jueves, 6 de marzo de 2014

Las cenizas de Aharnish

No tengo miedo… 
Se repetía en la cabeza Aharnish mientras observaba desde su escondite el terreno por donde quería proseguir su camino, temblándole aún el cuerpo con las imágenes del asalto de su tribu. El sudor de la frente resbalaba de la tensión agonizando más por la calor encontrándose indeciso. Escuchaba su intensa respiración cada vez más agitada, sabiendo que tenía que actuar, moverse de una vez. De nuevo el doloroso recuerdo de su querida Naisha degollada delante de sus ojos sin que le diese tiempo a salvarla mientras corría a su encuentro; nada podía hacer ya salvo huir de la masacre de su hogar ahogando el grito de su llanto.      
¡No tengo miedo!  
Antes de que se diese cuenta, se había levantado y estaba cruzando el terreno sin detenerse. Sólo pensaba en llegar a su destino, regresar a la tribu después de un día desde el asalto. Finalmente, llegó al sitio que una vez fue su hogar irreconocible por las cenizas. Los buitres merodeaban por los alrededores comiéndose los cuerpos de los muertos. Intentó localizar el de Naisha pero era difícil reconocer muchos de ellos desfigurados. 
Siguió caminando sin encontrar señal de ningún superviviente, hasta que un aullido le sobresaltó. Entonces vio al lobo gris del venerable Mahavir bajar una cuesta hacia él. Dio un par de vueltas a su alrededor y corrió por el oeste donde Aharnish le siguió. El viaje duró un tiempo, atravesando incluso el bosque cercano. Justo cuando iba a quedarse sin aliento, el lobo se detuvo en un manantial. Allí estaba metido en el agua el venerable Mahavir, meditando en posición firme y con los ojos cerrados. Aharnish sonrió de encontrarle vivo mientras su lobo descansaba tumbándose sobre la hierba fresa, sin dejar de mantener la guardia en sus brillantes ojos. El venerable le percibió, devolviéndole la sonrisa, y entre tantas preguntas y tristeza Aharnish sólo pudo decir, casi sin voz:
-¿Qué nos queda?
-Mucho que construir –respondió con grandeza. 
Él no podía entenderle: su tribu, el hogar de toda su vida, había sido destruido; su amada asesinada, junto a más de sus seres queridos, nada le quedaba en el consuelo de unas simples palabras. Sentía furia por vengarse, calmar la pérdida que le suponía la vida ahora sin sentido por todo lo que había sido feliz y luchado. Cerró los puños con fuerza mientras el venerable Mahavir salía del agua paulatinamente. 
-El agua del manantial te vendrá bien para relajarte, limpiar las heridas que tienes…
-¡Basta! ¿Cómo puede decir eso ante lo ocurrido? –el lobo gruñó por el tono elevado que empleó pero su amo lo tranquilizó controlando la situación. 
-Es lo que siempre nos queda para avanzar en la vida. El hombre no puede durar mucho tiempo consumido por el dolor y la melancolía, aprende de ella, del pasado que le causó ese estado para así progresar en el futuro.  Por eso, hijo mío, no te diré que olvides el infortunio ocurrido en nuestra tribu, porque de él aprenderemos, seremos fuertes construyendo en la tierra muerta otra nueva donde florecerá nuevas cosas. Tenemos una meta que alcanzar, una que nos dará existencia. ¿No ves que sobre la nada sólo queda construir? 
-Yo nunca olvidaré el pasado… 
-No hace falta que lo hagas, pero recuerda que tienes que saber controlarlo, aprender de él, pisar en la misma huella para crear el camino correcto donde te orientas en el presente y marcará tu futuro. 
-Supongo que necesito aún un poco más de tiempo para aceptarlo. 
El anciano asintió la cabeza y dio unos pasos por delante de él, se agachó para coger de la tierra unas cuantas piedras pequeñas y ordenó seguidamente que le siguiera. Aharnish estaba cansado, seguía incluso enojado en el fondo con el venerable, pero en su corazón sabía que sus palabras eran sabias, la mejor opción que podía hacer. Se puso entonces en su lugar y comprendió que también para él tenía que ser difícil: había perdido a su familia, pero ahí estaba canalizándolo todo. Admiró la fortaleza de su espíritu, fruto del regalo de los dioses con los años, esperando alcanzarlo igual de bien que él cuando llegase el día.
Subieron por una larga cuesta hasta llegar a la cima donde Aharnish vio, bastante sobrecogido, tres tumbas construidas con tierra. El venerable Mahavir repartió las piedras en cada una de ellas mientras hablaba:
-He aquí las tumbas donde descansan mi hermano de sangre, mi nieta Induma y… –se detuvo por unos instantes poniendo la última piedra en la tumba – Naisha, a la que pude encontrar y darle un entierro digno para que su alma descansase en paz. Quería que lo vieses con tus propios ojos y que la energía emergiese de tu cuerpo dándote fuerzas y esperanza.
-¿Esperanza? –el anciano se acercó a él y, sacándose de su bolsillo algo, se lo entregó en la mano. Aharnish comprobó que se trataba del collar de plumas de Naisha. 
-Esperanza –dijo de nuevo con seguridad–. Ellos han vuelto al lugar donde pertenecen, pero tú aún estás aquí, puedes hacer aún cosas asombrosas valorando el contraste de la vida y la muerte. Puedo ver la llama que desprende tu alma, Aharnish, es poderosa. Haz que esté siempre ardiendo contigo para cumplir tu misión. La esperanza, por poco que sea, abre la posibilidad a la motivación de un mañana. Ahora debemos de continuar, presiento que encontraremos a más personas de nuestra tribu al norte. 
Su espíritu había quedado de alguna forma en paz con sus palabras, y el collar de su amada le daba fuerzas para emprender con Mahavir y su lobo el viaje, atravesando tierras de cenizas grabadas en su memoria.