sábado, 17 de diciembre de 2011

Tu querida Ofeliaca (Segunda parte)

Bienvenido de nuevo, mi querido lector. Ha sido una sorpresa que se atreva a seguir con la historia de Ofeliaca después de haber acabado tan infausta. Lo que le relato ahora, va mucho más allá de lo que pueda imaginar, la pobre niña con el corazón destrozado, nos mostrará su lado más oscuro cuando tome venganza de quien una vez fue el amor de su vida. Como una vez mencioné, le advierto que aún está a tiempo de retirarse, pero si lo prefiere, continúe sin reparo.
   J. observaba el atardecer del paisaje, calculando el instante perfecto para hacer la fotografía, cuando de pronto, su novia le sorprendió en el acto arruinándoselo. Iba a reprochárselo, pero entonces vio su rostro, tan bello y alegre como siempre, y todo desapareció. La pareja llevaban saliendo cinco meses y estaban realmente enamorados. Se quedó con ella, hablando del futuro juntos cuando terminasen la carrera, hasta que recibió la llamada de uno de sus compañeros de piso algo alterado diciéndole que regresase. Un poco preocupado, J. se despidió de su novia recordándole su cita por la tarde.
   Cuando J. llegó a la puerta, ésta estaba abierta extrañándole. Entró y vio que el suelo estaba manchado de sangre, el silencio gobernaba el ambiente preguntándose dónde estaban todos. Dio unos cuantos pasos temeroso, y en el salón, estaba el cuerpo de su compañero sin vida atado a una silla y cubierta la boca de cartas. Gritó del pánico, cayendo su cámara de fotos, dándose la vuelta para irse pero, en ese momento, surgiendo de la nada, apareció una niña de aspecto fantasmal atemorizándolo al mismo tiempo que la puerta se cerró. Antes de que se diese cuenta, había desaparecido. No pudo encontrar sus llaves y se dirigió al cuarto de alguno de sus compañeros, cuando resbaló con un charco de agua. Notó que alguien había abierto los grifos del cuarto de baño inundándolo todo. Fue allí para cerrarlos pero otra visión desagradable se encontraba: su otro compañero muerto en la bañera  con las venas cortadas. A su lado, la misma niña que había visto antes, estaba sentada escribiendo una carta sirviéndose de su sangre como tinta. Ambos se vieron y ella le sonrió despareciendo. J. se acercó al taburete para leer lo que había escrito sin tocarla:
     Querido J.:   
     Me parte de nuevo el corazón saber que no me recuerdas después de un año. Tranquilo, mi amor, aquí estoy yo otra vez para que no vuelvas a olvidarme nunca. 
Tu querida Ofeliaca. 
   Ofeliaca. El nombre resonó en su cabeza acordándose del dulce y amargo verano que vivió con ella. Pocos días después, oyó por parte de un amigo, que murió en un accidente o algo así, la verdad es que no lo sabía con seguridad ya que no volvió a saber de ella. Fue a comprobar el estado de su habitación, donde las paredes estaban llenas de numerosos te quiero y su gato colgaba muerto de la lámpara. En su escritorio había un plato con un corazón humano junto a una tarjeta con su firma. Al principio le resultó repulsivo, hasta que se dio cuenta de que sobresalía un objeto. Con asco, lo sacó y pudo recuperar de nuevo su llave para escapar. Corrió confuso hacia la casa de su mejor amigo traumatizado de lo que había visto. Ofeliaca era una chica bastante especial con la que tuvo una breve relación insignificante. No podía entender por qué ahora le ocurría todo esto.
   Llegó a casa de su amigo y le contó lo sucedido, pero no le creyó metiéndose con él. J. no sabía que hacer, si llamar a la policía para contárselo aunque seguro que nadie creería que un fantasma era el asesino, quedando sólo él como principal sospechoso. No podía hacer nada salvo rezar para que no se produjeran más cosas. Descansó un poco pero tuvo horribles pesadillas con Ofeliaca torturándole. El ruido del móvil le sobresaltó, comprobando que era su novia. Tenso, le contestó que cancelasen la cita para mantenerla a salvo. No sabía muy bien lo que estaba pasando, pero era mejor no involucrarla si Ofeliaca volvía aparecer, al fin y al cabo ella le quería. Por la noche, sin poder dormir por miedo a las pesadillas, un cuervo se depositó en la ventana. J. se sentía intimidado por él aunque no se atrevió a echarlo. Después apareció un segundo, un tercero, un cuarto y así sucesivamente hasta trece cuervos, haciendo esa noche la más inolvidable de su vida.
   Al día siguiente, recibió la visita de su novia, preocupada por haber cancelado la cita sin ninguna explicación. Maldiciendo a su amigo por haberle dicho que estaba allí, sabiendo que podía estar en peligro, intentó buscar una excusa sin contarle la terrible verdad. Su novia era una persona muy nerviosa y le costó llevar la situación, pero no se rindió y acabó tranquilizándola. Justo cuando se estaba despidiendo de ella con un beso, J. vio un cuchillo dirigirse hacia ella. Pudo salvarla a tiempo, empujándolo rápido con la mano haciéndose un buen corte. Ignoró sus cuidados gritándole que se marchara, temiendo que pudiese venir otro ataque peor. Angustiado por todo, mientras se estaba curando la herida pensó que no podía seguir así eternamente, tenía que combatir a Ofeliaca averiguando más sobre ella. Su elección sólo era una: ir a su hogar.
   Al día siguiente, J. cogió su coche y se dispuso aceptar su destino con coraje. El ansia por quitársela de su vida y volver a la normalidad era su motivación para seguir. Mirando el espejo del retrovisor, allí sentada detrás, estaba Ofeliaca observándole seriamente. Sus grandes ojos, consumidos por las lágrimas, transmitían una desesperación que él no podía entender.  
   Una hora después, buscó la zona de su vivienda y aparcó cerca. Llamó a la puerta, abriéndole su padre, más cambiado que la última vez que lo vio. Sin ningún problema, fue recibido en la casa donde la familia aún seguía marcada por la muerte de su única hija. J. entró con el permiso en la habitación de Ofeliaca, donde buscó por todas partes alguna cosa útil. En el armario, levantando la tapa de un cajón, encontró su diario con algunas páginas arrancadas. Leyó lo romántica que era y cómo sus sueños se hicieron realidad cuando salió con él. Una carta se calló del diario, despertando su interés al leer que estaba dirigida a él. 
     Querido J.:
     Nunca olvidaré este funesto veinte de agosto que has marcado en mí. Me cuesta poder expresar todo lo que siento, pero te aseguro que es un dolor insoportable para mi corazón. ¿Podrías tú aguantar lo mismo si estuvieras en mi lugar? Pensé que lo nuestro era especial pero me equivoqué, la vida ha sido injusta para mí, pero a pesar de todo te quiero incluso en la muerte. Me despido de ti con tu amargo recuerdo, recorriendo tierras desconocidas en busca de algo que calme mis cicatrices por tu amor. 
Tu querida Ofeliaca.      
   J. se sintió culpable que aquella relación hubiese significado tanto para ella. Si pudiese volver al pasado jamás la hubiese iniciado, evitando así su desgracia. ¿Qué podía hacer ahora? Recapacitando todo por el parque donde se conocieron, vio que la venganza de Ofeliaca no tenía límites. J. se negó a darse por vencido, y viendo la última puesta del atardecer, se puso en marcha a su ciudad sin dejar de pensar en Ofeliaca.
   Llegó por la noche a casa de su mejor amigo, cuando un precipitado sueño le dio nada más entrar. Soñó con muchas escenas de ellos rebujadas de sus recuerdos: cómo la conoció en el parque, el coqueteo de las cartas, las películas que vieron, y el más sofocante de todos, su despedida dejándola llorando a lágrima viva. Fue un momento duro para él también, pero no podía hacer nada partiendo. J. se despertó buscando a su amigo para contarle la verdad. Fue a su habitación, llevándose el sobresalto cuando vio a Ofeliaca encima de él con un cuchillo. Su amigo dormía sin percibir el peligro, ella le hizo un signo de silencio y luego sonrió.
   -Por favor, no lo hagas. Siento mucho todo el daño que te hice, yo sólo quería… ¡Para esta locura Ofeliaca! Así no conseguirás nada, sólo crear más dolor. ¡Detente!
   Sin ver que sus palabras tuvieran efecto, planeó salvarle pero fue tarde cuando Ofeliaca alzó el cuchillo y le clavó seis puñales. Acto seguido desapareció y J. corrió a socorrer a su amigo, llorando sin poder hacer nada. Mi querido lector, ya le avisé sobre las consecuencias desagradables de leer este relato, y me cabe decir que las pobres víctimas inocentes de Ofeliaca son producto del consecuencialismo que hace referencia a todas aquellas teorías que sostienen que los fines de una acción suponen la base de cualquier apreciación moral que se haga sobre dicha acción. Así pues, finalizo mi explicación.
   Envuelto de nuevo en el sueño, J. se encontró en una calle desconocida. Ofeliaca estaba andando sola mientras cantaba. Intentó llamarla pero fue en vano, así que la siguió hasta que llegó a un puente. Mirando hacia el agua, pronunció su nombre y se lanzó con una sonrisa en sus labios. J. observó el cuerpo flotando y comprendió apenado cómo fue su muerte. Despertó confuso, al lado del cuerpo fallecido de su amigo, abriéndose el amanecer por la ventana.
   No había instante en que no pensara en Ofeliaca, cuál sería su siguiente paso. Entonces, recordó a su novia y se puso inmediatamente en contacto con ella, ya había perdido a demasiada gente y no lo iba a ser ella. Quedaron en una cafetería, y evitando cualquier rozamiento, le pidió que confiara en él. En su coche le pidió asustada alguna explicación y, viendo lo mal que estaba, se lo contó a pesar de no creerlo. La paciencia ya no era una virtud para J. y su comportamiento alarmado asustaba a cualquiera de su alrededor, incluso su novia que no sabía cómo ayudarle.
   Pasaron dos días en continua guardia, sin dejar ni un momento de separarse de ella para protegerla. Su novia, viéndolo más cansado y pálido, le ofreció a quedarse en su casa para descansar. Al principio se negó pero accedió al persuadirlo tanto, demasiado agotado por todo. Allí, en su habitación, empezó a darle pequeños y suaves besos que le hicieron olvidar el estrés. Ambos gozaron de nuevo fundiéndose en su amor, abandonando el mal que había ocurrido y con la esperanza que todo iría bien. J. se durmió tranquilo, pero su tiempo fue breve al notar que la mano de su novia era más pequeña; dándose cuenta que Ofeliaca estaba en su lugar. Ella le acosó sin fin y J., odiándola más que nada en el mundo, la frenó cogiéndola por el cuello y apretando sus manos le gritó:
   -¡Desaparece de mi vida! ¡Déjanos en paz, mal nacida!
   Ofeliaca no respondió, mirándole con los mismos ojos de niña enamorada del primer día, siendo el último paso la acaricia en su cara, perdiendo J. los nervios y finalmente acabó asfixiándola. Cuando toda su rabia se había ido, se dio cuenta que no estaba soñando y había matado a su novia en su obsesión. Antes de que pensara en algo, su madre interrumpió en la habitación por los gritos y se espantó por la escena de su hija muerta. J. gritó el nombre de Ofeliaca maldiciéndola en su venganza.
   Todo lo demás pasó tan rápido, bastante traumatizado, que cuando se dio cuenta J. estaba internado en un sanatorio mental, perdido en su habitación sin salida. Sentado, pasaba las horas contemplando las puestas del día desde la ventana con barrotes, extrañando su libertad. Justo en el momento en que su corazón se invadió de soledad, Ofeliaca apareció abrazándole por detrás y susurrándole con su voz baja:
   -Y ahora te preguntarás si soy realmente feliz con lo que he conseguido… Déjame decirte que tan sólo una parte de mí está aliviada, el horrible pasado que me dejaste perdurará siempre. Es curioso cómo la muerte no pudo calmar mis sentimientos y me hizo vagar por un mundo de las tinieblas atormentada por ti. Ahora, querido mío, ve haciéndote la idea que estaré a tu lado siempre que me recuerdes, cosa que estoy segura que no olvidarás jamás. El perfecto final para cerrar el cuento de hadas en esta mierda de mundo.      
   Y así finalizó la venganza de Ofeliaca abrazando, en profundo silencio, a su amado.
   Espero que le haya gustado esta inquietante historia, mi querido lector. Dicho pues, aquí acabo que tengo que coger un tren a las seis; espero que sepa ahora apreciar más la sinceridad de los sentimientos con los otros.  

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