jueves, 23 de agosto de 2012

Memorias perdidas

Era una tarde calurosa de agosto, cuando caminaba sola con mi música por la calle. Evadida por completo de la realidad, deseé que ojalá los auriculares permanecieran unidos a mis oídos para no aterrizar jamás.
 Entonces, aguardando el cambio de señal del semáforo, alguien me tiró una piedra. Paré la música y me giré para ver a una niña con un vestido blanco como la nieve mirarme con recelo. No la conocía de nada. Sus ojos oscuros eran aún más desconcertantes, mostrándome bastante nerviosa para hablar.
 Justo al dar dos pasos para acercarme, ella huyó de mí. Sin pensarlo ni una vez, la perseguí por las calles, impulsada por una misteriosa fuerza que había dejado en mí. Corríamos con la suerte que la gente no se tropezaba en nuestro camino, que nada nos frenaba. Sin duda había perdido la cabeza, aunque no era ya la primera vez.
 Finalmente, se detuvo en una calle solitaria. Respiré con alivio mientras observé que el lugar me resultaba familiar. Pero la memoria me fallaba… ¿Tal vez fuesen imaginaciones mías? La situación cada vez me inquietaba más.
 -Bienvenida –me dijo ella esbozando una sonrisa–. Hacía mucho que no venías aquí desde que te fuiste… ¿Quieres pasar?
 -¿A dónde?
 -Allí –señaló con la mano una de las ventanas en ruinas del edificio–. ¡Vente! Él se alegrará mucho de verte. Ahora mismo está preparando el té para los tres.
 No me dio tiempo decir nada, cuando la niña ya me cogió de la mano para entrar. Su piel era tan fría como el hielo, nunca antes había sentido algo parecido.
 Subimos las escaleras en silencio, llegando hasta una vieja puerta que abrió dando un pequeño golpe. El olor que desprendía el hogar también me era familiar… ¿Pero por qué? La niña me dejó por un momento y yo, sin poder evitar la curiosidad, me dirigí al salón. En él, un niño se encontraba poniendo las tazas en la mesa, cuando paró su tarea al verme.
 -Bienvenida. ¿Cómo estás? –me sonrió al igual que la niña–. Por favor, toma asiento. El té está casi listo.
 Obedecí mientras contemplaba la sencillez del salón, embellecida con numerosos cuadros de paisajes y siluetas abstractas. Por la ventana se podía ver un parque desierto debido al gran calor que hacía.
 Antes de darme cuenta, estaba perdida en mi mundo, cuando de repente la niña me llamó, trayendo la tetera que desprendía un rico aroma. Se acercó y me sirvió en mi taza, sorprendiéndome que no echara nada. Luego fue a por la del niño y pasó lo mismo. Una tetera vacía, qué gracia. ¿Se trataba acaso de un juego infantil? Ellos parecían bastantes serios tomando su té con tranquilidad. Pensé que yo era la rara, pero sabía que no, que toda esta situación era absurda. Así que me levanté con el propósito de recorrer la casa en busca de respuestas, sin que ninguno de ellos se inmutase.  
 Un extraño poder gobernaba las paredes, un sentimiento agridulce que una vez me poseyó. La relación con una persona cuyo rostro no conseguía desvelar, oculto tras una máscara. Como el recuerdo de un sueño, los detalles hacían una secuencia.
 Pasé por una de las habitaciones que estaba oscura, sin ventanas, teniendo sólo una vela que iluminaba lánguidamente, con la llama apunto de apagarse. Me quedé a su lado, como si se tratase de una persona a punto de morir, hasta que se consumió. Entonces, el rostro de mi enmascarado se reveló con la llegada de mis memorias. Yo había estado aquí… hace años.
 Recordé el frenesí, todos los momentos que pasamos juntos y el final de nuestra historia. Los días felices junto a él, pero ahora, no quedaba nada de esos momentos, habían desaparecido. Las cenizas era lo único que quedaba en mi corazón.
 Caminé confusa hacia la salida. Nada era lo mismo. Todo formaba parte del pasado. En la puerta estaba el niño impidiéndome el paso. Doliéndome la cabeza, le rogué que me dejase ir.
 -Quédate, por favor. Aún podemos intentar ser felices. ¿No es eso lo que siempre has querido? ¿Por qué tienes que irte ahora? Yo… ¡Quédate!
 -Es triste… –empecé a decir llamando su atención–. De haber sabido que mis fantasmas, mis recuerdos, quedaron atrapados aquí sin enfrentarme a ellos, os habría liberado hace mucho. Es realmente triste… He tomado una decisión, y no hay vuelta atrás.
 Poco a poco, el niño se apartó de la puerta con la mirada agachada. Le miré por última vez pero él seguía quieto como una estatua. Salí hacia las escaleras, cuando un golpe me asustó. Observé hacia la puerta donde el niño se había caído y empezó a desvanecerse. No quise estar presente por más tiempo, así que me fui con las pulsaciones del corazón cada vez más agitadas.  
 Volvía por fin a respirar el aire de la calle. Saqué mi reproductor de música del bolsillo, poniéndome los auriculares. Iba a encenderlo cuando me paré sintiendo una presencia. Me di la vuelta y allí estaba la niña con ojos afligidos saliendo del portal.
 Ambas avanzamos a la vez, colapsándose el tiempo. Mi ser estaba lleno de fragmentos esparcidos, buenos y malos, me había vuelto frágil como el cristal. Tenía miedo pero no me dejaría vencer. Con ternura, acaricié el rostro de la niña soltando una lágrima, que al resbalar quedó atrapada en mi mano evaporándose. Sonreí para animarla, dándome cuenta que sus pies empezaban a desvanecerse también. La abracé con todas mis fuerzas, sintiendo su piel fría clavándome con dolor, pero no me importaba. Ella y yo éramos una.
 -¡Oh! ¡Qué par, tú y yo! –suspiró acariciándome con dulzura el pelo, intentando aguantar su tristeza–. No hemos sido puestas aquí para ser infelices, recuérdalo… por mí… por ti… por favor… Pero veo que no quieres quedarte esta parte de mí en tu vida…
 -Te equivocas… –contesto quedándole tan sólo el rostro por desaparecer–. Te mantendré en mis más profundos recuerdos por el resto de mis días.
 Su rostro se iluminó por completo en el último momento, dejando una única huella en mi corazón. Fue entonces cuando descubrí que sentía una paz interior, tan cálida que recuperó mi cuerpo del frío.
 Recomponiéndome de todo, seguí mi rutinario camino con la música puesta... Vagando, divagando.    

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