martes, 12 de junio de 2012

Veritas filia temporis

Cae el último grano del reloj de arena. Posición firme frente al adversario.
 Un primer paso, ex umbra in solem. La crisálida se rompe emergiendo la mariposa de su metamorfosis. Las numerosas cabezas de muñecas de porcelana decapitadas residen en el cuarto oscuro, mientras el esqueleto resucita de su tumba apareciéndole la carne. Un lobo aúlla a la luz de la luna llena.
 Un segundo paso, homo homini lupus est. Los desastres de la segunda guerra mundial, la bomba atómica sobre Hiroshima, imágenes terribles de lo que es capaz de hacer el hombre con el uso de la tecnología. Un huracán sopla sin inmutar a una serpiente devorar a otra serpiente.
 Un tercer paso, nosce te ipsum. Librarse de los tapujos de la sociedad, abriendo la mente hacia un nuevo mundo. El hombre se encamina solo por el desierto, con el riesgo de perecer por el sol y un enjambre de insectos. 
 Un cuarto paso, alea iacta est. Respira, piensa, deposita la mano con serenidad en el arma de fuego. El enemigo hace lo mismo, mostrando su seguridad. Un fugaz recuerdo de un viejo jardín con todas las rosas marchitas, pero conservando todas las espinas resistentes en el tallo.
 Acto final, audentes fortuna iuvat. El arma levantada con rapidez y un disparo en la oscuridad. Ningún grito de su adversario, derrumbándose en el suelo sin cerrar los ojos. Retumba el ruido en su mente, cuando una vez, un gran espejo se rompió en miles de fragmentos clavándose en su piel, viajando por el resto de su vida con las cicatrices.
 Observa a su alrededor por última vez y toma el camino de regreso, o quizás, tomase por otro salvaje y desconocido. 

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