"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana
después de un sueño intranquilo,
se encontró sobre su cama convertido en un
monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura,
y en forma de
caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco,
dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas
podía mantenerse el cobertor,
a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas
patas, ridículamente pequeñas en comparación
con el resto de su tamaño, le
vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó."
Franz Kafka, La metamorfosis
Un
terrible accidente ocurrió en la calle de una ciudad insignificante en el mes
de marzo. Todo sucedió tan deprisa que ni siquiera la víctima fue consciente de
su infausta suerte. Tan sólo estaba allí, en el lugar menos indicado ese día,
mirando cada instante el reloj permaneciendo inmóvil. Cuando decidió dar un
paso más, estaba esperando en el semáforo en rojo, volvió a ver por última vez
la hora y de repente su visión se volvió totalmente oscura.
Al abrir los ojos le molestó las luces
brillantes de unas lámparas de quirófanos. Notó que la cabeza le dolía y se
notaba extraña, preocupándole cuánto tiempo había estado inconsciente desde lo
sucedido. Había varios médicos a su alrededor murmurando entre ellos,
pareciendo inquietantes figuras alargadas de hielo desde su visión tumbada en
contrapicado. Por fin uno decidió hablarle en su confusión.
-¡Bienvenida al mundo! Intente no
esforzarse aún en levantarse, por favor. Ha sido sometida a una complicada y
larga operación –el médico le costaba cada vez más procesar sus palabras, y
añadió–: tuvo un desafortunado accidente contra un coche que se desvió por la
acera perdiendo usted la cabeza. Hemos tenido suerte que la única que teníamos
le ha salvado la vida.
Ella se tocó con las manos la cabeza
sintiendo la piel gruesa, las orejas enormes y la dentadura diferente. Justo
cuando más empezó a examinarse y a tener una idea de lo que era, otro médico
dijo:
-¡Tiene una trompa preciosa!
La recuperación fue un completo éxito para
ellos, tan rápida que al cabo de unas horas le dieron el alta y se encontraba
en la calle de nuevo. Sin embargo, la cabeza que tenía ahora, pesaba tanto que
le era imposible caminar. Ni tres pasos pudo hacer arrastrándola por el suelo,
y se abatió rendida pensando cosas que nunca antes se hubiese parado a pensar.
La gente que pasaba, algunos mirándola
sorprendidos, otros con indiferencia, le parecía curioso el ritmo tan frenético
con el que iban a todos sitios, incluyendo ella antes. La comodidad en la que
había evolucionado la tecnología formaba parte del ser humano ya en edades
tempranas, moldeándose a ella en una total dependencia. Cierto que se había
facilitado la comunicación y el acceso al conocimiento, pero a la vez, no había
una completa asimilación de los contenidos al ser todo tan abundante y
disparatado. Ya los libros se encontraban en pequeñas tiendas, con al menos un
determinado tipo de personas que aún piensa en su utilidad al ser el tiempo
empleado el mismo que antiguamente. Se dio cuenta que la prisa por vivir,
garantizándole abarcar todo lo que quería, no le había servido pues nada sabía
plenamente.
Luego pensó en su novio recordando que fue
el motivo de su espera, la razón por la que había estado allí el día de su
accidente. Se estaba retrasando demasiado, tanto que dudaba que acudiese pero
sabía que llegaría en cualquier momento con su sonrisa risueña. No, no tenía
ningún problema con él. Era ella la que en realidad le pasaba algo, él era
perfecto… pero no perfecto para ella. El vacío que sentía en su compañía era
cada día mayor y la mentira de convencerse que todo iría bien aún más. Ya el
amor no había sido el mismo de intenso desde el que sintió por primera vez con
la edad de la inocencia. Recordó con nostalgia aquél primer amor en verano, sus
tiernas caricias y los largos paseos por el mar. Su marcha le dejó una herida
con la que tuvo que desvanecer su recuerdo en lo más profundo de ella para que
cicatrizase y seguir con su vida. Todas las elecciones que había tomado, ¿cómo
saber la correcta? La existencia del ser humano está arrojada al mundo sin que
sepamos nada, sin que haya una respuesta segura a las innumerables preguntas
que se formula. Quiso gritar, pero sólo podía barritar. Ahora, si volviese a
ver a su novio jamás podría decirle que no lo amaba, que su historia terminó
con él hace tiempo por sus sentimientos. Cómo odiaba y le gustaba esa palabra, tiempo, pues nadie estaba a salvo de
permanecer siendo el mismo por los cambios que produce, aunque la mayoría de
las cosas las había aceptado gracias a su carácter flexible, incluso empezaba
acostumbrarse a su nueva forma.
Estaba atardeciendo, doliéndole ya el
cuerpo de estar en la misma posición. Vio a un joven con una carretilla de
carga que le hizo señales con las manos para que la ayudase. Amablemente, se
ofreció, sin parar su dispositivo de música, y la llevó hasta una tienda de
comestibles donde paraba su viaje. Una vez allí, levantó su enorme trompa y
señaló algo en concreto: quería cacahuetes.
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