martes, 15 de mayo de 2012

La danza del fuego

Miles de rosas fueron lanzadas de elogio al escenario. Agotados del espectáculo, los bailarines fueron a sus camerinos a cambiarse lo antes posible para irse a tomar unas copas. Todos se apuntaron a disfrutar de la noche menos Nina, la más joven con talento, acostumbrados a verla siempre negarse. Despidiéndose su último compañero, estaba amarrándose los cordones de los zapatos, cuando un hombre apareció entrando sin llamar.
  -Disculpe, señorita, llevaba tiempo queriendo conocerla. Vi que ya se fueron todos y pensé que sería un momento ideal para presentarme. Admiro de verdad su arte, es algo tan personal y misterioso que me impulsa a seguir asistiendo en cada obra suya.
  -Cierre la puerta si es tan amable –dijo sin perder la vista de su tarea.
  -Me pregunto si esta noche le gustaría irse conmigo a cenar a un restaurante.
  -¿Por qué dice que mi actuación crea misterio?
  -Será que uno mismo no percibe sus cosas, pero hay algo en usted que lo tiene. A diferencia de los demás, que son puntos blancos, usted es el negro, no intento ofenderla con esto, sino que es especial. El aura que emana de su ser me tiene atrapado... No pretendo ser un acosador ni un pesado, pero si se siente más tranquila, me marcharé. 
   El hombre abrió la puerta y, antes de salir, Nina se volvió, intrigada, para verle. No tendría más de treinta años, tenía el cabello moreno rizado, una perilla bien fina en su rostro, ojos color chocolate y unos perfectos labios que más de una habría disfrutado. Iba muy arreglado para la ocasión, aunque gran parte de su ropa estaba tapada con su abrigo oscuro. Sostenía en la mano una rosa negra con una cinta roja alrededor del tallo, seguramente para entregársela. Una extraña fuerza se apoderó de ella y, pensando que quizás no volvería a verle, saltó:
   -¡Señor! Por favor, no se vaya.
   Sin decir ni una sola palabra más, cogió sus bailarinas y se cruzó con él en la puerta, intercambiando por unos instantes sus miradas, continuó caminando hasta el escenario. Él la siguió, observando cómo se quitaba los zapatos y la elegancia que tenía poniéndose las bailarinas. Acto seguido, se hizo un recogido de pelo mientras se ponía en posición de baile.
   -Dígame, ¿alguna vez le han hecho un directo como éste? –él negó sonriendo–. Bien, espero que disfrute del espectáculo. No es algo común.
   Nina empezó a bailar muy lentamente, con una música interior que marcaba sus pasos, que luego fue aumentando su ritmo sin ningún control. Sintiendo sus ojos clavados en ella, como las espinas de las rosas, le rodeó notando también el misterio que guardaba él. Satisfaciendo su curiosidad, bailó muy cerca suya, reconociendo su fragancia de Bleu de Chanel.    
   -Debes de dedicarte mucho a esto, por eso no sales con los demás, ¿cierto?
   -La música se siente con el corazón, el resto sale solo. Cada uno, después, le da su propia esencia a partir de lo que somos. Algunos de lo que queremos mostrar…
   -¿Y qué es lo que quieres mostrar ahora? –sus cuerpos se abrazaron, pero Nina siguió sin detenerse haciéndolo más despacio y tortuoso para él.
   -Mi vida se marca en ser fiel a mis sentimientos, ellos construyen lo que quiero hacer. Ahora, me gusta como estamos: en una danza del fuego que nos abrasa.
   -Imagino que sabrás las consecuencias que conlleva. Jugar con fuego puede matar o hacerte quemaduras que quedarán en tu piel para siempre.
    -No tengo miedo al fuego eterno, hay cosas peores… –Nina se soltó el pelo cuando él le robó un beso, sorprendiéndola, pero sin que aquella muestra interrumpiese la conversación–. Si dejase algún daño, querido señor, ha de saber que todo el mundo tenemos cicatrices, algunas visibles y otras no. Estas son compañeras nuestras, si meditamos ahora, en todo lo referente a la vida con las elecciones.
    -¿Y qué me dices si el fuego te matase? ¿Qué sentido tendría todo?
   -No hay mayor gloria que morir de un éxtasis. La felicidad queda alcanzada en el último suspiro, ¿no es bello saber que terminamos así? ¿Qué más podría superarlo?
   -Así que, cambiado de tema, tu filosofía se aprende con los daños, no con los años.
   -La verdad es que no tiene ningún mérito para mí una persona mayor, que ha vivido en la ignorancia, se la reconozca con más derecho que a un joven culto y vividor.
   -Comprendo. Me gusta lo que estamos compartiendo… Sólo tú y yo, esta noche, pues mañana será otro día impreciso. Disfrutemos nuestro encuentro, de lo contrario me arrepentiré para siempre. Eres tan hermosa, Nina…
   -Seguramente, usted no sabrá que Nina no es mi verdadero nombre, es sólo uno artístico. Si se acerca más os lo susurraré al oído, escúchelo bien, porque sólo lo diré una vez…
   Y así lo hizo. Sus labios volvieron a besarse, envueltos en la magia del momento, y se desprendieron de sus ropas por el calor, entregando sus cuerpos al deseo. A la mañana siguiente, despertando con los rayos del sol, descubrió que el hombre se había marchado, dejando en su lugar, la rosa negra que traía. Quedándose un poco sensible por lo ocurrido, pues no sabía nada de él, ni siquiera su nombre, supo que debía de continuar su vida sin ninguna pausa, valiéndole aquella experiencia.
   Un par de semanas después, volvió haber otro espectáculo en la ciudad. Esta vez sería más duro al tener dos representaciones seguidas, pero para Nina no era ningún problema: disfrutaba haciendo lo que le gustaba. La primera representación fue todo un éxito, retirándose en el descanso a los camerinos, con dos de sus compañeras. Allí, sobre la mesa, vieron la cantidad de flores con etiquetas que le habían dejado sus admiradores y familia. Pero a Nina tan sólo le interesó una, apartada del resto; una rosa negra que únicamente tenía una cinta roja. Los recuerdos de su amante volvieron a ella como si el tiempo jamás hubiese existido, observando con anhelo la puerta por donde una vez entró.  
  Durante la segunda representación, su corazón palpitaba deprisa, buscándole entre el público. Pero la actuación terminó y, a pesar que estuvo hasta el último momento que la gente se fue, no le vio. Sus esperanzas se desvanecieron entonces, llegando Leticia, una de sus compañeras, a animarla a salir esa noche con el grupo. Nina lo pensó por unos segundos, dándose cuenta de la suerte que tenía estar rodeada de personas tan buenas como ella, valorándolo. Así que decidió salir con ellos para celebrarlo.
  Entre las risas y los efectos de la bebida, cruzaron por el paso de peatones, cuando de pronto, el rostro de Nina cambió por completo al encontrarse con él. Estaba pasando con otra mujer de su brazo, rebosante de felicidad, sin apartar la mirada de ella y sin darse cuenta de su presencia. En un momento de arrebato, Nina, quiso cruzar de nuevo la carretera, pero el semáforo se puso en rojo con todos los coches en marcha, pasándole uno por cerca y retrocediendo. Se dio cuenta de la estupidez tan grande que hubiese cometido si se dirigía a él, riéndose de ella misma. Sin duda se quedaría con el amor de sus recuerdos; lo demás era indiferente a estas alturas. 
  Regresó en silencio al lado de Leticia. Cuando ésta le preguntó qué le había pasado Nina tan sólo se limitó a responder:
   -Efímero y fugaz.    

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