Aún podía revivir su
recuerdo acariciando la sedosa piel del cuerpo exhausto. Contemplaba la
proporción perfecta y bella que le hacían digno de ser el dios Apolo, que
partiría sin compromiso al amanecer en su carro de fuego. Divagando, se levantó
desnuda de la cama hacia el balcón, gozando del aire fresco para librarse del
calor infernal que hacía en la habitación.
-Nunca había visto algo tan hermoso… –dijo
su Apolo durmiente mirándola.
-¿El qué? –respondió haciéndose la sorprendida
mientras se mordía los labios.
-Una imagen cautivadora de Valeria, la
viuda de la orquídea negra. ¿Por qué te llaman así? –ella tan sólo se limitó a
sonreírle, ignorando el tema, acercándose a él–. En el teatro escuché a mi tía
mofarse con sus amigas, y después al señor Morris con algunos comentarios más.
Cuentan que nadie sabe de dónde eres y que te apropiaste de la fortuna del
difunto señor Smith, mediante embrujos, casándote con él. Te culpan a ti de su
desgracia... Es indigno lo que hacen.
-¿Y acaso esto es digno? –su mano agarró el
miembro viril con fuerza, cortándole por segundos la respiración–. Hace tiempo
que me dejó de importar lo que pensase la sociedad de mí, aunque he de admitir
que sus historias me entretienen. Pronto regresarás a Francia con tu prometida
y yo quedaré en el recuerdo más oscuro de tu corazón. Así que dejemos de perder
lo que nos queda en palabrerías y disfrutemos pues. Déjate llevar por lo que
hemos creado olvidando el resto, nada existe salvo nuestros cuerpos –él la
rodeo con sus brazos besándole el cuello, haciendo el recorrido hacia su boca–.
No anhelo otra cosa que fundirme en ti, Bernard… mientras pueda seguir
distinguiéndote en la oscuridad.
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