No era el silencio de aquella noche lo que más le asustaba ni
el olvido de su nombre, que con el paso del tiempo se había desvanecido de su
mente constantemente. Encerrada en su habitación, tendida en la cama, se
levantó angustiada. ¿Cuántas horas quedaban más para que amaneciera? Observando
el reloj de la mesilla se dio cuenta de que eran las tres… Tan sólo las tres.
¡Cómo se nota cuando el tiempo va lento para
una al aburrirse!
Después contempló el
marco de fotos que tenía al lado. Se trataba de una fotografía donde salía ella
con dos alegres niñas de su edad y un adulto –que se podría decir que le
costaba bastante fijar una sonrisa en sus labios. En la esquina derecha estaba
firmada una dedicatoria, la cual ponía: te
queremos mucho Remedios.
Recapacitando su
nombre, se dio cuenta de que estaba en lo cierto. Se llamaba Remedios… Remedios
Requena. La foto había sido tomada no hace mucho y ella lucía un precioso
vestido azul de seda, zapatos de charol y una diadema plateada sobre sus
rebeldes rizos. Su madre le había comprado ese vestido cuando estuvo de viaje
por Francia aunque sólo se lo puso una vez. Con las constantes mudanzas que
había realizado en las últimas semanas, gran parte de los objetos valiosos de
Remedios no pudieron ser trasladados.
Después de
comprobar que la puerta estaba bien cerrada, dio dos o tres vueltas para
entretenerse en su prisión pero a la siguiente ya se cansó. Dirigiéndose a las
puertas del balcón, las abrió para que entrase el aire y así ventilase el
lugar. Nada más hacerlo, pudo sentir el fresco en su rostro como las suaves y
relajantes acaricias que extrañaban su corazón. Observó que podía escaparse
atando una sábana a los barrotes y bajar la cuesta con facilidad pues sólo se
encontraba en una segunda planta. Su espíritu por la aventura era inmenso y no
dudó en ponerse manos a la obra.
Intentó no mirar a
bajo mientras descendía por la sábana hasta llegar al suelo. Estaba descalza,
sintiéndolo frío y clavándose las pequeñas piedras, sin embargo le daba igual.
Caminó sin rumbo bajo la luz de la luna cantando las canciones que le enseñó su
abuela sobre mitos griegos. Entre sus favoritos destacaba La araña Aracne. Remedios lo iba cantando felizmente por las
oscuras calles ignorando cualquier peligro:
Llora Aracne en lo más profundo de su
ser
tejiendo eternamente con sus ocho
patas
y recordando lo buena hilandera que
fue.
De repente pisó un
papel mojado donde pudo distinguir el intento que hizo una persona por escribir
unas palabras, pues la letra era dificultosa de elaborar. A su frente, miles de
hojas volaban mostrando un camino misterioso para Remedios. Extrañada, lo
siguió observando en cada hoja que atrapaba determinantes y palabras sueltas
despertando cada vez más su curiosidad. En las últimas hojas, las cuales
permanecían en blanco, fue una señal de que se encontraba cerca de su destino…
Y así llegó al callejón.