Miles
de rosas fueron lanzadas de elogio al escenario. Agotados del espectáculo, los
bailarines fueron a sus camerinos a cambiarse lo antes posible para irse a
tomar unas copas. Todos se apuntaron a disfrutar de la noche menos Nina, la más
joven con talento, acostumbrados a verla siempre negarse. Despidiéndose su último compañero, estaba amarrándose los
cordones de los zapatos, cuando un hombre apareció entrando sin llamar.
-Disculpe, señorita, llevaba tiempo
queriendo conocerla. Vi que ya se fueron todos y pensé que sería un momento
ideal para presentarme. Admiro de verdad su arte, es algo tan personal y
misterioso que me impulsa a seguir asistiendo en cada obra suya.
-Cierre la puerta si es tan amable –dijo sin
perder la vista de su tarea.
-Me pregunto si esta noche le gustaría irse
conmigo a cenar a un restaurante.
-¿Por qué dice que mi actuación crea misterio?
-Será que uno mismo no percibe sus cosas, pero hay algo en usted que lo tiene. A diferencia de los demás, que son puntos blancos, usted es el negro, no intento ofenderla con esto, sino que es especial. El aura que emana de su ser me tiene atrapado... No pretendo ser un acosador ni un pesado, pero si se siente más tranquila, me marcharé.
-Será que uno mismo no percibe sus cosas, pero hay algo en usted que lo tiene. A diferencia de los demás, que son puntos blancos, usted es el negro, no intento ofenderla con esto, sino que es especial. El aura que emana de su ser me tiene atrapado... No pretendo ser un acosador ni un pesado, pero si se siente más tranquila, me marcharé.
El hombre abrió la puerta y, antes de salir,
Nina se volvió, intrigada, para verle. No tendría más de treinta años, tenía el
cabello moreno rizado, una perilla bien fina en su rostro, ojos color chocolate
y unos perfectos labios que más de una habría disfrutado. Iba muy arreglado
para la ocasión, aunque gran parte de su ropa estaba tapada con su abrigo oscuro.
Sostenía en la mano una rosa negra con una cinta roja alrededor del tallo,
seguramente para entregársela. Una extraña fuerza se apoderó de ella y,
pensando que quizás no volvería a verle, saltó:
-¡Señor! Por favor, no se vaya.
Sin decir ni una sola palabra más, cogió sus
bailarinas y se cruzó con él en la puerta, intercambiando por unos instantes sus
miradas, continuó caminando hasta el escenario. Él la siguió, observando cómo
se quitaba los zapatos y la elegancia que tenía poniéndose las bailarinas. Acto
seguido, se hizo un recogido de pelo mientras se ponía en posición de baile.
-Dígame, ¿alguna vez le han hecho un directo como éste? –él negó sonriendo–. Bien, espero que disfrute del espectáculo. No es algo común.
-Dígame, ¿alguna vez le han hecho un directo como éste? –él negó sonriendo–. Bien, espero que disfrute del espectáculo. No es algo común.
Nina empezó a bailar muy lentamente, con una
música interior que marcaba sus pasos, que luego fue aumentando su ritmo sin
ningún control. Sintiendo sus ojos clavados en ella, como las espinas de las
rosas, le rodeó notando también el misterio que guardaba él. Satisfaciendo su
curiosidad, bailó muy cerca suya, reconociendo su fragancia de Bleu de Chanel.
-Debes de dedicarte mucho a esto, por eso no
sales con los demás, ¿cierto?
-La música se siente con el corazón, el
resto sale solo. Cada uno, después, le da su propia esencia a partir de lo que
somos. Algunos de lo que queremos mostrar…
-¿Y qué es lo que quieres mostrar ahora? –sus
cuerpos se abrazaron, pero Nina siguió sin detenerse haciéndolo más despacio y tortuoso para él.
-Mi vida se marca en ser fiel a mis
sentimientos, ellos construyen lo que quiero hacer. Ahora, me gusta como
estamos: en una danza del fuego que nos abrasa.
-Imagino que sabrás las consecuencias que conlleva. Jugar con fuego puede matar o hacerte quemaduras que quedarán en
tu piel para siempre.
-No tengo miedo al fuego eterno, hay cosas
peores… –Nina se soltó el pelo cuando él le robó un beso, sorprendiéndola, pero
sin que aquella muestra interrumpiese la conversación–. Si dejase algún
daño, querido señor, ha de saber que todo el mundo tenemos cicatrices, algunas visibles
y otras no. Estas son compañeras nuestras, si meditamos ahora, en todo lo
referente a la vida con las elecciones.
-¿Y qué me dices si el fuego te matase? ¿Qué
sentido tendría todo?
-No hay mayor gloria que morir de un éxtasis.
La felicidad queda alcanzada en el último suspiro, ¿no es bello saber que
terminamos así? ¿Qué más podría superarlo?
-Así que, cambiado de tema, tu filosofía se
aprende con los daños, no con los años.
-La verdad es que no tiene ningún mérito
para mí una persona mayor, que ha vivido en la ignorancia, se la reconozca con
más derecho que a un joven culto y vividor.
-Comprendo. Me gusta lo que estamos
compartiendo… Sólo tú y yo, esta noche, pues mañana será otro día impreciso. Disfrutemos
nuestro encuentro, de lo contrario me arrepentiré para siempre. Eres tan
hermosa, Nina…
-Seguramente, usted no sabrá que Nina no es mi
verdadero nombre, es sólo uno artístico. Si se acerca más os lo susurraré al
oído, escúchelo bien, porque sólo lo diré una vez…
Y así lo hizo. Sus labios volvieron a
besarse, envueltos en la magia del momento, y se desprendieron de sus ropas por
el calor, entregando sus cuerpos al deseo. A la mañana siguiente, despertando
con los rayos del sol, descubrió que el hombre se había marchado, dejando en su
lugar, la rosa negra que traía. Quedándose un poco sensible por lo ocurrido, pues no sabía nada de él, ni siquiera su nombre, supo que debía
de continuar su vida sin ninguna pausa, valiéndole aquella experiencia.
Un par de semanas después, volvió haber otro
espectáculo en la ciudad. Esta vez sería más duro al tener dos representaciones
seguidas, pero para Nina no era ningún problema: disfrutaba haciendo lo que le
gustaba. La primera representación fue todo un éxito, retirándose en el
descanso a los camerinos, con dos de sus compañeras. Allí, sobre la mesa,
vieron la cantidad de flores con etiquetas que le habían dejado sus admiradores
y familia. Pero a Nina tan sólo le interesó una, apartada del resto; una rosa
negra que únicamente tenía una cinta roja. Los recuerdos de su amante volvieron
a ella como si el tiempo jamás hubiese existido, observando con anhelo la
puerta por donde una vez entró.
Durante la segunda representación, su
corazón palpitaba deprisa, buscándole entre el público. Pero la actuación
terminó y, a pesar que estuvo hasta el último momento que la gente se fue, no
le vio. Sus esperanzas se desvanecieron entonces, llegando Leticia, una de sus
compañeras, a animarla a salir esa noche con el grupo. Nina lo pensó por unos
segundos, dándose cuenta de la suerte que tenía estar rodeada de personas tan
buenas como ella, valorándolo. Así que decidió salir con ellos para celebrarlo.
Entre las risas y los efectos de la bebida, cruzaron
por el paso de peatones, cuando de pronto, el rostro de Nina cambió por
completo al encontrarse con él. Estaba pasando con otra mujer de su brazo,
rebosante de felicidad, sin apartar la mirada de ella y sin darse cuenta de su
presencia. En un momento de arrebato, Nina, quiso cruzar de nuevo la carretera,
pero el semáforo se puso en rojo con todos los coches en marcha, pasándole uno
por cerca y retrocediendo. Se dio cuenta de la estupidez tan grande que hubiese
cometido si se dirigía a él, riéndose de ella misma. Sin duda se quedaría con el
amor de sus recuerdos; lo demás era indiferente a estas alturas.
Regresó en silencio al lado de Leticia. Cuando ésta le preguntó qué le había pasado Nina tan sólo se limitó a responder:
Regresó en silencio al lado de Leticia. Cuando ésta le preguntó qué le había pasado Nina tan sólo se limitó a responder:
-Efímero y fugaz.
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