lunes, 2 de diciembre de 2013

La viuda de la orquídea negra

Fragmento del encuentro con el señor Novotny en el mar

   -¿Otra vez por aquí sola, Lady Lovelace? 
  Valeria vio al señor Novotny acercarse hacia su lugar sagrado, adentrándose en la orilla donde ella estaba en su intimidad descalza y con un ligero vestido blanco, inapropiado para que un hombre la viese si recordaba las odiosas normas que le enseñó su madre, a través de años de reprimenda y que ella siempre se rebeló. Pero había llegado hasta aquí, el puesto más alto de sociedad con el matrimonio de su difunto marido, dejándose disfrazar por otros y logrando la vida que tanto ansiaban. ¿Son todos ya felices? Sin duda siempre le quedó esa pregunta por hacerles, gritárselas hasta que sus oídos reventasen si nadie le daba una respuesta razonable que satisficiese años de doctrina y sufrimiento. 
  -Me gusta ver el mar… respondió ella– Me tranquiliza estar a su lado. Cuando estoy lejos de él siento mucho su ausencia, me pongo más nerviosa sin escuchar el canto de las olas y contemplar el horizonte azul. ¡Qué brisa tan agradable hoy! ¿No te parece? 
  Se fijó que el señor Novotny no apartaba la visión de su figura, permaneciendo en un mundo aparte en silencio, volvió a la realidad afirmando mientras se llevaba las manos a la cara y guardaba distancias.    
  -Una vez la vi aquí hace años… Tenía la misma expresión en el rostro. Yo no me atreví a acercarme, pero lo deseaba. Estoy a unos pasos de usted y siento cómo se difunde con el paisaje, como algo que nunca podré alcanzar –él no podía contener la mirada, y Valeria se centró en la inmensidad que le producía el mar. 
  -La sensación que me produce este sitio hace que retome recuerdos que quedaron grabados en mente, recuerdos mágicos con seres especiales. Traje aquí a Bernard antes de su partida a Francia, era un regalo íntimo de mi parte. El plan era ver el atardecer juntos, sólo que el pensamiento de no volver a vernos más hizo que nos absorbiésemos los dos en un edén compartido y olvidásemos el resto. Escuchaba el romper de las olas cuando él conseguía estremecer todo mi cuerpo. El amanecer nos recibió con lágrimas de sal, que quedaron sin querer visibles, limpiándolas en el mar donde consolidaríamos nuestro último recuerdo. Nunca más supe de él… 
  -Sin duda es cierto lo que dicen de usted, la viuda de la orquídea negra. Ya sabrá que vuestras extravagantes historias alcanza el interés de muchos hombres. 
  -Yo no trato de causar polémica, sólo vivir como dicta mi corazón, mis pasiones más profundas. No sólo es el recuerdo de Bernard el que me estremece el alma, sino años atrás el de la persona sin nombre que me desató en el delirio. Era más mayor que yo, una jovencita por aquél entonces, y lo que se me quedó guardado de él era su melena oscura enredada entre mis dedos y el aroma de su cuello a jazmín. Me escapé una noche furiosa de mi hogar, había vuelto a pelearme con mi madre, y caminando llegué a la playa. Hacía frío y las olas sonaban con fuerza. Me quedé inmóvil con los ojos cerrados en la orilla, notando el agua helada en mis pies sin importarme. Entonces, sentí unas manos acariciándome por detrás los hombros, bajándolas suavemente por el resto de mi cuerpo. Mi pulso se aceleraba con la respiración del desconocido que me invadía en una conquista abrasadora. Tomó uno de mis pechos descubriéndolos, masajeándolo aún sin volverse y me arrebató al poco tiempo el vestido deslizándose. Él me dijo, mira a las estrellas, y se fue aventurando más en mí. Fue cuando noté que sus ropas caían y por fin pude verle, su rostro bello y excitado por ser el primero en poseerme. Una mezcla de dolor y pasión que me quedaría grabada mi primera vez. A la mañana siguiente él se fue, pero por la noche volví a acudir a la misma playa y volvimos a retomar nuestros cuerpos. Una historia que siguió de encuentros y desencuentros amorosos hasta la noche que no volvió a aparecer más, dejándome sola y con su deseo a flor de piel.
  La imagen de su amante desconocido hizo que se le acalorase el cuerpo quitándose el vestido blanco y quedando desnuda a espaldas del señor Novotny. 
  -Está haciéndose tarde, señor Novotny. Su mujer estará preocupada, vaya a su lado antes de que se intranquilice más. Dígale a los míos que no tardaré mucho en ir.
  Valeria se adentró con paso firme en el mar y allí se sumergió evadiéndose en sí misma sin contar el tiempo con el recuerdo profundo de sus amantes. 

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