sábado, 21 de julio de 2012

El viaje en tren del señor Montero

Necesitaba despertar de su pesadilla. Aquél amargo recuerdo lo perseguía sin fin, y su voluntad, poco a poco, iba perdiendo fuerza. En un último esfuerzo, consiguió abrir los ojos, encontrándose en el asiento de un tren rodeado de pasajeros.
  El señor Montero, sin poder explicarse qué hacía en aquél lugar, observó por la ventana el recorrido, si al menos había algo que le resultase familiar, pero sólo le creó más lagunas: estaba rodeado de una oscuridad absoluta con una espesa niebla.
  -Disculpe… –le dijo a un chico que pasaba con una caja pequeña– ¿Se puede saber dónde estoy? ¿Hacia dónde se dirige este tren?
  -No tengo ni idea de lo que se refiere: aquí todo el mundo ha subido porque tiene que estar. Disfrute de su viaje lo mejor que pueda, señor.
  El señor Montero se mostró más intranquilo y, sin poder quedarse quieto, intentó localizar al maquinista para exigirle respuestas. Era curioso ver cómo nadie parecía inmutarse ante la situación, pensando que tal vez lo habían drogado y metido en aquél lío, jurando que lo pagarían muy caro los causantes.
  Cuando por fin localizó la cabina, se sorprendió al darse cuenta que nadie conducía el tren, simplemente, seguía su curso sin problemas. Como un loco, el señor Montero fue a avisar a los demás pasajeros, pero estos sólo se rieron. Una campana sonó frenando las risas y deteniéndose el tren. Dándole gracias al Señor, se dirigió a la salida inmediatamente, pero sólo vio más oscuridad y un precipicio si daba un paso más. Una hermosa joven le pidió permiso mientras se colocaba su grande sombrero negro. Su aspecto le recordó a un antiguo amor de su juventud… ¡Qué dulces recuerdos le vino y qué tristes a la vez!
  -Esto, señorita, ¿podría decirme a dónde va?
  -¿Acaso no lo sabe? –le sonrió mostrando cierto coqueteo–. Éste es el destino donde me bajo, no sé si podrá verlo pero yo sí: es un bello campo de flores con una acogedora cabaña en él. Allí podré realizar mis sueños con mi amado que me espera. No hay duda, aquí es donde me bajo. Y usted, ¿en cuál lo hará?
  En cuestión de segundos, la joven se retiró y el tren se puso de nuevo en marcha. Sin tener muchas opciones, el señor Montero, mató el tiempo conversando con cada pasajero. Todos tenían en común anhelo e inseguridad en sus destinos.
  El tiempo pasaba, y con él, iba yéndose uno más hacia un lugar cálido de amor que sólo ellos podían ver.
  -Por tu cara de desconcierto –habló un anciano, parando su densa lectura, compareciéndose–, puedo ver que aún no sabes a dónde te diriges. Ya sólo quedamos tres. Más te vale que lo pienses bien antes que el trayecto termine o si no…
  -¡¿Qué pasará?! –se enfureció sin poder aguantar más–. Nadie me ha dicho el destino que tengo que coger. ¡Dios! ¡Ni siquiera sé cómo he llegado aquí! Yo no he querido esto… ¡Deseo que desaparezca de una vez!
  -¿Crees que enfadándote conseguirás algo? ¿Negar el proceso de la vida? Olvídate de tus problemas, familia, amigos, dinero, y toma tu propia decisión. Olvida todo. Sólo piensa dónde querrás estar para ser feliz, es mi consejo.
  -¡Señor Cano! –el niño que mantenía la caja se acercó a él–. Quería agradecerle su grata compañía en el viaje, mi parada se aproxima.
  -Es triste saber que te vas, pequeño Santi. Y dime, ¿qué has elegido?
  El niño no respondió, sino que, levantando la tapa de la caja, salió de ella emprendiendo el vuelo tres hadas. No había palabras para definir su estado de felicidad y, aunque al señor Montero le costó entenderlo, el anciano se lo explicó más tarde. Santi siempre había crecido unido a un mundo de fantasía, ajeno a la realidad, que con el tiempo iba decepcionándole más y destruyendo todo lo que amaba. Lo que había visto no era más que su decisión final de estar unido a ella.
  -Un chico muy maduro, se lo digo en serio. Bueno, será mejor que me decida entre vivir en Venecia como escritor reconocido o París con mi amada esposa. Parece difícil, pero en verdad somos nosotros quienes hacemos de las cosas un mundo complejo.
  Nunca supo cuál fue su decisión, pero en su rostro había confianza cuando se aproximó a la puerta y esperó el sonido de la campana para salir. Sus ojos se iluminaron ante el paraíso que vio, abandonando el tren.
  Estando completamente solo, el señor Montero sabía que era el último pasajero pero… ¿En dónde se pararía? No había en su mente ningún lugar en especial, siempre buscando lo desconocido. Sí había tenido momentos felices en su vida, pero ninguno para permanecer más tiempo del que debía. Él era como el viento libre que viaja por doquier o el agua que fluye; un alma inquieta en continuo devenir.
  Se preguntó, ahora que la situación era la más apropiada, sobre si alguna vez sus decisiones afectaron a alguien. La aparición de un viejo recuerdo de juventud, una cálida sonrisa femenina en primavera, estación que además le sensibilizaba, hizo que su corazón palpitase deprisa. La imagen de los dos amantes debajo del árbol besándose y corriendo por la orilla del mar entre risas, hizo que se le saltase las lágrimas. ¿Pero acaso lloraba por retomar ese recuerdo? No. Él lloraba porque no había un hogar estable en que quedarse. Huyó lejos en cuanto el frenesí tomó la rutina, en cuanto supo que debía de seguir su búsqueda… Abandonándola a ella.
  ¿Cuál era el nombre de la que una vez fue su amada? No lo recordaba. Perdido en cada primavera entre pétalos de flores, envuelto en el frenesí eterno que retomaba sin descanso.
  El sueño se limitó siempre en quedarse unido al camino, deseando lo inalcanzable que por voluntad propia jamás quiso alcanzar. Creía en el amor, pero sin embargo, conseguirlo le atormentaba. El destino era lo que le daba existencia en la vida, un motivo por el que amanecer y luchar todos los días. No esperaba ser comprendido en su filosofía, pero sí aceptó que algunas de sus decisiones fueron egoístas y que dañó a aquella persona tan especial.
  El tiempo pasaba y el tren seguía sin detenerse, divagando entre sus pensamientos. Se perdió careciendo de una verdad fija en un mundo que no se podía comprender. Las luces se apagaron y sólo sintió que existía él ante lo desconocido. El miedo era la impotencia que se apoderaba del ser humano ante las situaciones, cegándole de sus armas para enfrentarse. Pero esta vez era diferente… era su final. Rezó, recurriendo por primera y última vez a la fe en consolación, hasta que el tren, aumentando su velocidad, cayó finalmente por un precipicio. La nada gobernó en una profunda oscuridad.
  Una voz grave le llamó. El señor Montero abrió los ojos apareciendo de nuevo en el asiento del tren. El hombre desconocido que tenía a su lado le preguntó si estaba bien, contándole que había estado gritando en sueños. Él contestó que simplemente se había tratado de una pesadilla, para así dejar de llamar la atención de los demás pasajeros.
  Intentó volver a la normalidad, observando la tranquilidad de la gente, pero, entonces, descubrió por la ventana que seguía en el mismo lugar que al principio. A vueltas con su duda, le preguntó a una niña que pasaba junto a él con una muñeca.
  -Disculpe… ¿Se puede saber dónde estoy? ¿Hacia dónde se dirige este tren?

1 comentario:

  1. Me encanta Nieves, tod@s estamos en ese tren, y la gran mayoría no sabemos dónde nos bajaremos.

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