jueves, 30 de agosto de 2012

Noches de blues

    -¡Magnífica, Juliette!
   Entre halagos, bajó del escenario mostrando una sonrisa forzada. Había sido otro de sus conciertos de balada en Chicago, acabando rendida ante el estrés acumulado. 
   Sin querer quedarse por más tiempo, fue directamente a su camerino, cogió el bolso y salió hacia la parada de taxis. Tenía previsto, como cualquier noche abrumadora, dirigirse a su local favorito de la ciudad: Chicago Blues. Era su lugar sagrado donde se evadía escuchando blues mientras bebía el dulce vino a pequeños sorbos.
   Llegó sintiéndose en la gloria, pidiéndole al barman el vino y tomando asiento en la solitaria barra. No pasó mucho, cuando un hombre apareció agitado de la calle, sentándose a una distancia de dos sillas de ella. Juliette le observó con disimulo mientras pedía. Tenía las facciones atractivas, aunque con ojeras marcadas, los ojos oscuros como el carbón y vestía con una camisa blanca con una corbata desabrochada, dándole un aspecto descuidado.
   Durante unos minutos, permanecieron en silencio, escuchándose sólo el tema de blues.

Everybody's got the fever,
that is something you all know.
Fever isn't such a new thing.
Fever started long ago.


   
   -Disculpe, ¿es usted Juliette, la cantante francesa? –le preguntó de repente el hombre.
   -Ha acertado. No sabía que en tan poco tiempo se quedarían con mi cara –sonrió con simpatía.
   -Tienes un fino rostro difícil de olvidar al igual que tu voz. Me llamo Paul, aunque cuántas veces me habré presentado para nada… ¿Viene mucho por aquí?
   -Con frecuencia: me gusta la música blues.
   -Así que viene para desconectar como otros muchos. Yo también, creo que es importante para no sobrecargar el alma. Dicen que el mundo es grande, sin embargo pocos sitios hay donde se puedan disfrutar en armonía sin estar contaminados. Ya nadie piensa, sólo quieren lo que otros dicen que deben querer sin esforzarse en preguntarse que quizás todo sea una trampa.
   Paul dejó de hablar para beberse de un golpe su copa, pidiendo luego otra al barman.

Thou giveth fever when we kisseth.
Fever with thy flaming youth.
Fever, I'm afire.
Fever, yeah, I burn, forsooth.

   -Yo llegué dispuesta a Chicago para realizar mi sueño de ser una cantante famosa –le habló para seguir conversando, después de haber encontrado a alguien interesante en mucho tiempo–. Mi representante me ayuda mucho, aunque a veces sea muy estricto cuidándome la imagen, no sólo la superficial, sino también mi trabajo artístico. Me gustaría llevar el estilo de mi música a otros dominios, a cosas más personales, pero eso no es lo que vende.
   -Te imagino dentro de unos años, cuando seas una gran cantante, revelándote con tu música contra todos ellos. Espero que cumplas tu sueño y no estés encadenada por mucho tiempo a algo que no te llene.
   -Estaré todo el tiempo que sea necesario hasta ese día –sacó del bolso un cigarrillo que Paul se ofreció en encender con amabilidad–. Gracias. ¿Y tú has pensado en qué te gustaría hacer?
   -¿Yo? La verdad es que soy una persona inconformista. Simplemente vivo y lo que surja ya se verá. No calculo tanto las cosas como tú, sin ninguna intención de ofender.
   -Tranquilo, me gusta escuchar opiniones diferentes. ¡Qué aburrido sería estar solos sin debatirnos!
   Ambos se miraron, sin poder evitar soltar una carcajada. Él sacó de su bolsillo una caja de cigarrillos mientras ella se retocaba los dos pelos rebeldes de su recogido, mordiéndose el labio inferior.

What a lovely way to burn.
What a lovely way to burn.

   Un tema conocido de Robert Johnson, Sweet Home Chicago, sonó animando el ambiente. Con ganas de bailar, Juliette salió a la pista hechizada por el ritmo. Todos sus pensamientos se disolvían perdida en un delicioso instante eterno. Se soltó el pelo, descontrolando a los hombres que empezaron a silbarla. Paul se acercó para mirarla mientras seguía fumando, divirtiéndose.
   Cuando terminó la canción, se reunió con él acalorada, quitándose los tacones y descansando en una silla. Paul le trajo un vaso de agua que se bebió enseguida.
   -Bailas muy bien, se nota que le pones pasión y te dejas llevar.
   -¿Ves como no siempre calculo las cosas?
   -Aunque si una cantante se complementa también con el baile son más puntos a su favor. Al fin y al cabo, ¿no hay que dar un espectáculo? Creo que es otra de las formas de llevar más fácil el arte a la gente, como el cine que se encarga de adaptar obras literarias.
   -¡Qué encantador es!… –dijo frunciendo el ceño ladeando la cabeza–. ¿Sus parejas también se lo decían? Si no le importa responder a esta pregunta personal.
   -En absoluto. Mi vida sentimental ha sido muy variada, he estado con muchas mujeres –Juliette se ruborizó un poco con el tema disimulando–. Habrá algunas que les gusten mi sentido del humor y otra que lo odien, como la comida china: te gusta o no. Tú aún eres joven, aprovecha bien la llama de la vida.
   -¿Nunca se ha enamorado?
   -¿Enamorado? Lo más parecido que sentí fue cuando tenía catorce años, con una chica del pueblo de mi infancia. Aún recuerdo su hermoso rostro con pecas iluminado con el sol en el puerto. Eran inolvidables amaneceres junto a ella. Las demás experiencias en mi vida… No sé cómo decirlo. Sí, eran especiales, algunas, pero ya no era lo mismo. Aprender a montar en bicicleta es divertido la primera vez que te sale, sintiendo las mariposas en el estómago, pero las demás son normales.
   -Deberías de llevar tu bicicleta por terrenos más elevados, estoy segura que volverías a disfrutar igualmente dejándote caer por la cuesta –rió con la broma–. Así que esa chica marcó por siempre tu corazón.
   -Bueno, no me cierro al amor. Ella forma parte del pasado. Pero debo de admitir que ahora no busco ningún compromiso, quiero encontrarme a mí mismo, aunque me lleve otros veinte años. Sólo voy a vivir una vez y no quiero atarme con ninguna persona idealizada, al menos que me guste demasiado que lo dudo. El tiempo es la clave del amado para el amante.
   -Admiro tu sabiduría, Paul. A mí me han dado bastantes hachazos en el corazón, supongo que todavía sigo siendo una estúpida niñita enamoradiza. ¿Aprenderé alguna vez? O mejor dicho, ¿de verdad quiero convertirme en una persona realista y fría? No quiero olvidarme del frenesí tan especial que siento cada vez que conozco a alguien y pienso: es él, el hombre de tus sueños.
   -¿Piensas de verdad en el hombre de tus sueños? Ilusa…
   -¡No! Verás, es dentro de las características que me gustan de los hombres personalmente. Si las cumple todas excelente. Yo tengo una determinada forma de ser que debe de complementarse con lo que busco en mi vida, y así, todas las personas en el fondo que centran su atención. Me enamoro de la persona con esas cualidades. Lo que detesto es… ¡las parejas que están sin más! Es como si hubiesen perdido el ansia de vivir, el engaño más egoísta que existe. Son almas empobrecidas que viajan donde va el otro sin sentir nada. Tienen el consuelo que no acabarán solos, rodeado de gatos en un viejo sillón, unidos al disfraz del amor. Cada vez que pienso una vida como esa se me ponen los pelos de punta –paró para abrazarse a sí misma notando el escalofrío de imaginarlo–. ¿Qué ha sido de cómo sentíamos el mundo cuando éramos niños? ¿Por qué tuvimos que convertirlo de esta manera?
   -Juliette…
   El dueño del local dio la orden de cerrar, interrumpiéndolos. No se habían dado cuenta que estaban sólo ellos en el lugar, como si el mundo hubiese dejado de existir perdidos en su conversación.
   Salieron en silencio el uno detrás del otro. La ciudad estaba a oscuras iluminada por las luces de las farolas, escuchándose el sonido de los grillos. Paul insistió en acompañarla a su casa, aunque no estuvieron hablando mucho hasta que cruzaron la última calle.
   -Debo de pedirte algo, si no, nunca me lo perdonaré en la vida –dijo él serio, llamando su atención deteniéndose–. Cuando te vi bailar en la pista fuiste fuego puro para mí, me gustó… Lo único que no fue que no tuve la osadía de bailar contigo en ningún momento. ¿Lo harías ahora antes que el amanecer nos despierte?
   -Con mucho gusto.
   Y acercándose a él, la cogió de la cintura y empezaron a moverse con pasos lentos, luego rápidos, sin apartarse las miradas. Siguieron bailando por más tiempo en la calle, quizás fuese ya otra, perdidos en un lugar que sólo ambos conocían.  

1 comentario:

  1. * Notas:
    - Las dos canciones de blues que suenan son: "Fever" de Peggy Lee y "Sweet home Chicago" de Robert Johnson.
    - La imagen es de Fabián Pérez. Os recomiendo que veáis su trabajo, tuve la intención de poner la imagen de "Analie" para darlo más a conocer. http://fabianperez.com/bio.html

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