domingo, 1 de febrero de 2015

Recuerdos de un café vienés

"Jean-Marc miraba a Chantal, cuyo rostro, de pronto, se iluminó con una secreta alegría. 
No tenía ganas de preguntarle cuál era el motivo, contento con sabotear el placer de mirarla. 
Mientras ella se perdía en imágenes cómicas, él se decía que Chantal 
era su único vínculo sentimental con el mundo."

Milan Kundera, La identidad


Thomas estaba esperando en una cafetería de Viena, entreteniéndose en escuchar la conversación de dos viejos sobre la corrupción de la política, los desastres de la segunda guerra mundial y la falta de iniciativa de los jóvenes –pobres almas perdidas sin un futuro que visualizar. Antes de que volviesen a establecer otro tema, Christine entró en la cafetería y le saludó con una sonrisa mientras se dirigía hacia él para tomar asiento. Habían pasado años desde que no la veía, pero seguía conservándose igual de bella con los rasgos de su cara más maduros. Llevaba puesto un sombrero negro con el pelo más corto hasta los hombros, y un vestido beige que le favorecía la figura. En la mano llevaba unos libros que dejó a un lado en la mesa mientras se acomodaba sin parar de mirarle con una complicidad que él extrañaba.  
 -Parece que los años no pasan para ti –dijo Christine. 
 -No puedo decir lo mismo de ti: te has convertido en una escritora de prestigio –Thomas se sentía orgulloso de ella, dándose cuenta de su gran cambio, era otra mujer la que tenía ante sus ojos–. Tu evolución como persona y las experiencias que relatas en tu libro delatan el paso del tiempo, recuerdos construidos con los que me identifico. Por eso te he llamado en mi paso por Viena. ¿Quieres que te pida algo? –ella negó con la cabeza. 
 -Tantas palabras acalladas no podían esperar más ser plasmadas en el papel, darles voz propia.
 -En cada línea confiesas tus emociones más profundas, algo que siempre fue demasiado complejo para mí.
 -El lenguaje es demasiado simple para poder expresarlas y al mismo tiempo es necesario para liberarse de sus ataduras y comunicarnos mostrando un camino que transcienda. 
 -La búsqueda incesante de las palabras exactas… –por un momento pensó si debía proseguir hablando, y armándose de valor, decidió continuar tras su pausa–. Esa es la jaula que me impedía salir. Por eso quería verte. Quiero confesar el miedo que no ha dejado de acecharme al intentar amar. Ha pasado mucho tiempo, pero después de leer tu libro, no ha pasado un solo día sin que tus fantasmas me atormenten. Sé que siempre te he parecido un ser ajeno a la realidad, pero nada más lejos de mi verdad.
 -Sólo recuerdo tu ausencia de humanidad a mi lado. Tú, que tanto criticabas la mecanización de las personas, a mi lado te convertías en alguien robotizado. Me mostraste la evidencia de esta sociedad ridícula, decadente y sin sentido.
 -Sí: actué como una de sus víctimas. Pero tú me recordabas al pasado. No quería hacer daño. No podía adaptarme a un nuevo amor. No creía en nada y decidí convertir el amor en sensaciones superficiales para que se las pudiera llevar algún soplo de aire. Lo que nunca imaginé es que por tu cabeza erraran a la vez las mismas divagaciones. Con tu risa de todos los días y el interés que mostrabas por compartir y crear junto a mí, me era imposible ver tu miedo. Quiero saber con qué sombra lo ocultabas.
 -No lo ocultaba… Mi amor por ti lo camuflaba –Christine le habló con una voz frágil, sin poder aguantarle en ocasiones la mirada en su respuesta–. Para poder amar hay que librarse del pasado, amar sin condiciones ni hipocresía. Construir un amor libre de telones mal levantados, libre de palabras malgastadas, libre de disfraces, libre de oídos que no escuchan, de ojos eclipsados, de corazón infravalorado… ¡Libre! –exclamó como si en esa palabra fuese un dolor encerrado en lo más profundo de su corazón.
 -El telón lo levanté queriéndolo bajar al instante. Mis palabras estaban contaminadas por mi escepticismo. Mis oídos no querían escuchar, mis ojos no querían ver. Y mi disfraz… me lo quitabas tú, poco a poco. Sin apenas darme cuenta hasta que quedo ahora sin él, desnudo frente a ti… Contemplando lo que nunca supe. Hablándote con una voz que creo reconocer, temeroso de volverme a deslumbrar con tu sonrisa, de volver a tocarte… ¡De ser libre! 
 Thomas sintió cómo le gustaría acariciarla, pero conociéndola, o al menos eso creía, ella se apartaría enseguida con cualquier muestra de afecto. Se dio cuenta que había hablado de más. Tenía que ser fuerte, por eso ocultó aquellos sentimientos mientras ella llenaba el vacío que se había creado pidiéndole al camarero un café vienés, su preferido desde que la conoció.
 -Por cierto, tanto hablar de mí, del pasado que no pudo ser, ¿pero qué es de tu vida? El anillo de tu dedo te delata.
 -Me casé hace tres años, tenemos un hijo que se llama Michael, es increíble lo feliz que nos hace a mi mujer y a mí. En la empresa que fundé todo marcha a la perfección y se podría decir que estoy en un punto de conformismo bien elegido y complacido. Y poco más… Tú lo hubieses odiado, ¿no?
 Christine no respondió, absorbida bebiéndose su café vienés, perdida en su mundo y lejos de él. De repente sintió recorrerle el frío por su cuerpo, desapareciendo en un vendaval de nieve y quedando congelado. La odió por un momento por haberle dado ese papel tan ridículo en su encuentro, pero después todo cambió cuando se fijó más veces en su sombrero negro, recordándole su antigua relación amorosa, los juegos que tenían en un fetichismo que les encantaba compartiendo una misma visión y excitación: crearon con el sombrero una unión íntima en la inmensidad del mundo que les acechaba continuamente. Se preguntó si se lo habría puesto para evocar aquél tiempo olvidado o simplemente como accesorio, pero cual fuese la respuesta todo seguiría igual, su magia estaba perdida en el presente de su situación.
 -¿Quieres que te lea algo de mis últimos escritos? –preguntó ella. 
 -Será un placer.
 -Envueltos quedamos todos en el velo de la noche, de un color tan oscuro como el ser. Vestidos para ser héroes en mitos sin sentido. Las copas de vino vacías agitan más las pulsiones. Poco a poco se deconstruye el mundo. Caen las torres de marfil, caen los adultos. El niño volverá a ser el pequeño Dios en un nuevo juego.
 -¡Magnífico! Me gusta lo profunda que eres escribiendo, tiene muchas interpretaciones para el lector. Nunca dejes de crear, Christine.
 -Se está haciendo tarde para tomar unas fotografías que quiero hacer al atardecer en un sitio.
 -¿También sigues aún haciendo fotografías? 
 -A cada instante de mi vida: la memoria no guarda películas, guarda fotografías –citó recogiendo sus cosas y levantándose. 
 Le hubiese gustado que se quedase más tiempo, pero comprendía que alargar más de lo debido el encuentro no tenía sentido, bastándole con haber compartido con ella ese día que guardaría para él… ¿Mostraría ella lo mismo? Igual que la antigua unión con el sombrero, deseaba que la cafetería de Viena fuese la unión de aquél encuentro. 
 Cuando se despidieron, él permaneció sentado un rato más sumergido en sus pensamientos, cuando oyó, sorprendido, la voz de Christine llamándole y, girándose, ella le tomó una fotografía. 
 -Para tenerte en mis recuerdos.      

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