domingo, 8 de febrero de 2015

Mujer elefante

"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, 
se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, 
y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, 
dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, 
a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación 
con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó."

Franz Kafka, La metamorfosis

Un terrible accidente ocurrió en la calle de una ciudad insignificante en el mes de marzo. Todo sucedió tan deprisa que ni siquiera la víctima fue consciente de su infausta suerte. Tan sólo estaba allí, en el lugar menos indicado ese día, mirando cada instante el reloj permaneciendo inmóvil. Cuando decidió dar un paso más, estaba esperando en el semáforo en rojo, volvió a ver por última vez la hora y de repente su visión se volvió totalmente oscura.
  Al abrir los ojos le molestó las luces brillantes de unas lámparas de quirófanos. Notó que la cabeza le dolía y se notaba extraña, preocupándole cuánto tiempo había estado inconsciente desde lo sucedido. Había varios médicos a su alrededor murmurando entre ellos, pareciendo inquietantes figuras alargadas de hielo desde su visión tumbada en contrapicado. Por fin uno decidió hablarle en su confusión.
  -¡Bienvenida al mundo! Intente no esforzarse aún en levantarse, por favor. Ha sido sometida a una complicada y larga operación –el médico le costaba cada vez más procesar sus palabras, y añadió–: tuvo un desafortunado accidente contra un coche que se desvió por la acera perdiendo usted la cabeza. Hemos tenido suerte que la única que teníamos le ha salvado la vida.
  Ella se tocó con las manos la cabeza sintiendo la piel gruesa, las orejas enormes y la dentadura diferente. Justo cuando más empezó a examinarse y a tener una idea de lo que era, otro médico dijo:
  -¡Tiene una trompa preciosa! 
  La recuperación fue un completo éxito para ellos, tan rápida que al cabo de unas horas le dieron el alta y se encontraba en la calle de nuevo. Sin embargo, la cabeza que tenía ahora, pesaba tanto que le era imposible caminar. Ni tres pasos pudo hacer arrastrándola por el suelo, y se abatió rendida pensando cosas que nunca antes se hubiese parado a pensar.
  La gente que pasaba, algunos mirándola sorprendidos, otros con indiferencia, le parecía curioso el ritmo tan frenético con el que iban a todos sitios, incluyendo ella antes. La comodidad en la que había evolucionado la tecnología formaba parte del ser humano ya en edades tempranas, moldeándose a ella en una total dependencia. Cierto que se había facilitado la comunicación y el acceso al conocimiento, pero a la vez, no había una completa asimilación de los contenidos al ser todo tan abundante y disparatado. Ya los libros se encontraban en pequeñas tiendas, con al menos un determinado tipo de personas que aún piensa en su utilidad al ser el tiempo empleado el mismo que antiguamente. Se dio cuenta que la prisa por vivir, garantizándole abarcar todo lo que quería, no le había servido pues nada sabía plenamente.
  Luego pensó en su novio recordando que fue el motivo de su espera, la razón por la que había estado allí el día de su accidente. Se estaba retrasando demasiado, tanto que dudaba que acudiese pero sabía que llegaría en cualquier momento con su sonrisa risueña. No, no tenía ningún problema con él. Era ella la que en realidad le pasaba algo, él era perfecto… pero no perfecto para ella. El vacío que sentía en su compañía era cada día mayor y la mentira de convencerse que todo iría bien aún más. Ya el amor no había sido el mismo de intenso desde el que sintió por primera vez con la edad de la inocencia. Recordó con nostalgia aquél primer amor en verano, sus tiernas caricias y los largos paseos por el mar. Su marcha le dejó una herida con la que tuvo que desvanecer su recuerdo en lo más profundo de ella para que cicatrizase y seguir con su vida. Todas las elecciones que había tomado, ¿cómo saber la correcta? La existencia del ser humano está arrojada al mundo sin que sepamos nada, sin que haya una respuesta segura a las innumerables preguntas que se formula. Quiso gritar, pero sólo podía barritar. Ahora, si volviese a ver a su novio jamás podría decirle que no lo amaba, que su historia terminó con él hace tiempo por sus sentimientos. Cómo odiaba y le gustaba esa palabra, tiempo, pues nadie estaba a salvo de permanecer siendo el mismo por los cambios que produce, aunque la mayoría de las cosas las había aceptado gracias a su carácter flexible, incluso empezaba acostumbrarse a su nueva forma.
  Estaba atardeciendo, doliéndole ya el cuerpo de estar en la misma posición. Vio a un joven con una carretilla de carga que le hizo señales con las manos para que la ayudase. Amablemente, se ofreció, sin parar su dispositivo de música, y la llevó hasta una tienda de comestibles donde paraba su viaje. Una vez allí, levantó su enorme trompa y señaló algo en concreto: quería cacahuetes.   

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