina de atrás. 
Vio a la chica que se refería y era ella misma, pero ella, si algo había aprendido, era que la vida no tenía límites para sorprendernos quedando todo reducido a una normalidad, aunque mostrándose de diferentes formas, e incluso absurdo cuando el ser humano alcanza ciertos estados lejos de las convenciones sociales. 
-¿Por qué está aquí? –volvió a preguntar.
-Hay una habitación… Sólo la luz de una lámpara ilumina el escritorio donde está. Horas en silencio frente al papel en blanco, buscando las palabras adecuadas para transmitir sus agitados sentimientos. Imposible captar lo quiere por su corazón indomable, establecer en el escrito tales pasiones y debilidades desnudando su alma... Algo así no puede ser recogido y atrapado por las palabras, va más allá de lo que puede parecer e imaginar una persona. Una lucha invade su interior, ardiendo de deseo por mostrar las llamas que anunciará una victoria o derrota. Es consciente que tiene que responder ante el papel, y viéndose apurada con el tiempo, manifiesta en lo que puede pequeñas frases superficiales para que no tarden en llegar a su destino. Oculta una vez más, deshaciendo en pedazos las hojas manchadas de lágrimas y las que muestran mayor soltura revelando su confesión. 
-¿Por qué permanece aún?
-El desvío la incitaba a ir al encuentro de él, reencontrarse para volver a compartir aquellos momentos de felicidad; sentir su suave piel sin más hiel, saborear el néctar de sus labios sin parar hasta saciarse, despertando el ansia en otras partes de su cuerpo; perderse juntos en el laberinto de su mundo… Pero aproximándose la llegada inevitable de la marcha, decidió no ir. Tuvo miedo. Así fue como dejó ir el autobús de las tres de la mañana, aceptando cuanto antes la situación y protegiendo con una coraza más firme sus sentimientos.
-¿Por qué?
-Ojalá hubiese respuestas para todo, pero vivir en la incertidumbre es lo que nos mantiene en movimiento para estar cuerdos.
Ella finalizó levantándose. Entonces se dio cuenta de que la voz de la persona correspondía a ella misma de nuevo. Su otra yo seguía en el panel impasible. Por última vez echó un vistazo a la que había permanecido a su lado, resbalándose una lágrima de líquido negro de su ojo. Minutos después, había abandonado la estación.